Christian Wiese: La arquitectura refleja la salud de un país

Por Pablo Cuvi

En alemán, su nombre significa cristiano y su apellido, pradera. Es un buen punto de partida para alguien que se va a dedicar a construir “encima de la tierra y bajo del cielo”, como le gusta decir. Su padre vino de Hamburgo como especialista de comercio exterior. Aquí conoció a doña Magdalena Fernández de Córdova, se casaron y emprendieron una vida juntos.

Como corresponde, Christian acudió al colegio Alemán de Quito e inició sus estudios universitarios en Alemania. Pero algo pasó. Algo que me va a explicar con su hablar acelerado en su estudio del Site Center, edificio diseñado por él en Cumbayá, con agua, jardines y un mural de Paula Barragán. Nos ubicamos en un recodo del amplio y luminoso espacio donde sus compañeros de Wiese Arquitectos continúan discutiendo algún proyecto en medio de planos y maquetas de las obras en marcha. Rubio, robusto y pelado, Christian parece más de allá que de acá. Por eso le pregunto de entrada:

—¿Qué pasó allá?

—Me intrigó muchísimo mi condición mestiza, tengo un fuerte legado alemán y tengo un fuertísimo legado latinoamericano que pesó más en ese momento. Me interesó mucho la cualidad de poder hacer ciudades nuevas en Latinoamérica, proyectos nuevos.

—Igual podías estudiar allá y venir a hacer los proyectos acá.

—Estuve cerca de un año en Alemania confrontado con otra generación, con otra cultura completamente, y preferí regresar al Ecuador a seguir este sendero.

—En esa época la San Francisco estaba recién iniciando Arquitectura, ¿no?

—A mi regreso, mi padre fue a hablar con Carlos Montúfar y le preguntó qué universidad sería buena en Latinoamérica para estudiar Arquitectura y Carlos le dijo: “por qué no abrimos la Facultad de Arquitectura de la San Francisco, esa sería una excelente opción para tu hijo”. Como cuenta la leyenda, la facultad fue organizada en esta reunión, yo soy el primer alumno. Y soy el primer graduado.

—¿Estudiaste a los arquitectos de la generación de Luis Oleas, Milton Barragán, Ovidio Wappestein?

—Por supuesto. Uno de mis grandes mentores ideológicos es Ovidio Wappestein, que cambió la cara de una ciudad, porque eso es lo que hizo en la avenida Patria; tuvo el chance de hacer cuatro edificios importantísimos, los formó maravillosamente, cambió la relación con el parque de El Ejido, es algo único, la manera como el fundía plásticamente el hormigón es poesía. Hasta hoy sus edificios son actuales, no han pasado un día.

—El de Ciespal lo hicieron con Milton Barragán.

—Claro, es un edificio que ahora está en una exposición del MoMA. Los estudié muchísimo, seguí los pasos de estos heroicos concursos que gestaron edificios como el de Cofiec, eran concursos nacionales donde participaron grandes arquitectos.

—Luego, como que se desdibujó la ciudad, empezaron a aparecer edificios muy mezclados, sin mucho estilo.

—Eso es lo que yo llamo ‘el proceso orgánico’ que tuvo Quito en su crecimiento. Si te imaginas una línea de tiempo, está el Centro Histórico, y por la 10 de Agosto ves cómo van cambiando de unos edificios muy bien resueltos y constructivamente muy bien hechos, a otros que comienzan a aparecer con el crecimiento petrolero. Después, en el norte son edificios más bien utilitarios los que aparecen en la década de los ochenta. El panorama vuelve a cambiar en los noventa, aparecen excelentes edificios nuevamente.

—¿Por ejemplo?

—De la mano del arquitecto Rafael Vélez, por ejemplo, el edificio del Banco Popular, un cambio radical en la arquitectura de Quito otra vez, y coinciden con esa expresión de claridad y transparencia.

—¿Cómo ves el Centro Histórico con relación a este crecimiento de Quito, cómo se integra con esta nueva ciudad?

—En buena hora se ha reconocido que el Centro Histórico es un gran recurso de vivienda, y se le está regenerando a la vivienda, eso es algo precioso, es el Centro Histórico más grande la Latinoamérica y hay que darle una función clara. Es acertado que hayan regresado algunas instituciones públicas para que se vuelva un centro vivo durante el día.

—¿Qué te parece lo que está pasando en barrios como La Floresta, que tenían una identidad surgida por los años cuarenta, esas casas con jardines, y que las están destruyendo?

—Me parece gravísimo. Lo más valioso no es la tipología de la casa, sino lo que tú acabas de mencionar: los trazados urbanos y los jardines. La nueva arquitectura que se debería ejecutar ahí debería conservar los trazados urbanos y los jardines con edificios de una altura reservada de ocho o diez pisos. O sea, la ciudad tiene que crecer pero controladamente, no puede ser que se pierda el legado de la ciudad para las nuevas generaciones.

—Pero tu edificio, apodado El Lápiz de Labios, queda donde empieza La Floresta y rompe con toda la arquitectura tradicional.

—Hacia las vías principales creo idóneo y necesario la generación de hitos importantes en altura, hay que aprovechar mejor las vías principales como la 12 de Octubre. Este edificio, el Urban Plaza, obtuvo un reconocimiento mundial en la Bienal de Miami 2009. Fue el primer proyecto que hice en conjunto con Tommy Schwarzkopf. Trabajar con él como arquitecto ha sido una de las mejores experiencias de mi vida, me ha llevado dos pasos más adelante, sin duda alguna, él es el mejor promotor del país, con una visión muy interesante de arquitectura de vanguardia.

 

DIECISIETE CONCURSOS GANADOS

—¿Qué se necesita para triunfar en el Ecuador?

—Lo importante para triunfar es muchísimo esfuerzo. Muchas cosas de la vida se dan con una cuota de talento, sin duda, con la bendición de Dios, pero el esfuerzo es una condición innata y una decisión del ser humano.

—He hecho esta pregunta a distintos tipos de personajes en distintas épocas. La mayoría está de acuerdo en que también se necesita un poco de suerte.

—Si me preguntas a mí, la suerte es fácilmente reemplazable con el esfuerzo, la suerte no existe, tenemos en nuestras manos la decisión de forjarnos nuestro destino y para eso hay una cosa que es clave, el esfuerzo, esa decisión, ese primer paso, esa huella firme.

—Hablando del primer paso, ¿en qué trabajaste al salir de la universidad?

—Me gradué en 1996 y estuve algunos años con Felipe Londoño, a quién agradezco muchísimo, un hombre muy poderoso. Colaboré en proyectos importantes, en varias casas, en el club Los Arrayanes, y vi la necesidad de conformar mi propio estudio de arquitectura en 1999.

—¿Cómo fue el concurso de la Flacso?

—Ellos deciden en el año 2000 hacer un concurso anónimo de arquitectos jóvenes, que coincidía que eran hijos de arquitectos consagrados del medio como Alfredo Rivadeneira, como Andrés Núñez, Carlos Banderas y Clemente Durán Ballén de Guayaquil. (Ha nombrado a los hijos). Fue una invitación nacional y la característica era ser jóvenes, por eso, logro que me acepten.

Con toda la ilusión de realizar la sede de una universidad, soy el primero que entrega los planos empacados correctamente, en papel kraft me acuerdo, y un jurado excepcional, conformado por Ovidio Wappenstein, Roberto Noboa y Rolando Moya, escoge mi propuesta. Me siento más orgulloso de haber ganado esta contienda anónima. Redondeando un poco tu pregunta de cómo se puede lograr el éxito, una forma excelente para un arquitecto joven de hacerse conocer y salir adelante son los concursos de arquitectura.

A este primer concurso le siguieron dieciséis victorias más, siempre hubo en mi carrera una necesidad de presentarme a competir, a reclamar un lugar.

—Para la biblioteca de la Flacso ya no fue concurso, ahí te llamaron porque habías hecho el otro, ¿no?

—Sí, fue ya una prolongación, se quería mantener la buena mano que generó el primer proyecto, un proyecto exitoso que ganó el Premio Ornato de Quito y ganó también la mención de honor en la Bienal de Miami.

—La biblioteca parece más audaz que el anterior, tal vez por el terreno que tenía, que era un desafío.

—Sí, es un terreno triangular que me dictó una forma muy especial, y era la oportunidad de hacer desde el principio un edificio destinado a una biblioteca, algo único en el país, y eso me llevó a algo espiritual, a esta sensación de poder admirar todos los libros.

—¿Eres católico?

—Soy católico, apostólico y romano.

—¿De misa los domingos?

—Claro que sí, antes que todo está Dios. (Hace un gesto amplio con la mano). El origen de la biblioteca viene de esta búsqueda espiritual de tener todo el conocimiento al alcance. Para eso generé un atrio de ocho pisos de altura, elíptico. Esa fue una de las batallas ganadas: que no fuera una biblioteca cerrada, sino abierta.

 

EL MÁS ALTO DEL ECUADOR

—¿Cómo es tu teoría del racionalismo orgánico y de la integración con la naturaleza?

—Mi obra, durante los primeros años, fue extremadamente racionalista, extremadamente clara, siempre buscó la trasparencia, buscó el orden…

—¿Se podría decir que fue muy alemana?

—Pensaría que muy latinoamericana porque es muy ambiciosa la arquitectura latinoamericana pero con presupuestos estrechos. ¿Cuál es la conclusión? La precisión de pensamiento. Debes tener mucho recaudo en el presupuesto, controlar el presupuesto pero no el pensamiento; entonces la respuesta es el racionalismo: cómo utilizas mejor tus recursos para lograr espacios ordenados, claros, de sencilla construcción.

Yo soy el resultado de esa condición latinoamericana, pero en un momento de mi carrera me cuestiono y nace mi apreciación de lo que he llamado el racionalismo orgánico: las plantas comienzan a girar y ascender, son exactamente las mismas plantas ordenadas, transparentes, de fácil construcción, pero dispuestas de una manera más ambiciosa, con una serie de giros ascendentes como se encuentra en la naturaleza.

—¿Ese sería el caso del The Point?

—Ese sería el caso del The Point, el edificio más grande del país en este momento, de 36 pisos y que tiene una planta que gira en su propio eje. Esto nació en un proyecto diseñado en conjunto con Tommy Schwarzkopf: el Urban Plaza, donde buscábamos algo muy especial, algo que empezara a girar y produjera un resultado único y emocionante, y eso es lo que se logró. Lo más importante que puedes obtener como arquitecto es que a tus edificios le pongan apodos: Pintalabios, El Tornillo; algunos maestros le dicen La Broca porque les parece idéntico a la broca con la que hacen los huecos en los muros.

—¿De quién fue la idea de crear esta Ciudad del Río en Guayaquil?

Del ingeniero Pablo Campana, que está casado con la hija de Isabel Noboa. Él presentó el proyecto porque era el gerente de Pronobis en ese momento y me buscaron a mí para la realización del Plan Masa. (Como parte del Plan de Desarrollo Urbano de Guayaquil). Esa fue una de las grandes oportunidades de mi vida realmente, formar la cara de una ciudad tan querida como Guayaquil, con la estrategia de generar “un pedazo de ciudad dentro de la ciudad”. Había que generar un elemento icónico y eso es The Point, que nace de la idea de crear un gran faro que comience a alertar a la ciudad de la presencia de un nuevo Guayaquil. Ahí viene la frase: “El nuevo Guayaquil nace al pie del río”.

—¿Qué feedback recibiste de la gente que veía El Tornillo?

—Positivo, se cumplió con la visión del grupo Noboa de lograr un ícono para Guayaquil y ver que un pueblo con mucho esfuerzo puede llegar a estar más cerca del cielo. Hacer un edificio con esas condiciones no solamente es un hecho inmobiliario, o constructivo, es un hecho social, es el resultado de una época que se manifiesta en la construcción de un edificio.

—¿No te parece raro que sea la época de la Revolución ciudadana, que supuestamente era para las grandes masas y para la inclusión social, la época en la que se estén generando estos edificios que más bien son lo contrario?

—No, coinciden totalmente. En buena hora tenemos un clima favorable para la edificación de estos grandes edificios, el Gobierno actual ha logrado estabilidad, ha logrado cierta confianza, el medio donde yo me desempeño no se ha visto afectado. Todo lo contrario, se han generado grandes oportunidades, una época con el IESS, otra época con créditos de otras procedencias, como la CFN. Ahora estoy haciendo el más importante proyecto de Manta, el hotel Best Western, es un velero con un faro al lado del antiguo hotel Howard Johnson. Estamos ejecutando dos verídicos hoteles cinco estrellas: el Best Western y las torres del Swissôtel.

—¿Dónde están ubicadas las Swiss Towers?

—En el malecón Simón Bolívar. Eso va a significar la renovación del centro histórico de Guayaquil, significa no solamente que el guayaquileño regrese a ver al río sino que regrese a ver al centro. La primera es una torre de hotel y vivienda, la segunda es una torre de oficinas y están interconectadas inclusive con puente aéreo encima de la calle Roca.

 

UN MERCADO MUY SANO

—¿Se venden rápido los edificios?

—Sí. Te voy a dar una razón macroeconómica por la que funciona muy bien la venta inmobiliaria del país: tenemos una demanda anual que ha estado estable en las 500.000 unidades; es una demanda constante, en distintos estratos, por supuesto. Y la otra razón: que el Ecuador dentro de lo inmobiliario es un mercado muy sano. No tenemos derivados financieros, que fueron la razón de ese gran declive que hubo en España y en Estados Unidos, todo funciona dentro de un ciclo muy saludable de compra y venta que se basa en la necesidad de saciar el mercado.

—En 2014 sacas un masterado en la misma Universidad San Francisco, en Dirección de Empresas Constructoras e Inmobiliarias. ¿Cómo así estudiaste esto?

—Soy apasionado por la arquitectura, como un médico es apasionado por la medicina. Los proyectos se gestan no desde un ámbito técnico sino desde un ámbito financiero y en la facultad de la San Francisco se analiza claramente cómo nacen los edificios a través de la forma de pago, de los créditos, de los sistemas financieros, de la eficiencia, del manejo de áreas. A través de una especialización, se puede llegar a mejorar muchísimo la arquitectura. Los edificios deben ser eficientes tanto en la construcción como financieramente, hay que buscar los metrajes más adecuados para el país. La arquitectura viene a ser un fenómeno sociológico, refleja la salud de un país. Por eso es muy importante lo que tú me preguntabas acerca de la salud del país. Yo siento que está muy bien dentro del campo inmobiliario.

—¿Con esta especialización te convertirás en un promotor también de proyectos, es decir, el paquete completo?

—He promovido algunos proyectos pero mi gran pasión está por el lado del diseño de los proyectos, de la arquitectura, de la parte estructural que realmente me conmueve. Para perfeccionar ese dominio técnico es necesario el conocimiento financiero.

—Cuando empecé a ver las fotos de tus trabajos me dije en qué Ecuador estoy viviendo yo; he estado viviendo en un país que no está todavía en estos edificios.

—En buena hora.

—Es como que se adelantan, como una vanguardia que no refleja lo que está sino hacia dónde vamos.

—Sin duda. Tengo mucho agradecimiento por la oportunidad que he tenido de hacer una obra completamente válida, creo que estamos a la par de un pensamiento con otras partes del mundo y da orgullo ser un arquitecto ecuatoriano y ver que tu obra no es reflejo sino que es el sentir de un paso, el sentir de una dirección.

 

A CONJUGAR TODAS LAS ARTES

—¿Qué influencia has tenido de los grandes arquitectos internacionales?

—Siento una especial admiración por la obra visionaria que tuvo Le Corbusier, es asombroso cómo genera tipologías, cómo maneja el hormigón, creo que es el padre de una ilusión llamada arquitectura. Me gusta muchísimo la arquitectura del americano Richard Meier, él es un racionalista que coincidencialmente sigue los pasos de Le Corbusier. Y realmente, de esas cosas que te quedas asombrado, ilusionado y gratamente sorprendido, la arquitectura de Zaha Hadid, esta mujer iraquí que ganó el Premio Pritzker, ella tiene un manejo espacial que está reflejando un carácter escultórico, un carácter muy gestual y los edificios que hace son únicos, muy orgánicos, generan muchas emociones, son grandes íconos este momento.

—En tu página web, que está un poco patoja todavía, tienes versiones en español, inglés y chino. ¿Estás apuntando hacia China?

—Sí; en noviembre, después de haber recibido el más grande reconocimiento de mi carrera, fui a Asia. Es otro mundo, otro pensamiento, visité el aeropuerto de Hong Kong, diseñado por Norman Foster, y me quedé asombrado. Hay muchos arquitectos latinoamericanos que ahorita están ejecutando su pensamiento en China, en el mismo Japón, en Singapur.

—¿Cuál es ese reconocimiento al que te refieres?

—Fue con el Council of Tall Buildings and Urban Habitat, ellos escogieron como primer finalista de las Américas a The Point en 2014. Es un premio mundial de una organización que es hija del Instituto de Tecnología de Illinois. Si tú me preguntas cuál es una de las grandes mecas de la arquitectura mundial, es Chicago. Entonces, recibir un premio ahí y ver que recibían premios arquitectos como Adrian Smith, que hizo el edificio más alto del mundo, fue un reconocimiento que posiciona muy bien al país dentro del pensamiento arquitectónico.

—¿Cuán cerca está la arquitectura del arte, o es un arte en sí?

—Yo creo que es un arte en sí, un arte muy complejo.

—Vi que también diseñas bañeras.

—(Se ríe satisfecho de tocar el tema). Diseñamos algunas piezas especiales para los hoteles y con Dick estamos diseñando el lavamanos y algunas cosas que son parte de esta obra conjunta de arte; todo va de la mano, desde el mueble hasta la bañera y el lavamanos deben tener una cualidad estética especial.

—En los mosaicos negros de la bañera se leía una frase de Cortázar en letras góticas.

—Le sumamos un poquito de literatura porque es importante conjugar todas las artes en una sola; la experiencia de un baño puede ser mucho más grande que su sentido utilitario.

—¿Qué sientes cuando estás creando un edificio?

—Hay un momento de trascendencia que lo envuelve a uno. La mayor búsqueda que tengo como arquitecto es la trascendencia, es la atemporalidad, esa sensación de la vigencia de tu obra, porque tú y yo somos mortales…

—Cuidado, ya tienes la experiencia bíblica de la Torre de Babel; pueden decir arriba: “este Wiese se está poniendo muy pretencioso, le voy a mandar unas plagas”.

—(Sonríe). Está clarísimo, la arquitectura es lo que está encima de la tierra y debajo del cielo, ahí quedan muy claritas las jerarquías.

—¿Y la cátedra te atrae, querrías dar clases?

—Creo que he llegado a un punto en mi vida que sí puedo dedicar un tiempo a la cátedra. La cátedra es exhaustiva, absorbe muchísimo y en estos dieciséis años de carrera no he tenido el tiempo, pero creo que llegó el momento de devolver a las nuevas generaciones parte de la experiencia que he recogido. Me interesa muchísimo.

 —¿Volverías a tu universidad?

—Sería lindísimo volver a la San Francisco, pero puede haber otra universidad que tenga proyectos interesantes, como la UDLA, o puede ser otra.

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