El Cidap y el arte popular de América

Obra de Arte de “Máscara de diablo”, Vicente Flores, Cuenca, 2022.
“Máscara de diablo”, Vicente Flores, Cuenca, 2022. Fotografía: Andrea Valdiviezo.

El Cidap, en Cuenca, mantiene una estupenda colección de artesanías, promueve el arte popular y participa en muestras que a veces incluyen Europa.

Fotografías C. Hirtz, J. P. Merchán y cortesía Cidap

En París, en junio pasado, se presentó Révélations, donde participó el Ecuador por primera vez. 350 artistas, diseñadores, artesanos, talleres, fabricantes, oficinas, de 29 países, se dieron cita en el Grand Palais para mostrar —y vender— las más sofisticadas e intrincadas piezas artístico-artesanales en madera, vidrio, fibras, cerámica y muchos materiales más.

Se trató de la VI Bienal Internacional de Creación y Artesanía Révélations, un evento central para mover la economía de este sector. La meta, además del aspecto económico, fue empujar hasta donde se pudiera los límites entre tradición y tecnología, manteniendo el oficio de lo artesanal.

En esta ocasión se desplegaron textiles contemporáneos que parten de las tradiciones del khayamiya egipcio; y las obras de arte de la ecuatoriana Pamela Suasti, cuyas esferas de fieltro crudo y semillas nos llevan imperceptiblemente al mundo de la creación, de lo creado; no hacen ruido.

La pieza central de Kuniko Maeda exploró sutilmente los ciclos de vida de la cultura y religión japonesas, abrazando también los modelos occidentales que han incorporado la materialidad y el consumismo.

Nada hace ruido; los stands con las representaciones por país dejaron la bella sensación de que la mayoría de piezas dialogan con la naturaleza de donde proceden los materiales y en cuyas formas, movimientos, sonidos, también se inspiran. El montaje fue diáfano y respetuoso.

En ese contexto, otro ecuatoriano, Andrés Aguirre, con sus piezas cuyos elementos de madera se aprietan y aflojan, naturaleza y humanidad, parecen fundirse en una sola voz, aunque su inspiración casualmente sea la del Pululahua, volcán dormido.

Si de voces se trata, las esculturas sonoras de Damián Sinchi descubren los ritmos de las ciudades mientras se activan manualmente las pequeñas maquinillas a modo de juguetes tradicionales.

Detrás del nombre de Catalina Sosa, representante de la Fundación Sinchi Sacha, se esconde el trabajo muy reconocido de las mukaweras de las comunidades kichwa canelo de Pastaza, cuya cerámica de paredes muy delgadas, decoración aplicada a pincel de pelo humano, cuentan historias míticas de estos pueblos exánimes ante la voracidad con la que tratamos nuestras reservas humanas y forestales en la selva amazónica. Estas fueron adquiridas por una de las más prestigiosas galerías parisinas, Invisible.

La América exótica de los sesenta

Así, Ecuador biodiverso, la sección ecuatoriana curada por María Gabriela Vázquez, directora actual del Centro Interamericano de Artes Populares (Cidap), nos lleva de la mano a explorar los orígenes de un movimiento cocinado allá por los años sesenta en Latinoamérica y cuyos frutos constatamos ahora.

Tras la Segunda Guerra Mundial nuestra región era vista con apetencia no solo como un lugar de extracción petrolera y otras materias primas, sino como un sitio de estancias cortas vacacionales por la exótica identidad que le dotaban sus paisajes, sus comunidades indígenas y los objetos artesanales y de arte popular que se vendían en ferias y mercados, amén de los bajos costes.

Transformadas por diseñadores modernos, parte de las manifestaciones indígenas llegaron a convertirse en objetos de decoración de grandes hoteles de lujo. El año pasado, en Cuenca, las IV Jornadas de Historia del Arte y la Arquitectura centraron su mirada sobre ello; muchos historiadores de varios puntos de América mostraron similitudes y diferencias. Hace pocas semanas se cerró en Quito una gran exposición en el Museo Nacional del Ecuador (MuNA) sobre el hotel Colón.

Obra de Arte “Tambor”, autor anónimo, Cotopaxi.
“Tambor”, autor anónimo, Cotopaxi. Fotografía: Andrea Cáceres.

Recuperar aquello que se escapaba de las manos, documentar las manifestaciones populares que se perdían en las nuevas generaciones, incorporar el conocimiento y la práctica del diseño moderno, fueron algunas de las acciones que se empezaron a manifestar en los primeros centros y museos de artes populares y artesanías que aparecieron entre 1960 y 1970 en toda América Latina.

Tras largas discusiones sobre la sede, finalmente la OEA, en conjunto con el Gobierno del Ecuador, crearon oficialmente el Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares (Cidap) en Cuenca, en 1975, hace ya casi medio siglo. Ciudad patrimonial y sede regional de la mayor cantidad de ramas artesanales y oficios aún vivos, su nombramiento era indiscutible. Así nació un organismo en la actualidad muy activo que depende del Estado ecuatoriano.

Belleza de las artesanías

El Cidap ha logrado consolidar una colección de 8300 objetos de lugares como Madagascar, Japón, México y el mismo Ecuador. La variedad de materiales y usos es enorme, como podemos apreciar por la selección de imágenes realizadas para este artículo. Se espera en breve contar con una exposición semipermanente sobre artesanías ecuatorianas en la misma matriz en Cuenca, una bella casa patrimonial neocolonial en el sector de El Barranco.

Se transforma su página web. En pocos meses podremos hallar un registro de los artesanos, asunto crucial para la comercialización de los bienes; además, se contará con la digitalización de todas las publicaciones del mismo Cidap, incluido su órgano de difusión Artesanías de América. Su biblioteca y centro de documentación Claudio Malo González es el mayor repositorio del país para el tema artesanal. Cuenta con más de sesenta mil ítems: libros, revistas, fotografías, videos, recortes, entre otros.

Arte “Caballos”, medalla Cidap 2022, categoría internacional, Gustavo Salas.
“Caballos”, medalla Cidap 2022, categoría internacional, Gustavo Salas. Fotografía: Andrea Cáceres.

Las ferias anuales curadas y organizadas por el Cidap, en las fiestas novembrinas de Cuenca, son de gran calidad. En interiores y a lo largo del río Tomebamba se disponen carpas que muestran lo mejor de la artesanía americana y del Ecuador. Ríos de gente acuden a la cita, a pesar de la enorme cantidad de ferias menores que hay en la ciudad. Un largo y riguroso proceso de selección convoca a miles de personas que admiran y compran. A veces también congrega a nuevos artesanos; en otras a muy conocidos y con novedosas propuestas.

Quienes hemos acudido a todas las citas constatamos el perfeccionamiento técnico de la artesanía tradicional, la mano de nuevos diseñadores en colaboración con artesanos, la ampliación en el tipo de objetos elaborados. Véanse, por ejemplo, sectores de Cotopaxi que producían las tradicionales shigras ahora salen al mercado con oshotas y zapatillas modernas; el sombrero de paja toquilla de Azuay y Manabí, su tejido, se ha ampliado en otras prendas de vestir y de mesa. Y podemos seguir… Modernos sin olvidar la tradición.

Me da la impresión de que el Cidap podría aliarse de manera sistemática y continua con centros de formación de segundo y tercer nivel, crear cursos de capacitación para artesanos, artistas y diseñadores —juntos— avalados por el Ministerio de Educación. También se requiere capacitar permanentemente a profesores y maestros en cada una de las ramas, así como su contraparte en aspectos más académicos que ahora tienen un espacio en el Ardis transformado hace poco en la Bienal de Artesanía, Diseño e Innovación. Su primera edición será el próximo año con el tema “Lo que traigo y lo que dejo: las relaciones entre lo propio y lo ajeno”.

El mundo está cada vez más atravesado por la movilidad humana; lo que fue hace pocas décadas no será más. Habitarán nuevos objetos mestizos con algo del trópico caribeño, un poco de los altos Andes; se cruzarán materiales, temas, formas de hacer, crear y circular, y nos encontraremos con un planeta pleno de cosas no vistas antes, tales como aquellas que reveló, para ser redundante, la citada muestra Révélations.

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