¿Se viene un cisma de la derecha católica estadounidense?

Parte de la jerarquía y de los fieles de Estados Unidos tiene una marcada tendencia conservadora, censura abiertamente al papa y podría llegar a romper con el heredero del trono de San Pedro.

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Fotografía: Shutterstock, Wikimedia.org

Cada vez está más claro que una parte de la jerarquía católica de Estados Unidos tiene diferencias profundas con el papa Francisco. Se trata de aquella parte conservadora de la jerarquía y de fieles, por lo general, blancos y ricos, que han emprendido una guerra cultural en pro de una cosmovisión basada en su supremacía dentro de Estados Unidos, y en la supremacía de este país en el mundo, una posición cercana a la del expresidente Donald Trump, a quien, por cierto, alaban y añoran. En lo eclesiástico cada vez son más abundantes sus ataques al papa, a cuyos esfuerzos por reformar la curia e implantar el Concilio Vaticano II se oponen.

¿El Concilio Vaticano II? ¿Pero no es que eso se terminó hace más de medio siglo? Sí, concluyó en 1965 y, aunque entre sus resultados estuvo la adopción de una nueva liturgia, la publicación de un nuevo catecismo y un nuevo Código de Derecho Canónico, algunos de sus cambios nunca fueron aplicados en Estados Unidos, al contrario de América Latina, donde se avanzó mucho más, sobre todo a través de la acción de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam) y, en especial, de sus plenarias de Medellín (1968) y Puebla (1979) que modelaron la aplicación del concilio en el subcontinente.

Una de las paradojas de todo esto es que, mientras Donald Trump, notorio estafador y abusador de mujeres, que apela de manera abrumadora al racismo y a la división, es ídolo de muchos católicos ricos estadounidenses, a Joe Biden, el segundo presidente católico de toda la historia de Estados Unidos, lo ven con recelo e, incluso, desprecio. Lo prueba el empeño de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos de armar pelea al nuevo presidente y sus amenazas de prohibirle la comunión.

Encabezada por el ultraconservador arzobispo de Los Ángeles, Mons. José Gómez, la conferencia de obispos optó por atacar a Biden, sin parar mientes en la increíble oportunidad que surgía para el propio catolicismo del hecho de que Biden fuera un católico practicante. No solo que el mandatario asiste a misa cada domingo —precepto que cumplen cada vez menos católicos—, sino que siempre se refiere a la influencia que la doctrina social católica ha tenido en su pensamiento político y de cómo su fe lo compromete a ampliar las políticas sociales y a respetar los derechos humanos.

Los obispos conservadores, en cambio, tras el triunfo de Biden en las urnas, se dedicaron a redactar un documento sobre una supuesta “coherencia eucarística”, basada en una seudoteología que propone negar la comunión a Biden y a otros políticos que apoyan el marco legal del aborto. Otro sector de los obispos norteamericanos se opuso a tal documento e insistió en la práctica universal de la Iglesia de que, al vivir en sociedades pluralistas, se debe distinguir entre legislar sobre una acción mala y realizar uno mismo dicha acción mala.

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El papa Francisco y el presidente Joe Biden se reunieron en privado en el Vaticano durante unos 75 minutos. Cada visita de un presidente estadounidense no solo ha marcado una fase distinta de su papado, sino también de la agitación política en Estados Unidos y en la Iglesia católica de ese país. Biden y el papa coinciden en muchos temas, y se han convertido en blancos comunes de los poderosos obispos conservadores estadounidenses que buscan socavarlos. FUENTE: WWW.NYTIMES.COM/ES.

Las posiciones extremistas no pudieron imponerse en la conferencia semestral de junio que, además, fue virtual y el asunto quedó pendiente para la siguiente plenaria en noviembre. Eso dio tiempo al Vaticano para intervenir directamente, dejar claro que la eucaristía no era un arma de ataque político, que la estrategia adoptada por la derecha era impracticable y que los obispos debían abandonar su obtuso enfoque y no negar la comunión a Biden.

El propio papa se pronunció al respecto. “Nunca he rehusado dar la eucaristía a nadie”, declaró a los periodistas en septiembre en el avión de regreso a Roma, tras su visita a Eslovaquia y Hungría, añadiendo que los obispos “deben ser pastores, no políticos”. E invocó una frase que ya había dicho antes: “La comunión no es un premio para los perfectos”.

Aunque los derechistas no se salieron con la suya, esta historia fue “otra muestra de cuán lejos están los obispos tanto de los fieles como de la dirección que marca el papa”, dice Michael Sean Winters, periodista de National Catholic Reporter, una publicación progresista. Y ese es el problema: toda esta área de la derecha católica mantiene una honda resistencia al actual papa. No es un problema de personas o de estilo sino, en el fondo, de una profunda oposición al Concilio Vaticano II.

Entonces, no resulta extraño que el papa dijera que algunas personas querían verle muerto, después de que se operó del colon en julio. “Estoy vivo todavía. Aunque algunos me querrían muerto. Sé que hubo incluso reuniones entre prelados, que pensaban que el papa estaba más grave de lo que se ­decía. Preparaban el cónclave”, dijo, con ironía, en septiembre. Como sobrevivió, algunos medios estadounidenses se pusieron otra fecha: especulaban abiertamente con la renuncia del papa cuando cumpliera 85 años, en diciembre. Recuérdese que Benedicto XVI renunció a esa edad, que Juan Pablo II murió de 84 años, y que, de hecho, Francisco es la persona de mayor edad en el ejercicio del papado en más de un siglo. (Solo León XIII fue más longevo en el papado: murió de 93 años, en 1903; ninguno de los papas posteriores superó los 85). Pero Francisco dejó claro que “ni siquiera se le ha pasado por la cabeza” la idea de renunciar y se lo ve vigoroso y saludable, aunque su cojera es cada día más notoria.

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Salida de los Padres conciliares de la basílica de San Pedro. El avance del secularismo y la pérdida de fieles después de las guerras mundiales empujaron a la Iglesia católica a modernizarse en plena Guerra Fría. Durante el Concilio Vaticano II, entre 1962 y 1965, las autoridades canónicas aceptaron democratizar la misa y acercarse a los no católicos, entre otras reformas. El papa Juan XXII inauguró el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962 en la basílica de San Pedro del Vaticano. La cumbre duró hasta el 8 de diciembre de 1965 y se dividió en cuatro sesiones. Acudieron 2.450 obispos de los cinco continentes, con Europa más representada, y también participaron observadores y delegados no católicos. FUENTE: WWW.NYTIMES.COM/ES.

Su voluntad de reforma está más que probada. En 2021 ordenó rebajas de sueldos en el Vaticano; puso límites a los regalos que pueden recibir los funcionarios (45 dólares); expidió una ley que permite enjuiciar penalmente en un tribunal compuesto por laicos a los cardenales y obispos que cometan delitos; ordenó auditorías independientes; destituyó cardenales, como al africano Robert Sarah, prefecto de la Congregación del Culto Divino, y, en un caso separado, al italiano Giovanni Angelo Becciu, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, tras conocerse una controvertida operación inmobiliaria en Londres, en la que se desembolsaron 232 millones de dólares procedentes de fondos de la Iglesia, causa por la que se le inició un juicio. Por siglos, el capelo cardenalicio había puesto a sus poseedores fuera del alcance de la justicia. Ya no más.

En julio Francisco revocó los permisos de su predecesor para la celebración de la misa en el rito tridentino, es decir, la liturgia que estaba en vigor antes de 1970. Lo hizo porque los movimientos ideológicos tradicionalistas estaban abusando de las concesiones otorgadas. Para ellos la misa en latín de espaldas al pueblo era la punta de lanza de su oposición a los cambios del Vaticano II.

La medida causó remezón en Estados Unidos, donde incluso en algunos seminarios se preparaba a los nuevos sacerdotes priorizando la misa en latín y los contenidos preconciliares litúrgicos y teológicos.

Francisco ve el tema en términos de su gran política de seguir ejecutando el Vaticano II. Hay quienes dicen que “implementar un concilio toma un siglo”, pero Francisco tiene prisa. Él es producto de la Iglesia latinoamericana, de cuyo seno salieron los avances teológicos más importantes (la Teología de la Liberación cumplió cincuenta años el año pasado) y de donde surgió una profunda renovación eclesial. Francisco impulsa, sobre todo, la dimensión pastoral, la de poner a los pobres y a los marginados en el centro de la preocupación de la Iglesia.

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Robert Sarah.

Pero una parte de la Iglesia estadounidense, tanto de la jerarquía como del laicado, no es tan entusiasta de estos enfoques, pues allí se ha afincado mucho una religión de la prosperidad que gira en torno al aborto como el peor pecado, que es ciega al racismo institucionalizado y reduce la solidaridad a dar limosna, muy generosa, por cierto, pero limosna al fin. El cardenal Sean O’Malley, arzobispo de Boston, enfatizó en una reciente entrevista que uno de los voceros más agudos de la oposición a Francisco es EWTN, el más grande sistema de televisión católica del mundo. “El propio santo padre ha comentado la situación de EWTN donde muchas veces las figuras de pantalla son muy críticos de él o, en todo caso, de sus ideas”, dijo O’Malley.

El papa, en realidad, no mencionó las siglas, pero todos entendieron de lo que hablaba cuando, en septiembre, dijo en Eslovaquia: “Hay una gran cadena de televisión católica que habla continuamente mal del papa sin ningún problema. Puede que yo personalmente me merezca estos ataques e insultos, porque soy un pecador, pero la Iglesia no se merece esto: es obra del diablo… Incluso se lo dije a algunos de ellos”.

¿Cuál es el problema? El propio Francisco lo explicó: “No quiero entrar [en discusiones] y por eso prefiero predicar, predicar… A pesar de que escribí una exhortación apostólica completa sobre la santidad, la Gaudete et Exsultate, algunos siguen acusándome de no hablar de la santidad. Dicen que hablo siempre de la cuestión social y que soy un comunista”.

Ahí está el quid del asunto: que el papa hable mucho de lo social molesta a estos católicos tradicionalistas. Cuestiones como el cuidado de la naturaleza o la solidaridad con los migrantes, sus normas sobre la transparencia y la obligación de investigar los abusos sexuales también irritan a estos cultores del catolicismo del privilegio.

En los dos últimos papados no se notó tanto esta deriva hacia la derecha de la Iglesia católica estadounidense porque fieles y prelados aplaudían a Juan Pablo II y a Benedicto, al creerlos opuestos a la implementación del Vaticano II, aunque dicha percepción, en muchos casos, fuera inexacta. Con Francisco —empeñado como está en una Iglesia “en salida”, y demostrando que no se amilana ante el oleaje derechista—, aquel grupo ahonda su oposición, dando paso a lo que podría ya considerarse una tendencia cismática. Basta ver que algunos teólogos de la derecha estadounidense cuestionan el magisterio del actual papa y consideran “meras opiniones” a sus encíclicas y exhortaciones apostólicas, cuando siempre habían defendido la infalibilidad de los documentos oficiales de los papas anteriores.

¿Podrá aquella parte más centrada de la jerarquía dar un golpe de timón que modifique el rumbo cismático de la Iglesia católica de Estados Unidos? Es difícil, por el dinero y la influencia que ha acumulado la derecha, aunque hay obispos muy comprometidos con la línea del papa. Habrá que seguir atentos a lo que suceda.

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