por Luis Hernán Reina
Texto originalmente publicado en la app Relatto
La criónica plantea la posibilidad de preservar un cadáver humano a muy baja temperatura, con la expectativa de que avances tecnológicos en el futuro permitan descongelar, sanar y revivir al paciente. ¿Se animaría?

En general las cosas en la vida pasan y no nos queda un recuerdo exacto del momento en que sucedieron. Mi introducción a la criónica, en cambio, está indeleblemente registrada en mi memoria con fecha y lugar: 1 de abril de 2001, durante un viaje a Brasil.
Para llevar al viaje tomé uno de los libros que tenía pendientes, El primer inmortal de James Halperin. Leí los primeros capítulos durante el vuelo, narran la historia de un hombre que es congelado luego de su muerte y resucitado ocho décadas después. Quedé enganchado.
En 1773 el polímata Benjamin Franklin, padre fundador de Estados Unidos, le escribió una carta a Jacques Dubourg, en la que decía: “Ojalá fuera posible, a partir de este caso, inventar un método para embalsamar a los ahogados, de tal manera que pudieran ser devueltos a la vida en cualquier período, por lejano que sea; porque, tengo un deseo muy ardiente de ver y observar el estado de América dentro de cien años. Preferiría, a una muerte ordinaria, el estar sumergido en una barrica de vino de Madeira, con algunos amigos, hasta ese momento, para ser entonces ¡revivido por el calor solar de mi patria querida! Pero con toda probabilidad vivimos en una época demasiado temprana y demasiado cercana a la infancia de la ciencia para esperar ver tal arte llevado en nuestro tiempo a su perfección”.
La perspectiva de la inmortalidad
La visionaria aspiración de Franklin desbordaba las capacidades técnicas de la época; sin embargo, 191 años después, en 1964, el profesor universitario de física y matemáticas, Robert Ettinger, publicó La perspectiva de la inmortalidad, libro que originó el movimiento criónico.
Todo inicia con el estudio de la producción y comportamiento de materiales a muy bajas temperaturas, inferiores a –153 grados Celsius (°C). Estos rangos de temperaturas son tan bajos que detienen toda actividad, incluyendo la muerte o descomposición en ciertos tipos de tejidos vivos, lo que permite su almacenamiento indefinido o criopreservación. En el reino animal hay varios tipos de ranas, tortugas y peces que pueden sobrevivir etapas de congelación y, por supuesto, están los tardígrados u osos de agua, unos invertebrados que se encuentran en todo el planeta y resisten temperaturas de hasta –200 °C para luego volver a la vida.

El concepto básico de la criónica es simple: congelar a la persona tan pronto se declare su muerte legal y llevar el cuerpo hasta los –196 °C, la temperatura del nitrógeno líquido, fluido en el cual se mantendrá sumergido de manera permanente. Luego, tras el paso de décadas o siglos, cuando la tecnología médica lo permita, el cuerpo será descongelado y, tras reparar los daños somáticos, la persona será reanimada y volverá a la vida.
La RAE define la muerte como “Cesación o término de la vida”, pero en la práctica, tanto desde el punto de vista médico como legal, existen muchas complicaciones para precisar el significado de la muerte y los avances técnicos han obligado a la redefinición del término. Por ejemplo, durante siglos, la interrupción del latido cardíaco y la respiración se consideraban el momento de la muerte. Sin embargo, a mediados del siglo XX, se estandarizó la reanimación cardiopulmonar que permite, en algunos casos, revertir esta situación, haciendo obsoleta esa acepción.
Existen hoy en día diferentes clasificaciones, como muerte cerebral, muerte relativa, muerte aparente, muerte intermedia y muerte absoluta, entre otras. Para los crionicistas solo existe una clase de muerte total, que llaman “muerte teórica de información”. Ralph Merkle, doctor en Ingeniería Eléctrica de Stanford, es un dedicado crionicista y al respecto me informó: “Una persona está muerta, según el criterio de la muerte teórica de la información, si las estructuras que codifican la memoria y la personalidad han sido tan perturbadas que en principio ya no es posible recuperarlas”. Se refiere a la destrucción absoluta de las estructuras cerebrales que ocurre por descomposición o incineración.
El principal obstáculo que enfrenta la criónica es el daño que se produce a nivel celular por los efectos de la congelación. Al formarse cristales de hielo, estos perforan las membranas celulares y ocasionan daño mecánico, razón por la cual un mamífero no sobrevive al ser congelado. Para mitigar ese deterioro, los crionicistas infunden al paciente con sustancias que impiden la cristalización, logrando un estado diferente denominado vitrificación.

Un viaje en busca de la criónica
Durante varios años a partir de mi descubrimiento en Brasil, obtuve y leí todo el material escrito que pude encontrar sobre criónica. Entré en contacto con la Fundación Alcor y el Instituto Criónico, dos de las organizaciones más reputadas en este campo.
En 2015 por motivos laborales tuve que pasar varios meses en Los Ángeles y me escapé un par de días a Scottsdale, Arizona, donde está la sede de Alcor. Fundada en 1972, esta institución sin ánimo de lucro está dedicada a la investigación y práctica de la criónica. A la fecha cuenta con 189 pacientes en criopreservación y 1397 miembros que optan por la congelación cuando les llegue la muerte.
De Los Ángeles a Scottsdale hay seis horas de carretera en la que predomina el paisaje desértico. La fundación ocupa instalaciones de una planta en una zona comercial/industrial. Me recibieron Steve Graber, coordinador técnico, y Aaron Drake, director de respuesta médica.
Empezaron por explicar que los empleados de la fundación son todos crionicistas. Luego de muchas preguntas me invitaron a hacer un recorrido por las instalaciones. La planta incluye dos quirófanos, un taller, una sección de oficinas y, aislada por puertas blindadas, la zona de bodegaje, a la cual normalmente solo puede entrar el personal técnico autorizado, sin embargo, me permitieron el ingreso luego de una sesión instructiva de seguridad y la firma de varios documentos legales. La bodega es amplia y está ocupada por diferentes aparatos y tuberías, pero la atención la captan los grandes tanques en que están criopreservados los pacientes. Predomina el acero y el color blanco, lo que da una impresión de asepsia y… frío.

Tiempo después entré en contacto con personal del Instituto Criónico (219 pacientes en criopreservación y 1848 miembros) ubicado en Michigan. Hoy existen otras organizaciones que prestan este servicio en diferentes países, incluyendo Rusia y China.
¿Quién escoge la criónica como alternativa? El doctor Merkle me dijo al respecto: “Los crionicistas provienen de todos los ámbitos de la vida y de todos los orígenes, pero hay algunas tendencias estadísticas. Hay más que tienen un alto nivel educativo, con un mayor porcentaje con títulos avanzados. Tendemos a ser menos religiosos y hay más hombres que mujeres”.
Desde el punto de vista práctico, el principal factor para la criopreservación es que la muerte se dé en un ambiente controlado, de manera que el proceso pueda iniciarse lo más rápidamente posible. Cualquier demora puede significar la destrucción irremediable de las estructuras cerebrales por descomposición. Por este motivo, muchos crionicistas escogen vivir sus últimos años cerca a la sede de la organización de la cual son miembros.
El costo actual de la criopreservación está entre los 28 000 y los 220000 dólares, dependiendo de la institución y el servicio. El costo incluye la criopreservación y el mantenimiento a perpetuidad. Muchos pacientes eligen la neuropreservación, en la que solo se preserva la cabeza del paciente, pues los obstáculos médicos que se presentan para reversar el daño de la congelación son tan mayúsculos, que utilizar la clonación para reemplazar los órganos y el cuerpo sería comparativamente más sencillo. Lo más importante en la criónica es preservar el “disco duro” donde reside la “persona” y sus memorias.
Uno de los grandes inconvenientes de la criónica es que el tiempo que ha de pasar antes de llegar al punto en que sea viable la reanimación es tan largo que es dudoso que las instituciones se mantengan. La única solución es el compromiso y dedicación de sus miembros, que deben velar en vida por la permanencia de estas organizaciones.
Una pregunta que incomoda a muchos cuando piensan en la posibilidad de la criónica es el choque psicológico que se produciría al despertar en otra época. El jefe de operaciones del Instituto Criónico, Andy Zawacki, opina al respecto: “Cuando los pacientes revivan deberán adaptarse a un mundo nuevo y más avanzado. Los humanos son adaptables”.

Hoy, cuando llega la muerte, existen en la mayoría de los casos dos opciones: el cadáver es enterrado o cremado. En ambas instancias se produce una destrucción de los tejidos por descomposición o incineración. La criónica ofrece una tercera opción: la congelación. El argumento de los crionicistas es contundente, de no funcionar el proceso, el resultado es el mismo de las opciones tradicionales, simplemente que en este caso se trata de un entierro en hielo. Sin embargo, si en contra de las probabilidades logra superar todos los impedimentos técnicos y logísticos, la criónica abre la posibilidad de extender la vida.
Tomando en cuenta que han pasado veinticuatro años desde que James Halperin publicó su novela, le pregunté si había variado su posición respecto a la criónica y el escritor me respondió: “Todavía abogo por la práctica de la criónica y planeo participar en el experimento yo mismo. Mis padres también optaron por ser criopreservados como pacientes de cuerpo completo, en el Instituto Criónico, antes de su muerte en 2014 y 2020. Mis sentimientos sobre las posibilidades permanecen prácticamente sin cambios, aunque admitiría que mi línea de tiempo en El primer inmortal fue, en el mejor de los casos, una conjetura atrevida”.