Contra la barbarie.

Por Milagros Aguirre.

Ilustración: ADN Montalvo E.

Edición 442 – marzo 2019.

Firma--MilagrosPara cuando lea usted este texto ya habrá pasado la rabia y la impotencia, el dolor y la tristeza y también, y sobre todo, la vergüenza. Seguramente ya se le habrán secado las lágrimas porque imagino que usted, que lee esta revista, también lloró al ver las imágenes de una noche en la que varios ciudadanos entraron a patadas a casas y hostales de una ciudad andina para dar cacería a migrantes venezolanos.

Para cuando lea esto ya se habrán borrado de la retina esos momentos en los que la gente enardecida prende fuego a los pocos enseres que tenían esos migrantes que han caminado días y noches, saliendo de un infierno para llegar a otro y que, del miedo, tuvieron que esconderse para no ser linchados por una turba salvaje.

El horror de padres, madres y niños, saltando, pateando colchones y ropas de otros niños, de otras madres, de otros padres, será, ojalá, un vago recuerdo de la noche en que algunos dejaron salir su miseria, su odio al prójimo, su mezquindad. Fueron a por ellos para vengar un crimen que los cientos de migrantes, insultados y maltratados, no cometieron. Sacaron lo peor de sí mismos y fueron a por los más desvalidos, aquellos que no tienen donde ir, los desplazados.

Para cuando lea usted este texto, habrá pasado la marcha de miles de mujeres que, con cantos y tambores, pidió un alto a la violencia machista, después de un fin de semana teñido de sangre, con una mujer rota, tendida en una mesa de billar, y otra que fue filmada por los curiosos en el justo momento en que su pareja le clavó el puñal frente a la impávida policía. La barbarie.

¿Qué hace que esa chispa de la violencia se encienda?, ¿de dónde sale ese odio, ese veneno, ese enervamiento?, ¿la xenofobia, o mejor, la aporofobia, será condición humana?, ¿por qué un ser humano es capaz de sentir ese odio atroz hacia el otro?, ¿qué provoca que una masa enardecida pierda la cordura y ataque a gente inocente?

Machismo y xenofobia matan. Sí. Matan. Y la muerte llega con violencia. Y las mujeres a gritos piden que pare todo esto, que ya basta. Y los migrantes rezan para poder llegar a puerto seguro donde rehacer sus vidas, con esperanza.

Y mientras yo escribo estas palabras y ustedes leen esta columna, a las mujeres nos siguen matando, violando, desapareciendo. Y a los migrantes los siguen maltratando, les siguen explotando, les siguen negando un sitio en donde vivir o donde trabajar. Y usted y yo queremos un mundo mejor en el que no existan las fronteras, en el que las mujeres podamos caminar sin miedo, tomar un taxi o ir a una fiesta sabiendo que vamos a volver a casa, y en el que los migrantes puedan rehacer sus vidas. Para cuando usted y yo acabemos con esta lectura, ojalá en el país hayamos descubierto la palabra empatía.

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