Cosas de niños

 

CosaDNiñosPECon catorce o quince años teníamos que apuntarnos a una actividad optativa en el colegio. Las maravillosas alternativas eran mecanografía y contabilidad, manualidades o electromecánica.

Mírenme bien, ¿mecanografía y contabilidad? Mecanografía ¡y contabilidad! O sea, que yo, voluntariamente, sin un revólver apuntando en mi cabeza, escriba mi nombre en una lista que implique estudiar contabilidad… Bueno, para eso tendría que morir y volver a nacer unas doscientas veces. Si veo dos números juntos ya me falta el aire. Imposible. Solo las nerds se inscribían en mecanografía y contabilidad. ¿Y saben lo que decían sin sonrojarse?

—Es que el día de mañana va a ser súper útil saber esto.

Pffffffff.

Para mí el día de mañana era literalmente el día de mañana: sábado, Policine, pizza y helado mantecado del Italian Deli.

Manualidades. Vaya. Mi mami ya había hecho un pulpo de lana roja y crema, un marco de fotos de papel aluminio y cuerda (su regalo del Día de la Madre), un camino de mesa con flores de hilos de colores y un montón de cachivaches más.

¿Querría mi mami apuntarse a manualidades? ¿Y si había que hacer algo in situ? ¿Cuánto tiempo podría explotar laboralmente a mi progenitora? ¿Mis dedazos de chorizo criollo serán capaces de meter un hilo en una aguja, de cortar diminutos corazones, de hacer una delicada lluvia de escarcha sobre un portarretrato? La respuesta es no. La motricidad fina es una cosa que no me vino, como las baterías de los juguetes, que se venden aparte. De hecho, salvo la voz, tengo muy pocas cosas finas.

Quedaba electromecánica, la actividad para los chicos. Para allá fui, por descarte. Aquello era un show. Se llevaba a cabo en una especie de palomar que había en el colegio. Un lugar sucio, mal iluminado y sórdido como una taberna rural, donde los olores del macho adolescente se potenciaban hasta ser casi una presencia humana, un compañero más.

—Hola, Peste, ¿jugaste fútbol hoy día, no? ¿Sigues sin usar desodorante, no? ¿Qué tal un bañito de vez en cuando? Dale, anda.

Ni el profesor ni los compañeros imaginaron nunca que unas chicas, ¡unas chicas!, subirían las tres plantas hasta el palomar para aprender de conexiones y circuitos eléctricos, de tomacorrientes, de cables. Éramos dos. Dos desquiciadas frente a unos quince chicos. El profesor, un hombre rudo, tocho, de pelo rizado y lentes, siempre nos dio un trato impecablemente igualitario, es decir, nos trataba mal tanto a chicos como a chicas.

Y ahí estábamos, con nuestras herramientas, nuestra tabla con huequitos, nuestros enchufes, mientras las otras aprendían a mecanografiar, hacer debes y haberes y a bordar, ¡bordar! Madre del amor hermoso.

No fue fácil: me cogí la corriente de mil maneras, me hice daño en las manos, me pinché y ensucié, pero pocas veces me he sentido tan feliz, tan plena, tan Mujer Maravilla, como cuando el bendito foco del circuito ese se encendió. Ya saben, había que hacer en la tabla todo un cableado con su interruptor. Si le dabas y se prendía la bombilla, todo estaba bien conectado, si no, cero en electricidad. Aplausos. Gritos. Bendita luz. Yo hice la luz. Toma Dios, yo también puedo.

He pensado mucho en esos días, los extraños y felices días del palomar de electromecánica, porque después de estar tantos años casada, me desacostumbré a hacer las cosas de hombre (maldito concepto) y un día, en mi casita de soltera, me di cuenta de que quería tener anaqueles, cuadros, repisas, lámparas y que, si no agarraba yo las herramientas, nadie lo iba a hacer por mí.

Bueno, podría haber contratado a alguien, pero, ¿saben ustedes la sensación de heroísmo de montar una estantería con tus propias manos? ¿Han pintado y luego colgado una repisa? Tan bella, tan única, tan de una. No entiendo por qué a las niñas les enseñan unas cosas y a los niños otras, cuando es muy posible que necesitemos hacer de todo, es decir, coser y colgar cuadros, en algún momento de nuestras largas vidas.

Al menos yo, que ya tengo mi casa preciosa, con sus cuadros bien colgados, sus estanterías bien puestas, sus lámparas brillantes, siento que soy todopoderosa, la dueña de la luz. Todo el mundo, chico o chica, debería poder sentirse así alguna vez en la vida.

¿No creen?

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