Por Daniela Creamer
Ya no es tiempo de metáforas. Si antes podíamos decir sin reparos que por obtener algo me cortaría la pierna, ahora es mejor cuidar las palabras. De lo contrario, podría sucedernos lo que a Marion Cotillard, actriz de magnético encanto y versatilidad, la Edith Piaf que obtuvo el Óscar por La vida en rosa, la misteriosa criatura de Medianoche en París, la diva de Francia más aplaudida del momento.
No satisfecha con ser disputada entre Woody Allen, Tim Burton, Michael Mann o Christopher Nolan (con él rodo el nuevo Batman), con tal de trabajar con el francés Jacques Audiard (ya Palma de Oro en Cannes por Un profeta), aceptó amputarse sus hermosas piernas, devoradas por una enorme orca que la confundió con los bacalaos que su adiestradora Stephanie —su personaje en el filme— le arroja como premio a sus saltos y piruetas que sirven de atracción al público de Marineland, el parque marino de la Costa Azul.
El agua se tiñe de rojo, la multitud grita estremecida. Ella se despierta en un hospital, horriblemente mutilada, pero a salvo. Este es el doloroso arranque de De Rouille et d’os (Óxido y hueso), de impecable factura, acogido con grandes aplausos en la sección oficial del reciente Festival de Cannes.
“Es que Jacques es a la vez cerebral e incandescente. Te hace sentir rápidamente la increíble pasión interior que lo anima; una energía arrolladora canalizada por una inteligencia admirable”, asegura la actriz, en esta entrevista realizada en uno de los amplios salones del Carlton, hotel exclusivo de la Croisette.
Filme duro, violento, penetrante, fue uno de los grandes favoritos al palmarés. Alí (el fornido actor belga Matthias Schoenaerts), un vagabundo sin dinero que se gana la vida con luchas clandestinas, brutales y sanguinarias, padre de un pequeño de cinco años, será su única salvación. Se trata de dos personas que hablan lo imprescindible e intentan estar blindadas contra los sentimientos. Dos almas lanzadas a la búsqueda desesperada de la redención. Dos personajes “de carne y hueso”, relegados, que luchan desesperadamente contra su destino. Una soberbia e impecable Marion Cotillard y un irreprochable Matthias Schoenaerts en esta adaptación personal que realiza Audiard de dos breves novelas del escritor canadiense Craig Davidson: Un gout de rouille e d’os y Rust and Bones. De este modo, Oxido y hueso es una intensa y melodramática reinvención de ambas historias y sus protagonistas, donde en realidad la víctima de las temidas orcas es un niño.
—¿Cómo logró colarse en un personaje tan complejo, física y sicológicamente?
—Al principio no sabía si lograría comprender a fondo el personaje de Stephanie. Estaba fascinada con ella, pero no tenía ninguna conexión. Vi muchos documentales y conversé con personas de vivencias similares. Me vi forzada a trabajar con la imaginación durante todo el rodaje. Era como estar en un hueco oscuro y angustioso. Y es que cada vez que acepto un filme, me sumerjo en él de principio a fin. Meto mi propia vida en un paréntesis; de lo contrario, sería imposible. Esta aventura fue dolorosa y sumamente difícil, pero al final resultó novedosa y apasionante. Es un proceso excitante, vertiginoso, pero exigente. En ese entonces estaba dando de lactar a mi hijo de apenas cuatro meses y no podía dedicarle ni a Jacques ni a al personaje el tiempo necesario. Tampoco soy una gran nadadora. Así que tuve que entrenarme, sobre todo aprendiendo a nadar con los brazos y no con las piernas.
—Al final, las piernas amputadas y la silla de ruedas parecen ser el menor de los obstáculos en la vida de Stephanie…
—En realidad ella logra superar su desgracia física con la ayuda de Alí. Pero las almas de estos dos personajes parecen ausentes, cada una encerrada en su propia aislamiento. Se trata de dos personajes solitarios y heridos que buscan reconciliarse con la vida y con el amor, son dos destinos sencillos que adquieren otra magnitud por la tragedia.
—Su interpretación aquí es de una soberbia fascinante. Es una mujer que no se permite la compasión ni la ternura. Siempre contenida, sin verter ni una sola lágrima…
—¡Ese es Jacques! Él tiene una relación tan orgánica con sus historias y sus actores que todo se vuelve extremadamente vivo y auténtico en el plató. Además, yo necesito vibrar, experimentar, probarme a mí misma que puedo reinventarme en un nuevo personaje. Por eso elegí esta profesión.
—¿Cómo logró esa química entre Stephanie y Alí que los conduce a esta extraña, violenta y carnal relación, continuamente imprevisible?
—Cuando vi por primera vez a Matthias, tuve la sensación de haberlo conocido hace años. Tuvimos la suerte de que esta conexión inmediata se volviera cada vez más fuerte. Lo que se refleja en la pantalla es real.
—¿Qué nos puede revelar sobre su reciente participación en Batman: The Dark Knight Rises?
—Interpreto un pequeño papel, el de Miranda Tate, una mujer de la alta sociedad de Ciudad Gótica. Es una ejecutiva con tendencias ecologistas que vive dedicada a las energías renovables y que queda prendada por el atractivo y acaudalado Bruce Wayne. Batman es mi superhéroe favorito.
—¿Desearía privilegiar su carrera en Estados Unidos o en Europa?
—Se me han dado ambas oportunidades en buenos momentos. No las he calculado ni premeditado. Simplemente, hay directores y propuestas que no puedes rechazar, como Enemigos públicos y Nine. Fueron justo antes de recibir el Óscar.
—¿No le ha importado que esos roles fueran secundarios?
—Así es como funciona en Estados Unidos. Hay que comenzar por allí para luego obtener un protagónico. Pero ser secundaria no es degradante: por el contrario, estimulante. Algunos segundos roles son más intensos y exigentes que el principal. Y siempre estoy lista para asumirlos.