El Chuzalongo una entidad de la mitología andina

En la serranía ecuatoriana, especialmente en las zonas rurales, abunda una serie de leyendas de lo más variopintas y mágicas. Entre estos seres fantásticos llaman la atención el Chuzalongo, el Huacaisiqui o el Ninahuilli. ¿De quién se trata y cuáles eran sus dominios?

Chuzalongo curubi
Ilustraciones: Paco Puente.

La figura del Chuzalongo es algo esquiva y no está bien fijada. De hecho, tiene distintos nombres según cada región. En la zona de El Ángel, en la provincia del Carchi, es conocido como Curubi, un apelativo que curiosamente coincide con el de un personaje semejante que habita en el Chaco paraguayo y argentino. Por otra parte, en las selvas de Esmeraldas, nuestro personaje es conocido con el nombre de Bambero.

Al Chuzalongo se lo ha descrito, casi por unanimidad, como una especie de gnomo o duende que habita en los bosques, en las alturas de los páramos, en la profundidad de los ojos de agua o de las quebradas solitarias. El rasgo más característico es su estatura que, según el decir de los testigos, no pasa del metro. La propia etimología del vocablo es un buen indicador de su figura: chuza o chuzo significa en kichwa pequeño, y longo, niño. En ciertos lugares ha sido descrito como un enano cuya cabeza no guarda proporción con su cuerpo.

Más allá de su condición enanoide existen otros rasgos que lo identifican plenamente. Unos dicen que es un ser con deformidades que lo convierten en un ente espantoso y hasta aterrador. También lo describen como un ser peludo. Hay quienes aseguran que tiene unas orejas que le salen de los hombros, y hasta dicen que hay un Chuzalongo que anda con los pies al revés. En fin, todo un compendio de inquietantes rarezas y extravagancias. Destaca por sus ojos inmensos y una mirada fija y penetrante. Viste de negro y, gracias a sus poderes mágicos, es capaz de desaparecer o aparecer a voluntad.

Un dato que se infiere de los testimonios recogidos por los antropólogos es que, al igual que ciertos animales, se trataría de un ser eminentemente territorial y celoso de sus particulares dominios. Por eso, a veces mostraría cólera hacia los intrusos que se atreven a entrar en sus dominios.

Orígenes del Chuzalongo

Como ocurre con las leyendas, el origen de este personaje no es claro. Sin embargo, hay buenas razones para pensar que la mitología que se ha forjado en torno a él hunde sus raíces hasta los más remotos tiempos precolombinos. En efecto, en excavaciones efectuadas en la provincia del Carchi, se han encontrado imágenes elaboradas en cerámica en las que aparece representado.

Ahora bien, queda patente que a lo largo de los últimos quinientos años ha sufrido las interferencias de los procesos de mestizaje. Las leyendas en torno al personaje y la descripción de sus costumbres revelan la existencia de elementos que lo vinculan al folclore y a la mitología mediterránea y centroeuropea.

En ocasiones, y conforme con los rasgos que han aportado antropólogos y eruditos locales, surge la sospecha de que el personaje ha ido reinventándose a medida que han incorporado elementos muy propios del dios Pan de los griegos. Prueba de ello es que cuida los rebaños de ganado, venados y, en general, de la fauna salvaje que habita en los páramos.

Chuzalongo mestizo.

Su condición mestiza también se refleja en la indumentaria del Chuzalongo. Su sombrero evoca los de las hadas y personajes afines. Además, otro rasgo que también delata su condición de mestizo es que en ciertas descripciones su pelo es rubio y la piel, blanca.

Sus picardías y sus maldades

El Chuzalongo, tal como lo describen indígenas y campesinos, se caracteriza por ser un hábil negociante y un gran embaucador. Se asegura que la única forma en la que los cazadores pueden obtener buenas piezas es apelando a un pacto con el personaje, que normalmente consiste en el pago de un tributo. Este acepta pan, sal común, dulces, frutas y, ¡cómo no!, aguardiente. Una vez que se ha celebrado el pacto a su satisfacción, es cuando las faenas de caza pueden transcurrir plácidamente. El incumplimiento del contrato puede ocasionar que el Chuzalongo agreda a los cazadores y espante a los animales con argucias y trucos mágicos.

El Chuzalongo es peleonero por naturaleza y, según testimonios, persigue, se obsesiona con las personas por períodos de hasta cinco o más años. “El espíritu maligno se encoleriza y de un puñete manda al suelo a su contrincante. Cuando están chumados les empuja y les manda lejos”, aseguran algunos. Incluso no se descartan las agresiones físicas con piedras y palos. De hecho, hay uno que otro episodio registrado que lo hace responsable de muertes violentas.

En muchas de las tradiciones orales, el Chuzalongo aparece como un ser oscuro y cuasi demoniaco nacido de lo más profundo de las entrañas de la tierra. No es, por lo tanto, un ser confiable ni mucho menos un benefactor desinteresado. Por ahí por donde pasa, la atmósfera se vuelve pesada. En ciertas comarcas serranas los padres suelen aconsejar a sus hijos pequeños evitar sus dominios y no aceptar sus obsequios. Por si fuera poco, se le atribuye la proliferación de enfermedades, también de las tormentas y las granizadas que azotan los páramos y las sementeras.

Connotaciones sexuales

Chuzalongo capataz

Un rasgo intrínseco son sus atributos sexuales, concretamente un pene descomunal que desde el pubis llega hasta la mejilla. Particularmente llamativo es el Chuzalongo que habita en el valle de Los Chillos y al cual apodan Capataz. Se trata de un ser de color negro, con cuernos; luce polainas hasta las rodillas, capa y hasta un juego de grandes espuelas. Su figura es tan popular que en Semana Santa ciertas poblaciones de la serranía acostumbraban disfrazarse de este personaje.

Si en algo coinciden muchas de las diferentes versiones del personaje, al Chuzalongo se le atribuyen importantes connotaciones sexuales y su condición de gran seductor. Se trataría de un ser promiscuo y obsesionado con fornicar. No por casualidad ha sido descrito como un ser virilmente bien dotado. Muy en consonancia con estos atributos, una de sus grandes aficiones es la de desfogar su apetito sexual con las mujeres que suelen transitar por su camino. Entre los indígenas de Imbabura, da buena cuenta de estas aficiones el Chuzalongo del Mojanda.

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