Jesucristo es puertorriqueño. Tiene diez fornidos guardaespaldas bajo su poder. Es propietario de Telegracia, un canal de televisión. Vive en una mansión en el sector Sugar Land, en Houston, Texas. Cuando viaja en avión, toma asiento en primera clase y pide un whisky escocés. Se pasea por restaurantes, hoteles y casinos lujosos de todo el mundo.
Por Arturo Cervantes
Fotos de Amaury Martínez
Es, por así decirlo, la versión capitalista y posmodernista del Jesús carpintero de 20 siglos atrás, el que montaba asnos, calzaba sandalias y buscaba cimas altas para predicar. Este, el nuevo, el que dice que ha regresado y se hace llamar José Luis de Jesús Miranda, viste saco y corbata, carga un Rolex en su muñeca izquierda y transmite su mensaje, vía satélite, todos los domingos en cientos de iglesias de 30 naciones diferentes. Sobre todo de países de habla hispana que simpatizan con su acento de boricua radicado en Estados Unidos. Por cierto, dentro de la lista se encuentra el Ecuador. En 1992 se fundó una iglesia en Guayaquil, como todas, denominada Creciendo en Gracia: el Gobierno de Dios en la Tierra. Actualmente, cuenta con más de 500 seguidores en esta ciudad porteña.
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En rigor, los que han sido marcados con el 666 ya son salvos. Por eso Dean García, de nueve años, previo al consentimiento de sus padres, se dejó marcar debajo de su hombro izquierdo. Esta mañana dominguera exhibe su sello con orgullo peregrino. Estoy en la iglesia ubicada en Clemente Ballén, entre Av. Del Ejército y García Moreno, en el centro de la ciudad.
El sector es conocido por ser un auténtico festín delictivo: muchos de los carros que se estacionan por ahí pagan cara su ingenuidad y son desmembrados. Más adelante, a pocas cuadras, se exhiben todo tipo de repuestos automotrices en una calle famosa por ofrecer justamente eso: todo tipo de repuestos automotrices. Y a un precio negociable. Si no tienen el repuesto que está buscando, se lo consiguen.
Las puertas exteriores de la iglesia son de vidrio y poseen unas películas oscuras que impiden ver su interior. Se puede apreciar, eso sí, el logo circular de Creciendo en Gracia, con un águila en el medio y los tres “6” que simbolizan a este grupo religioso. El auditorio es largo como una salchicha. Tiene dos pisos. En el de abajo, el principal, los adultos se congregan. En el de arriba, los niños, ajenos a todo el escándalo de abajo, a los gritos, a la música chichera, a los bailes, a los videos proyectados, realizan manualidades infantiles con contenido religioso. Algunos de ellos ya están marcados.
Dean lanza una sonrisa tímida, encoge sus hombros, hace muecas muy propias de quien se aproxima a revelar un pecado que lo avergüenza, y luego responde con tono pueril: “Sí, lloré. Me dolió mucho”.
Hoy han venido 21 niños. Han sido separados en dos grupos. En el primero están los comprendidos entre los dos y los siete años. En el segundo, infantes de ocho años en adelante.
El tema del día es “El conteo regresivo”. Adepto a Creciendo en Gracia que se respete ha colgado en su nevera el calendario que cuenta los días para el final (junio de 2012), cuando todo esto que hoy conocemos como Tierra se acabará y el cuerpo de José Luis de Jesús Miranda y el de todos sus seguidores marcados se transformarán: se volverán inmortales e incorruptibles. “El Gobierno de Dios en la Tierra”, justamente, es eso: Jesús Miranda al poder y todos los demás, los que no hemos sido marcados, seremos sus súbditos. Los que sí lo han hecho gobernarán con él aquí en la Tierra. Una Tierra que, según sus promesas, será perfecta: los animales deambularan libremente, no habrá corrupción ni maldad ni enfermedades.
Así que ese contenido denso, cargado de simbolismos, capaz de provocarle muchos dolores de cabeza al que pretenda entenderlo del todo, se inculca a los niños con ingenuos ejercicios de kínder.
Sentada en una silla celeste, Diana, de tres años, colorea o, más bien, garabatea un reloj que simboliza el conteo y que incluye los tres 666.
—Pinte, mi amor, pinte el 666 —le dice su instructora anciana, de cabello desteñido y orejas alargadas.
Diana obedece y luego, al final, le enseña orgullosa su obra de arte de niña de jardín.
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Se anuncia la llegada de José Luis de Jesús Miranda en la pantalla. Todos los peregrinos adultos, en un acto automático, se colocan de pie, como si fuesen alumnos de secundaria que se preparan para recibir al único profesor que respetan.
“¡Ya regresó! ¡El señor está aquí! Murió, resucitó, se volvió a ir y ahora está aquí, de regreso”, anuncia una voz en off que, como todas las voces en off, ninguno de nosotros vemos, pero sí sentimos omnipresente tono.
Y de repente aparece el Apóstol. El Padre. El Jesucristo Hombre (JH). El Dios. José Luis de Jesús Miranda. Un primer plano sobre su rostro deja ver sus rasgos más sobresalientes: cejas delgadas poco masculinas y cachetes inflados. Está pasado de peso, al parecer, por llevar una dieta muy a la americana. Observa fijamente a la cámara y, acto seguido, lanza un saludo similar al dado por los militares: dos de sus dedos chocan en su frente.
Solo basta verlo en la pantalla para que sus seguidores se retuerzan, den vueltas, griten: “Haba Padre” (aleluya Padre), “¡Ya llegó!”, “¡Aquí está!”. Y eso, así, a ese ritmo, con la misma intensidad, todos los domingos, a las 10:00, en este mismo lugar.
José Luis de Jesús Miranda al ataque, sentado en un sillón acolchonado: “Digan: ‘Hoy es un buen día’”. “Hoy es un buen día”, repite todo su rebaño guayaquileño, sentado en sillas plásticas e incómodas.
Hasta hace dos años, José Luis de Jesús Miranda se daba el trabajo de visitar a todos sus seguidores y ganar adeptos. Al Ecuador vino en seis ocasiones. En esos viajes conquistó, según Diógenes Barros, líder principal de esta iglesia en Guayaquil y evangélico retirado, alrededor de 6 000 cabezas ecuatorianas. Actualmente existen iglesias en Quito, Otavalo, Machala, Esmeraldas, Durán, Portoviejo, Manta, Ambato, Quevedo y en otras 15 localidades ecuatorianas.
Hoy en día, Jesucristo Hombre se ha refugiado en esta globalización que lo puede todo y predica desde la comodidad de su sede en Houston. 287 radios en todo el mundo transmiten sus prédicas y el canal del cual es propietario, Telegracia, se encarga de repartir sus palabras domingueras pregrabadas. Solo él y nadie más que él está autorizado para predicar.
No existe una estadística certera de cuántos fieles tiene en el mundo. Pero recientemente, en un viaje por Honduras, él mismo se atrevió a lanzar un número: 100 000. Y si lo dice dios, por algo ha de ser. Lo dijo en una rueda de prensa en la que sacó de su bolsillo el mismo discurso que lleva a todos lados: que el Vaticano es una farsa, que no existe el pecado ni el infierno ni Satanás ni los milagros ni los santos. “Advertí en la Biblia que vendría como ladrón en la noche y llegué como ladrón en la noche”, suele repetir a menudo.
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Oficialmente, el encargado de realizar los tatuajes en Guayaquil es Richard Quimí. Ante él se han recostado más de 80 cuerpos, ofreciendo sus espaldas, brazos, manos, frentes, pechos y hasta sus nalgas para ser marcadas con el 666 (“el sello de la prosperidad y la seguridad”) o con el SSS (Salvo Siempre Salvo) o, simplemente, con el rostro humano de su dios. Richard tiene 25 años y estudió en el colegio de Bellas Artes, donde aprendió a dibujar.
Todo eso me lo cuenta en pleno culto, mientras Jesucristo Hombre predica. Richard está sentado a mi lado izquierdo. Frente a nosotros, una chica con trenzas exhibe su espalda descubierta y tan solo adornada con dos tatuajes: un pequeño 666 irregular y el célebre símbolo Play Boy que habla de su pasado, seguramente, no religioso.
Llegó la hora del baile. Esto es reguetón. Y del sucio. Pasos fuertes, rápidos, izquierda y derecha, hasta abajo, con todo. La iglesia entera se mueve a un solo ritmo, como si todo esto fuese un guión cinematográfico, preparado con mucha anticipación.
“Jesucristo Hombre en la Tierra está/ Diablo, muerte y pecado no existen más/ Con bandera de gracia el mundo gobernará”, se escucha con un flow potente y rimado.
Tanto movimiento provoca que el sombrero de campo de un hombre relleno, caiga. En él lleva impresa las siglas JH y los tres 666 color rosado. Su vestimenta es blanca de pies a cabezas.
Camisa blanca, pantalón blanco, sombrero blanco. Se trata de Ramón Conformes (51), oriundo de Paján, Manabí, tierra agrícola por excelencia.
Luego viene la despedida del dios hecho hombre, el Cristo que, por tener algunos juicios en su contra y dedos que lo señalan como Anticristo, últimamente, permanece escondido y tan solo se deja ver en la pantalla. Con sus anteojos puestos que acreditan sus próximamente 64 años de vida —el 22 de abril de este año, fecha en la que sus seguidores celebrarán lo que para ellos es una suerte de navidad— lee los últimos versículos de esta mañana y luego sentencia: “Los declaro santos, reinando en vida. ¡Hasta una próxima reunión!”. La cámara lo sorprende llevándose un pañuelo blanco a la nariz. Dios amaneció con gripe.