Diners 462 – noviembre 2020.
Por Catherine Yánez Lagos
Fotografías Iván Mejía C.
Una vez nacionalizado el ferrocarril, en 1944, su destino sufrió una suerte cambiante. Ahora, tras un cierre que parece definitivo, la estación, ubicada en el sur de Quito, se va deteriorando día a día.

Parece mentira estar en el mismo espacio por donde, el 25 de junio de 1908, hizo su entrada inaugural la locomotora n.° 8. Atravesó los 446 km de línea férrea de Durán a Quito y culminó, a 2850 msnm, un proyecto que tardó 36 años en consolidarse.
El final lo advierte la madera. Los rasguños que tiene, las vetas, los poros causados por la polilla que la desmenuza. La estación ferroviaria de Chimbacalle es eso: troncos entrecruzados que miran desde las cubiertas, el piso, las ventanas y los andenes.
La estocada final fueron dos decretos presidenciales emitidos en 2020. Los dos tienen el mismo fin: liquidar la Empresa de Ferrocarriles del Ecuador. El contexto de una pandemia junto con la necesidad de ahorro del Estado hicieron de esta industria el blanco perfecto.
Con más o menos tiempo, la suerte ya está echada para este pedazo de patrimonio cultural. Se ganó esa condición por haber sido levantada antes de 1940. También es parte de los siete tesoros patrimoniales de Quito. Un reconocimiento hecho por votación ciudadana. Como sea, su belleza no está en discusión.
Es más, desde su rehabilitación en 2008, está considerada como destino turístico. Ubicada al sur de Quito, pero dentro del esplendor del Centro Histórico.
Para llegar allá lo más fácil es coger el Trole. La parada de sur a norte se llama como el barrio: Chimbacalle. Me quedo en la Av. Pedro Vicente Maldonado y subo por la calle Sincholagua. Pero la entrada principal está cerrada. Las dos puertas de hierro están trabadas con candados. En la mitad de ellas un anuncio desolador: “Estimados excompañeros, para la entrega de formulario de paz y salvo, declaración juramentada y credencial, por favor dirigirse a la bodega de financiero”.
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