¿Con qué reemplazamos las sonrisas

Por María Fernanda Ampuero

Edición 458-Julio 2020

Ilustración: Mauricio Maggiorini

Soy una persona sonriente. A veces quisiera no serlo tanto, yo qué sé, verme seria en alguna foto, pero es imposible. Sonrío muchísimo y creo que es por una mezcla de inseguridad, de que siempre me dijeron que tenía dientes bonitos, de que mi mamá es la mujer más risueña del planeta y de que mi papá, aficionado a la fotografía, no disparaba la cámara hasta que yo tuviese la sonrisa que él estaba buscando.

Últimamente la gente no ve que estoy sonriendo detrás de la mascarilla y, aunque pueda sonar estúpido en un contexto como el que vivimos, me genera una angustia insoportable.

Quizás es porque cuando alguien te devuelve la sonrisa puedes saber qué tipo de persona es, si debes confiar en ella, si te tratará bien.

Quizás también porque a mí ver a la gente sonriendo me devuelve las fuerzas para seguir batallando en la guerra larguísima que se llama vivir.

Sonreír nos hermana. Es un mecanismo tan viejo como nuestro vínculo con los primos monos: ellos muestran dientes y encías para mostrar sumisión, para dar confianza al otro, para decirle “no te voy a hacer daño”. Nosotros, evolución más evolución menos, hacemos lo mismo.

Puedes leer este contenido gratuito iniciando sesión o creando una cuenta por única vez. Por favor, inicia sesión o crea una cuenta para seguir leyendo.

¿Te resultó interesante este contenido?
Comparte este artículo
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

Más artículos de la edición actual