Colágeno, vino y bendiciones.

Fotografía: Daniel López.

Edición 452 – enero 2020.

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Las monjas de algunos conventos irrumpen en el mercado con innovadoras elaboraciones y vinos de alta calidad, mientras que otras todavía mantienen a la venta los tradicionales jarabes, cremas y aguas curativas. El objetivo es idéntico para todas ellas, sea cual sea la orden a la que pertenecen: cubrir las necesidades básicas de su vida dedicada a la oración.

Colágeno cien por cien natural, con gusto a guayaba, naranja o mora y textura untable. Esta es la innovadora elaboración, con una fórmula exclusiva en el mercado ecuatoriano, que han lanzado las monjas de la Orden Dominicana del Monasterio de la Sagrada Familia, en Alangasí, cerca de Quito. Su sabor está a la altura de una rica mermelada, pero gana por goleada por sus propiedades, ya que contiene un elemento indispensable para regenerar tendones y cartílagos, además de mejorar la apariencia de la piel, cabello y uñas, entre otras cosas.

“El colágeno está de moda”, dice la madre Catalina, “porque es bueno para la salud y combate las arrugas”. Por eso, “con la ayuda del ingeniero Roberto Mena hemos desarrollado este producto”. Las hermanas dominicanas lo preparan en la cocina del monasterio. Utilizan patas de res y llevan a cabo un estricto proceso al que le suman su “secreto” para obtener el mejor sabor.

Muy pocas personas pueden verlas y hablar con ellas, pues llevan una vida austera, de recogimiento y oración. Y así, aisladas, con un total desconocimiento de lo que ocurre en el mundo exterior, las monjas de clausura de la Sagrada Familia también elaboran especialidades vitivinícolas. No se trata de simples vinos de mesa y de consagrar, ya que han querido ir más allá y se han decidido por la calidad y por nuevas apuestas. Un ejemplo de ello es su vino compuesto de café, único en el Ecuador.

Esta especialidad se compone de uva sauvignon y café procedente de Loja. El resultado es un vino amarillo perlado, brillante y ligero, con aromas de pimienta y un toque de lima. No se utiliza para celebrar la misa porque lleva café, por lo que está destinado al público general. Recientemente, el chef Elvict Salazar, creador de Sushi and Sweets, y Daniel Pinto, trabajador de esta misma firma, se han interesado por este producto para ofrecer un maridaje con sushi. “Nos encantó. La esencia a café lo hace único. Nunca habíamos probado algo así”, dice Daniel Pinto.

Vinos Benedicto, que significa bendito, es la marca registrada con la que se comercializan los vinos del monasterio de la Sagrada Familia. Tienen tres variedades de vinos de consagrar: tradicional de pasas, sauvignon blanco dulce y tinto dulce. Todos ellos fueron aprobados en 2004 por monseñor Antonio Arregui, en ese momento presidente de la Conferencia Episcopal, máxima autoridad de la Iglesia en el Ecuador.

Hasta ahora, estas hermanas dominicanas han trabajado con mosto de uva sauvignon y merlot procedente de Argentina. Sin embargo, acaban de dar un paso adelante y ya están importando uva de Perú. Para este proyecto cuentan con el enólogo Iván Faurreret, de Mendoza, Argentina, y ya han empezado las pruebas. Su aspiración es conseguir un vino de calidad para la Iglesia (sus principales compradores) y su mayor dificultad es hacer frente a los impuestos del Gobierno que son muy elevados, puesto que está catalogado como bebida alcohólica, a pesar de que solo puede tener un máximo de nueve a doce grados, pues se utiliza para la eucaristía.

Cremas y pomadas

Los vinos Benenedicto también se dispensan en muchos centros religiosos de todo el Ecuador. Uno de ellos es el convento de Santa Clara, ubicado en el Centro Histórico de Quito, donde igualmente venden otros productos, ya clásicos, como cremas (hidratantes y con otras propiedades), pomadas y jarabes (el de ortiga para la circulación y el de alcachofa para el hígado). Sin embargo, ellas tienen sus propias labores. La hermana Narcisa Cifuentes explica que realizan bordados para las parroquias como, por ejemplo, manteles y vestiduras.

El convento de Santa Clara data del siglo XVI y es una de las construcciones icónicas de la época colonial. Narcisa Cifuentes ingresó con quince años en un convento de Ibarra y después se trasladó a Quito con las clarisas. Ya son veintiséis años de vocación y refiere que es feliz con esta vida.

Colágeno cien por cien natural, vino Benedicto y bordados, entre otros, son el trabajo de las hermanas de algunos claustros que con su trabajo obtienen lo necesario para subsistir y con su servicio ayudan a la comunidad.

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Pichón

El Real Monasterio de la Inmaculada Concepción, el del Carmen Alto y el del Carmen Bajo, todos ellos en el Centro Histórico de Quito, también tienen este tipo de productos de venta al público. Sin lugar a dudas, uno de los puntos religiosos que tiene más afluencia de personas es el monasterio de Santa Catalina de Siena, fundado en 1592. Han transcurrido más de cuatrocientos años, y gracias a las labores de sustento económico, con la elaboración de productos al servicio de la comunidad, pueden subsistir una veintena de religiosas.

A través del torno se intuye la presencia silenciosa de la hermana que atiende a las personas que acuden, algunas con fuerte convicción y fe, y otras no tanto. “Yo estoy aquí por novelería”, afirma un hombre de mediana edad que hace fila para comprar la gelatina de pichón, el producto estrella, que es una gelatina reconstituyente para la osteoporosis, problemas pulmonares y anemia. Según informan desde el monasterio, más de veinte personas acuden cada día para adquirirla. Otra señora, sin embargo, dice que viene por un remedio para la gastritis, ya que las mismas hermanas son las que aconsejan lo que se puede llevar para mejorar su estado de salud.

En realidad, cuentan con una amplia farmacia monástica y una doctora las asesora para que los controles de calidad estén en orden. Tienen alrededor de una docena de jarabes, entre ellos el de ajo, para problemas pulmonares e infecciones; alfalfa, para evitar hemorragias; canchalahua, para regular el período menstrual, o el de matico, para la gastritis, entre otros. Las cremas son antiarrugas, limpiadoras, nutritivas, de leche burra, de almendras y para las várices. De igual modo cabe mencionar que ofrecen aceites para dolores musculares y articulares, y para detener la caída del cabello, fortalecerlo y  restaurarlo. No hay que olvidar el apartado de las golosinas, con bizcochos de sal y dulce, café de habas, miel de abeja y turrones.

Helados y calientes

En esta misma línea las hermanas del monasterio de La Concepción aceptan encargos de tortas para compromisos sociales, y también elaboran galletas de vainilla. Ya fuera de la ciudad de Quito, las hermanas franciscanas, ubicadas en el colegio San Antonio de Padua, en Pomasqui, elaboran helados de paila de sabores variados, coco, guayaba, chocolate o frutilla. La receta, que se mantiene con el paso de los años, va pasando de una generación a otra entre las monjas.

Por lo general, es habitual que todas las religiosas, que viven recluidas en conventos, pongan a la venta velas, rosarios, escapularios, vino de consagrar y hostias. De hecho, es una tradición que se sigue desde la época de esplendor de la vida contemplativa. En España, por ejemplo, estas actividades hacen posible que todavía resistan más de setecientos monasterios en los que moran unas nueve mil monjas. Aunque hay que decir que no están pasando por un buen momento, pues muchas de ellas sobreviven gracias al Banco de Alimentos, según la información que maneja Vida Nueva Digital, una revista y portal de noticias religiosas.

Por eso, las madres ecuatorianas buscan formas de autogestión para vivir su retiro con dignidad. En todo caso, ofrecen muy buenos productos y muchas bendiciones.

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