A fines de junio la autora argentina publicó Cuánto vale una heladera, su más reciente libro; esta vez de dramaturgia. Y se acaba de estrenar El reino, la serie de Netflix que creó con Marcelo Piñeyro.

21 de junio. Oficialmente ha empezado la temporada más fría en Argentina de la mano del solsticio de invierno en el hemisferio sur. La mañana es plomiza, la temperatura de 10 °C y, mientras un zorzal canta en la rama de un plátano de sombra de hojas marchitas en los alrededores del Jardín Botánico Carlos Thays, en Palermo, algunos metros más cerca del cielo la escritora Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960) contesta un aluvión de mensajes.
Consideró cancelar la entrevista, diría después. Hace menos de veinticuatro horas se supo de la muerte del escritor argentino Juan Forn (1959-2021) y ella y sus colegas, lectores y personalidades de la cultura y la literatura están conmocionados, de luto. Sí, la mañana se ha pintado de gris.
Pero Piñeiro decide no suspender el encuentro y unos minutos pasadas las once sale por la puerta del edificio en el que vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y con una chaqueta y una bufanda enroscada al cuello camina hacia el café que queda justo en frente para mantener con Mundo Diners una charla a propósito de la publicación de su más reciente libro, que llegó a las librerías a fines de junio con el sello Alfaguara.
Cuánto vale una heladera recopila seis de sus obras de teatro, una de las cuales le da el nombre al libro y fue puesta en escena por primera vez en 2004. Porque Piñeiro no solo escribe narrativa, sobre todo policial, sino también dramaturgia. Y pese al frío y con un café entre las manos, una de las autoras argentinas más conocidas y leídas en el país y de las más traducidas a otros idiomas —alemán, estonio, francés, griego, hebreo, holandés, inglés, islandés, portugués, ruso, sueco, entre otros— desovilla la faceta teatral de su vida.
Además, repasa cómo fue que pasó de ser contadora pública a escritora. Y analiza la literatura que están produciendo las mujeres en la región y cómo el feminismo, la cuarta ola principalmente, ha incidido y está incidiendo, no solo en que las mujeres tengamos más derechos sobre nuestros cuerpos, sino en que las escritoras tengan más posibilidades, más visibilidad, más cabida.
La dictadura en las ideas
1978. A Piñeiro ya le tocaba ir a la universidad. Tenía dieciocho años. Quería estudiar Sociología. Pero en esos tiempos lo que se deseaba era solo eso, un deseo. Cuál era —literal— el destino de los argentinos lo decidía la junta militar encabezada por Jorge Rafael Videla, y así transcurrieron siete años, desde el 76 hasta el 83, cuando regresó la democracia a Argentina.
“Yo quería estudiar en la Universidad de Buenos Aires, pero la dictadura cerró Sociología y todas las carreras humanísticas que consideraba que eran peligrosas, entre comillas, para la sociedad; entonces elegí entre lo que quedaba y estudié Ciencias Económicas”, cuenta 43 años después Piñeiro, quien por eso se graduó de contadora pública.
Pero ella había deseado otra cosa y un anuncio en un periódico recalibró la brújula de su vida. “Yo quería escribir y estaba muy mal en un trabajo que me llevaba muchas horas diarias, un trabajo muy importante como contadora. En un vuelo a San Pablo vi un aviso que decía: ‘Editorial Tusquets concurso de novela’ y dije bueno, cuando llegue me pido una licencia para escribir una. Hice eso (…) y la mandé al concurso y un día me llega por correo la invitación a la fiesta de premiación porque era una de las diez finalistas (…). Esa fue la primera vez que algo me dio como el permiso de pensar: a lo mejor puedo ser escritora”.
Aquella novela finalista, El secreto de las rubias, sin embargo, nunca se publicó. Pero ya Piñeiro supo que podía, que algún día sí podría ser publicada, y fue entonces que empezó con talleres literarios. Asistió al de Enrique Medina y luego al de quien considera como su gran maestro: Guillermo Saccomanno. “Básicamente me formé en sus talleres. Leyendo, gracias a lo que recomendaba”, se acuerda.
A ese taller, “ya bastante escrita”, llevó Tuya y también allí comenzó a escribir Las viudas de los jueves y Elena sabe. Después dejó de asistir a ese espacio de escritura, aunque siguió compartiendo textos con amigos y cotalleristas, y pasó a tomar talleres de dramaturgia. En esta rama Piñeiro se inició con el director y dramaturgo argentino Mauricio Kartun y luego hizo la carrera en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) de Buenos Aires.
“En un punto me volqué a la dramaturgia porque cuando empecé a escribir Tuya sentí que había algo con la palabra escrita para ser dicha, el parlamento, el diálogo que me gustaba mucho”, indica Piñeiro, para quien el estadounidense Tennessee Williams es uno de sus dramaturgos preferidos.
Fue así que esos dos caminos se entrecruzaron y le permitieron maniobrar diferentes tipos de escritura. “Yo escribo una literatura bastante realista y hay cuestiones que tienen que ver con la poética, con el uso del lenguaje, de la prosa, que no cuadra en esa literatura y en cambio sí en el teatro”, explica.
Y añade: “A mí me empezó a funcionar la escritura de teatro como un bálsamo entre una novela y otra, en el sentido de que vos te embarcás a escribir una novela, lo que puede durar dos años (…) y escribir en el medio una obra de teatro me permitía meterme en un proyecto más corto y otra cuestión con las palabras”.
Piñeiro no solo escribe teatro. Lo consume. Y mucho. “Es una de las actividades que más me gusta, ir a un teatro”. Aunque no solo, pero también por eso 2020 le resultó difícil. “Fue una de las cosas que yo pondría en la lista de las más duras, en el sentido de que para mí elegir estar en la ciudad de Buenos Aires tiene mucho que ver con el teatro. Yo vivo con mi pareja, su departamento es acá en Palermo, pero mi casa es afuera de la ciudad y durante muchas temporadas preferimos estar acá por eso y en la pandemia eso desapareció”.
De ahí que, en noviembre pasado, cuando la actividad cultural fue habilitada nuevamente, Piñeiro estuvo en la primera fila del teatro San Martín para ver la puesta en escena de Happyland, luego de lo cual escribió en Instagram: “Aplauso final de diez minutos. Terminamos todos llorando”.
Siete meses después de aquel momento, Piñeiro comenta que las tres comedias y los tres dramas que integran Cuánto vale una heladera fueron previamente publicados, pero en un sello pequeño. “Pasarte a una editorial más grande te permite llegar a otros países, a otra gente”, anota. Esto es importante para esta autora porque hay quienes quieren hacer de sus textos “teatro vivo” y ante la imposibilidad de acceder a sus obras, ella hasta las ha enviado en archivo de Word.
Con esta nueva edición, el libro tendrá un recorrido más amplio y su dramaturgia un mayor alcance. De todas maneras, Piñeiro señala que “todas estas obras se han representado, la mayoría, en muchos lugares de Argentina, muchísimas veces” y que tiene dados los derechos de varias. Eso lo aprendió de otro escritor.

Así lo cuenta: “Había leído una entrevista a Roberto Fontanarrosa (Rosario, 1944-2007), que es un autor muy popular y, aunque no escribía teatro, de sus cuentos se están haciendo obras teatrales todo el tiempo (…). En esa entrevista decía que cuando alguien le pedía una obra, él siempre decía que sí, no importaba quién fuera, porque lo importante era que el texto circulara. Eso me pareció sumamente interesante y lo sentí muy mío, que también soy una autora popular”.
La obra de Claudia Piñeiro no solo ha llegado a las tablas, sino también al séptimo arte. Bajo el mismo nombre de sus libros se han adaptado al lenguaje cinematográfico Las viudas de los jueves, Betibú, Tuya y Las grietas de Jara. Y por si fuera poco Piñeiro ya llegó a Netflix.
A mediados de agosto se estrenó El reino, un thriller dramático original de la plataforma de streaming que creó con Marcelo Piñeyro. “Los dos inventamos la serie y la escribimos (…) Creo que hay veinte traducciones, impresiona un poco que a lo mejor alguien en Corea está viendo una serie que escribiste en Argentina”, dice Piñeiro y ríe.
La dictadura en los cuerpos
Indiscutiblemente, Piñeiro es una autora que tiene llegada. Por eso, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito le pidió, en 2018, que formara parte de las intervenciones que se desarrollaron en la Cámara de Diputados de Argentina y que dieron paso a que finalmente, el 30 de diciembre de 2020, la interrupción voluntaria del embarazo se convirtiera en ley en el país.
Si bien fue entonces que la postura de Piñeiro adquirió “estado público”, ya ella había hablado del aborto. El tema ha estado siempre presente en su literatura. “En Tuya (2005), la chica que evalúa hacerse uno no se lo hace. En Elena sabe (2006) está la situación y en los cuentos de Quién no (2018) también. En Una suerte pequeña (2015) está el deseo de no ser madre, un deseo bastante poco respetado, ¿no? Es una de mis obsesiones porque el tema de que el aborto sea o no legal tiene que ver también con el lugar que se le da a la mujer en el mundo”, apunta Piñeiro, que participó el año pasado en la edición virtual de la Feria del Libro de Guayaquil.
De ahí que el aborto volviera a estar presente en Catedrales (2020), su más reciente novela. “Después uno elegirá desde qué ventana quiere mirar el mundo, porque siempre miramos el mundo desde una ventana, pero por lo menos hay que saber que hay muchas ventanas y que no necesariamente el otro es una mala persona, sino que está mirando desde otra ventana. Ese es un aporte que los trabajadores de la palabra como somos los escritores, los periodistas, etc., podemos hacer a la sociedad”, considera.
Pero haber dejado claro desde qué ventana ella mira el mundo le ha costado; el precio, dice, ha sido alto. “Hace poco hicieron una investigación sobre las mujeres más atacadas en las redes sociales y tomaron cuatro ejemplos: Ofelia Fernández (legisladora), Noelia Barral Grigera (periodista), Dina Rezinovsky (legisladora) y yo, entonces bueno, eso tiene un costo”.
La liberación
El costo, no obstante, sería mayor con silencio, sin lucha ni resistencia. Y el feminismo sigue cosechando conquistas. Las escritoras están teniendo más visibilidad y cabida en el campo literario. A muchas incluso se las está recuperando y colocando en el lugar que se merecen en la literatura.
La reciente reedición de la obra de la escritora ucraniana-brasileña Clarice Lispector (1920-1977) es un ejemplo. “El movimiento feminista le ha dado luz a un montón de escritoras que ya estaban escribiendo y que su literatura merecía ser leída”, sostiene Piñeiro. “No es que el movimiento feminista sacó una pancarta de ‘lean a mujeres’, pero nos fue formando a todas para que esto suceda”.
Y en ese sentido, continúa: “Hace poco fui jurado de un premio en el que todos los finalistas eran varones. Como había otra mujer en el jurado, entre las dos hicimos una queja y logramos que se hagan modificaciones porque, si los catorce finalistas son varones, quiere decir que los prejurados no leyeron mujeres porque no podía ser que en ese conjunto de obras no hubiera ni una sola de una mujer. Eso pasaba en muchos premios literarios. Los prejurados eran varones que no leían a mujeres, entonces nunca las proponían”.
Eso ha ido cambiando. Ve que ellos también están sumándose a desarmar las construcciones patriarcales. “Les costaba armar el universal literario a partir de personajes femeninos y escritoras mujeres, y eso ha ido cambiando. Yo me sorprendo permanentemente con varones que nos leen a cualquiera de nosotras porque la verdad es que hace unos años eso no era así”.
Es, sin dudas, el feminismo, pero también “la maravillosa prosa y escritura de ciertas mujeres que están escribiendo ahora”. “Nosotros tenemos autoras como Gabriela Cabezón Cámara, Mariana Enríquez, Samanta Schweblin o Ariana Harwicz; todas fueron finalistas del Booker Prize (International, que distingue a las mejores ficciones traducidas al inglés) y eso es porque escriben literatura que merece estar ahí, pero también hay un movimiento que les permitió ser vistas”.
Y de ese grupo de maravillosas escritoras que están siendo cada vez más visibilizadas, Piñeiro destaca a dos ecuatorianas. “Lo que está pasando con María Fernanda Ampuero o Mónica Ojeda es muy emocionante. Son extraordinarias y no era tan común que llegaran acá libros de otras partes de Latinoamérica. Y no solamente acá, se las está leyendo en España, en todos lados, ¿no?”.
Evangélicos acusaron a Claudia Piñeiro de fascista

Ni bien se estrenó, El reino no solo se convirtió en una de las series más vistas de Netflix, al punto de que ya tiene segunda temporada confirmada, sino en el blanco de críticas de la Alianza Cristiana de las Iglesias Evangélicas de Argentina (Aciera), que acusó a Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro, sus guionistas y creadores, de “usar el arte” para hacer pensar que sus pastores solo ambicionan poder o dinero.
En su comunicado Aciera habló de un “comportamiento fascista” y cuestionó a la escritora por su “militancia feminista durante el debate de la ley del aborto”. Piñeiro respondió inicialmente en Twitter y luego en una columna de opinión, en la que tuvo que aclarar: “Escribo ficción. Y la ficción es mentira”.
Las acusaciones de Aciera hacia la serie que se centra en un pastor evangélico y su salto a la política también fueron repudiadas por su elenco completo, periodistas, diputadas y diputados argentinos, así como por la Unión Argentina de Escritores y Escritoras.