Chroma el color de las esculturas clásicas

Reconstrucción del costado del sarcófago de Alejandro, que representa una batalla entre griegos y persas en sus colores originales. Fotografías: Alamy Photo Stock y Cortesía MET.

Cuando pensamos en esculturas de la antigua Grecia y la antigua Roma pensamos en mármol, brillo y blancura. El mundo griego y romano ha sido la base de la civilización occidental, y sus obras de arte han pulido nuestro gusto estético, marcando un camino ideal de perfección abstraído del universo de lo cotidiano.

Sin embargo, esa realidad era casi opuesta a nuestra percepción actual. La escultura grecorromana era una figura viva y repleta de color, de pieles diversas, vestimentas ricas en diseños y combinaciones cromáticas provocadoras. No obstante, los museos y galerías han enterrado esta policromía detrás de las capas del tiempo, sosteniendo el mito de la monocromía. Hoy, gracias al trabajo extenso de historiadores del arte y científicos comprometidos, podemos apreciar una perspectiva muy diferente y quizá mucho más real.

El Museo Metropolitano de Nueva York presenta, hasta marzo de 2023, la exhibición Chroma. La muestra revela la historia de la policromía en una de sus colecciones más emblemáticas y explora las múltiples e innovadoras prácticas científicas utilizadas para descubrir los colores, y cómo estos ayudaron a transmitir un significado particular en la Antigüedad y cómo la policromía se ha interpretado en períodos posteriores.

Reconstruir el color

¿Cuándo fue que se volvieron blancas las esculturas del mundo antiguo? El punto de vista estético que tenemos del mundo clásico viene de museos y espacios arqueológicos llenos de mármol pulido, tallado en estatuas o decoraciones arquitectónicas. El museo del Acrópolis está repleto de figuras blancas: esculturas esbeltas, homogéneas, de mármol que brilla con la luz.

Sin embargo, la policromía caracterizaba a estas esculturas y las fusionaba en un mundo más cotidiano. Y estas capas de color van develándose poco a poco, como capas arqueológicas que se van descubriendo en el mismo cuerpo.

Un gran ejemplo de estas piezas que se han reconstruido y ahora están en la exhibición es la “Phrasikleia Kore”, una estatua funeraria griega de las más famosas que se han encontrado del período arcaico (creada entre 550 y 530 a. C). Fue enterrada en la antigua ciudad de Myrrhinous (actual Merenta), es de mármol pario y fue creada por el artista Aristión de Paros. Phrasikleia era de una familia acaudalada y murió joven. Sus familiares la honraron con una escultura de gran tamaño.

Poco después de su descubrimiento, la escultura mostraría diversos rastros de color. Gracias a avanzadas técnicas científicas como la espectroscopia de absorción UV y de rayos X fluorescentes sobre la piel y la vestimenta, se fue develando una rica policromía. La piel era de color natural, los labios de un rojo intenso y los ojos de un negro profundo.

La vestimenta era naranja, decorada con ornamentos y joyas hechas en láminas de oro y plata, las uñas de los pies pintadas, un pelo castaño altamente elaborado y un cinturón muy ornamentado que despliega un efecto magnético extraordinario. Sobre su cabeza se posa una corona de capullos de loto y sostiene un solo capullo en su mano izquierda. En el epigrama de la base nos dice que murió joven, antes de poder casarse.

Para el espectador antiguo, en las estatuas femeninas, la diversidad de color era esencial, así lo expresa la propia Helena de Troya en la obra de Eurípides, cuando se culpa a sí misma por la tragedia de la guerra de Troya: “Si tan solo pudiera despojarme de mi belleza y asumir un aspecto más feo, de la misma manera que se despojaría a una estatua de su color”. Estaba claro que la belleza la otorgaba el color y que una superficie blanca sería incapaz de expresar una estética más fidedigna.

No solo eso, también un uso variado del color generaba narrativas claras y concisas, daba mayor visibilidad, como en el caso de los relieves en la arquitectura. Los colores ayudaban a distinguir las figuras y sus roles en la historia. Por ejemplo, el color ayuda a distinguir escenas de las guerras de Troya en el templo de Aphaia en Egina. Veinte o treinta metros antes de entrar en un santuario griego, ya se podían ver las figuras del frontón. Hubiese sido imposible leer aquellas narrativas mitológicas sin el detalle de los textiles, de los ornamentos o de las armas de los soldados.

En cuanto al color de la piel, en las mujeres la piel más pálida era considerada un símbolo de belleza y refinamiento, ya que así se demostraba que pertenecía a una clase lo suficientemente privilegiada para no tener que trabajar a la intemperie (como en el caso de Phrasikleia). En cambio, en los hombres, la piel clara era sinónimo de debilidad; la piel oscura simbolizaba el heroísmo de pelear en el campo de batalla y la fortaleza de un atleta.

La reconstrucción de las piezas fue hecha por la pareja de arqueólogos clásicos Vinzenz y Ulrike Koch-Brinkmann, dos alemanes que han explorado la gran pregunta del color en la cultura clásica griega desde principios de los años ochenta. Cuando comenzaron su investigación no había colegas interesados en el tema. Cuenta Ulrike que uno de los directores del MET, Edward Robinson, estuvo presente en la excavación del Acrópolis en Atenas y vio con sus propios ojos cómo las esculturas fueron extraídas de la tierra aún con bastante color.

Escultura de un arquero troyano, ca. 500 a. C. der.: La reconstrucción en color de la escultura, procedente de la exposición Dioses en color, muestra al arquero con el traje de los escitas, una tribu de Asia Central.

También vio, pocos días después, cómo las esculturas habían perdido su color. Vinzenz explica con mucha claridad que cuando los objetos están enterrados permanecen protegidos; ya expuestos a la intemperie, comienzan a sufrir las inclemencias del clima y de la atmósfera; es así cómo las esculturas pierden su color a través de los años. Pero si miramos muy de cerca la superficie de las esculturas, nos daremos cuenta de que aún existen rastros de color.

Reconstruir las esculturas para descubrir su policromía equivale a una investigación que implica décadas enteras. Las preguntas que se abren en el camino son muchas, dice el arqueólogo Brinkmann, por ejemplo, cómo reproducir los pigmentos naturales con minerales, ya que todo debe hacerse desde el material original.

La esfinge también fue reconstruida por el departamento de investigación científica del MET. La pieza aún tenía evidencia palpable de su policromía, la cual facilitó su proceso de reconstrucción. Este tipo de reconstrucciones intentan suplir un vacío histórico. Brinkmann asegura que no puede existir un conocimiento auténtico y profundo de la narrativa clásica sin un conocimiento del color. “Necesitas colorear para discernir el detalle, la historia completa, el cuento de hadas”.

Por medio de este código QR se puede ver la esfinge original y su reconstrucción a color. Desde su computadora, escanee el siguiente código QR con su dispositivo móvil:

El mito de la monocromía

En un artículo del The New Yorker titulado “El mito de la blancura en la escultura clásica” de octubre de 2018, se concluye que, a pesar de que las esculturas griegas y romanas fueron en su mayoría policromáticas, se ha sostenido el mito de una blancura impecable a lo largo de la historia del arte para perpetuar ciertas suposiciones estéticas y raciales.

Para quienes han visitado los grandes museos y han apreciado la escultura clásica, el color blanco siempre ha predominado, creando una atmósfera de limpieza, pulcritud e impecabilidad. Hay un sentido de perfección y de idealismo en esas figuras de dioses, personajes míticos, atletas, soldados y demás. A través del tiempo, tenemos instaurada esta imagen clara, que viene del mármol desnudo, en nuestras mentes como un tatuaje imborrable. Museos, galerías y libros de arte en el mundo occidental han resaltado a la escultura clásica despojada de su color. Cuando pensamos en ellas, pensamos en obras puras, casi intocables.

Entrar en la galería del MET, donde hoy está la exhibición Chroma, es romper un paradigma. Entre las esculturas blancas que estamos acostumbrados a ver, se encuentran las nuevas piezas que han sido recreadas para mostrar un universo de color. Los espectadores se encuentran frente a algo inédito, semejante a un teatro de la fantasía y pueden quedar muy impresionados. Sin embargo, se trata de lo contrario pues se muestra una escultura más cotidiana y menos ideal, precisamente gracias al color. El blanco idealiza, el color sucumbe a la narrativa de lo común y corriente.

El artículo de The New Yorker también explora cómo se fue enterrando esa policromía a lo largo de la historia. Era imposible que la población griega y romana fuera de tez blanca. Eran lugares de convergencia donde se juntaban diversas razas, de diversas culturas y poblaciones. Las esculturas estaban por toda la ciudad, no en museos ni en galerías (invenciones más recientes); por lo tanto, el color fluía con el paisaje, con su población diversa, como algo muy natural.

Nuestro gusto estético por lo clásico ha sido perfilado por una cultura que se afianza en ideales, lo que hace que vivamos en un acto de “ceguera colectiva”, dice la autora en la revista neoyorquina; incluso se ha llegado a pensar que una escultura clásica en color podría ser considerada de mal gusto.
Quienes tengan la oportunidad de visitar la muestra podrán evidenciar su reacción frente a esta nueva propuesta. También se puede entrar en este mundo del color antiguo con el profundo deseo de descubrir lo invisible dentro de lo que tan acostumbrados estamos a ver.

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