Por David Romero ///
Fotos: Cortesía del Museo del Carmen Alto ///
Miguel de Cervantes llega a Quito con su vida y obra gracias a un proyecto del Museo del Carmen Alto y al auspicio de la embajada de España. Con motivo del IV centenario de su fallecimiento y con ponencias magistrales de por medio, conoceremos a un hombre no necesariamente afortunado: en una “quijotesca”, fracasada y turbulenta vida, el escritor parece empeñado todo el tiempo en protagonizar la novela de su propia historia, que transita entre el mito y la realidad, entre la cordura y la locura. La exposición estará abierta en el Museo del Carmen Alto desde el 26 de agosto hasta diciembre.
Alonso Quijano está en su lecho de muerte. Curiosamente, luego de seis horas de un sueño profundo, ha recuperado la cordura. Les dice a todos que ya no es más Don Quijote de la Mancha y reconoce que parte de su vida ha sido un completo disparate. Lo ven partir sus familiares y amigos, los que siempre tuvieron el propósito de hacerlo entrar en razón: su ama, la sobrina Antonia, su fiel escudero Sancho Panza, el maestro Nicolás —barbero del pueblo—, el cura y el bachiller Sansón Carrasco, quien, disfrazado, incluso se batió a duelo con su amigo con tal que desista de la loca empresa de ser un caballero andante. El escribano se agacha, toma la pluma de su oreja y empieza a escribir el testamento. La antesala de la muerte, fría y abyecta cual ave carroñera, está atenta al deceso del ingenioso hidalgo.
Pero Don Quijote no se fue solo, se llevó con él a su creador, Miguel de Cervantes y Saavedra. Podría decirse que ambos fallecieron al mismo tiempo y que fueron célebres después de su muerte. Y es que Don Quijote tiene mucho de Cervantes, tanto que a momentos, parece un reflejo de la real, agitada y novelesca vida de su autor.
400 AÑOS DE SU MUERTE
Cuatro siglos después del fallecimiento de Miguel de Cervantes, diversas naciones rinden homenaje a quien es considerado el alma mater de la literatura española y a quien se atribuye la creación de la novela moderna. El Ecuador también conmemora el cuarto centenario de su desaparición en el Museo del Carmen Alto, en Quito. La exhibición denominada Yo, Cervantes se inaugura en agosto del presente año y tiene como objetivo presentar la faceta humana del autor de Don Quijote. A través de videos, mapas interactivos, libros virtuales y hasta obras de títeres, el público podrá conocer detalles únicos del novelista español.
Don Quijote de la Mancha es la obra que más se tradujo y editó en el mundo, solo superada por la Biblia. Pero no siempre la historia del ingenioso hidalgo fue canónica para la literatura occidental, ni su autor, Miguel de Cervantes, fue considerado una influencia en el universo de las letras. De hecho, Cervantes no recibió un solo centavo por las ventas de su obra maestra y su muerte se produjo apenas un año después de la publicación de la segunda parte del Quijote. Es probable que el escritor hoy, desde el más allá, mire con orgullo que hasta los chinos se devoran sus libros; porque mientras estuvo en “el más acá”, sus satisfacciones fueron realmente escasas. En el mundo terrenal no fue Cervantes necesariamente una gran figura, sino más bien, “un caballero de figura triste”.
LAS DESVENTURAS DE MIGUEL DE CERVANTES Y SAAVEDRA
Ocurre que Miguel de Cervantes estuvo presente en una de las batallas navales más grandes de la historia, y no precisamente para redactar una crónica, sino en calidad de soldado para pelear contra los turcos. Históricamente cristianos y musulmanes han luchado por el control del Mediterráneo. En 1569 Cervantes se enroló a la milicia española y, dos años más tarde, participó en la famosa batalla de Lepanto, denominada así porque el cruento combate se produjo en el golfo del mismo nombre.
Cuenta la historia que Cervantes se encontraba muy enfermo y con una fiebre altísima horas antes de la guerra, y le recomendaron guardar reposo; pero él, cual personaje de novela, con gallardía y enorme heroísmo, pidió al capitán de la embarcación La Marquesa que le permitiera pelear contra los moros. Entonces el joven Miguel, en primera fila, empezó a repartir plomo contra los turcos. En una de esas dos arcabuzazos lo impactaron y derribaron, pero él se puso de pie y continuó dando batalla durante las cuatro horas en que más de 60 000 hombres se enfrentaban en alta mar. Al final triunfaron los cristianos que tan solo perdieron 8 000 hombres frente a los 25 000 musulmanes caídos. Sin embargo, para Cervantes el final no fue tan alentador: producto de los impactos, perdió la movilidad en su brazo izquierdo para el resto de la vida. Así que con veinticuatro años, y a pesar de que nunca le amputaron el brazo, recibió su primer apodo: el Manco de Lepanto.
EL REO DE ARGELIA Y SUS INTENTOS DE FUGA
Contento estaba Miguel de Cervantes con la idea regresar a su añorada España y, con mucho entusiasmo, se embarcó en el puerto de Nápoles, Italia, sin sospechar lo que le esperaba a mitad de camino. Ya a bordo del barco Sol, entre la bruma del mar de fondo, le pareció ver un gran navío. Era una flotilla de piratas turcos que atacó sin dar tiempo a reacción alguna. Miguel, junto con su hermano Rodrigo, fueron llevados como rehenes hasta Argelia y su cautiverio duró cinco años, de 1575 a 1580.
Pero como ya sabemos, el autor del Quijote fue siempre un hombre de riesgos, e intentó fugarse ni más ni menos que en cuatro ocasiones. Otro personaje casi épico, pero real, estaba naciendo en el joven Cervantes: un escapista. Él era quien tramaba y organizaba las evasiones y pretendió fugarse de muchas maneras, pero al final algo siempre fallaba: ya sea porque quien debía guiarlos los abandonó a mitad de camino, porque la embarcación que debía recogerlos de una cueva fue descubierta o porque uno de los involucrados en el escape los delató ante los gobernantes otomanos.
Cervantes toma nota de muchas anécdotas de cautiverio para posteriormente alimentar su prolífica obra; es así que se le ocurre empezar a pasearse entre realidad y ficción. Incluye muchas de las cosas que le ocurrieron durante su estadía en Argelia entre los capítulos 39 y 41 de la primera parte de Don Quijote de la Mancha, denominados “Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos”.
Allí crea un personaje llamado Ruy Pérez de Viedma, quien estuvo preso en Argelia y narra la idílica historia de amor que nunca falla: la que supera barreras ideológicas y religiosas; el amor de un cristiano con una hermosísima musulmana. Cervantes, en el papel de Ruy Pérez, logra materializar su fuga gracias a la ayuda de una princesa otomana llamada Zoraida. Ella le enviaba cartas desde su castillo:
“Cuando yo era niña, tenía mi padre una esclava, la cual en mi lengua me mostró la zalá cristianesca, y me dijo muchas cosas de Lela Marién (la Virgen María). La cristiana murió, y yo sé que no fue al fuego, sino con Alá, porque después la vi dos veces, y me dijo que me fuese a tierra de cristianos a ver a Lela Marién, que me quería mucho. No sé yo cómo vaya: muchos cristianos he visto por esta ventana, y ninguno me ha parecido caballero como tú. Yo soy muy hermosa y muchacha, y tengo muchos dineros que llevar conmigo: mira tú si puedes hacer cómo nos vamos, y serás allá mi marido, si quisieres, y si no quisieres, no se me dará nada; que Lela Marién me dará con quien me case”.
Cervantes ha logrado escapar de prisión junto a una hermosa musulmana, aunque sea en su imaginación. Huyen de Argelia en una fragata tomando como rehén al padre de Zoraida, y logran encallar en tierra española luego de un par de días en alta mar. Quizás solo la literatura le permitía a Miguel de Cervantes salir en caballo blanco de sus historias y redimirse de tanto fracaso, de tanta frustración, porque el papel, como dicen, aguanta todo.
UN HOMBRE DESENCANTADO
Al fin, luego de una década, en octubre de 1580, Miguel de Cervantes logra regresar a España pero su retorno no es auspicioso: fracasa en el mundo del teatro y su primera novela La Galatea, publicada en 1585, no tiene mayor suceso.
A sus 38 años, agobiado por los problemas económicos, decide mudarse a Sevilla donde trabajará como comisario de abastos y cobrador de impuestos de la Corona. ¡Tremenda camisa de once varas! Cervantes era el encargado de cobrar las tercias y alcabalas destinadas a financiar las guerras en las que andaba involucrada la inquisición española intentando conquistar medio mundo. Tras la quiebra del banco donde se depositaba lo recaudado por los impuestos, el escritor fue encarcelado en 1597, acusado de apropiarse de dinero público.
Miguel de Cervantes y Saavedra ha tocado fondo. Es encarcelado en la prisión real de Sevilla, pero como bien dicen que los momentos de mayor fracaso son tierra fértil para que fecunde nueva semilla, es allí donde nace la idea de escribir El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, según cuenta el propio Cervantes en el prólogo de esta obra.
Miguel de Cervantes ya no tenía nada que perder y el personaje que decidió crear tampoco. Se jugaban su última carta, esa que uno saca debajo de la manga gritando: ¡suerte o muerte! Cervantes y su Quijote superaban los 50 años cuando se embarcaron en su última empresa, a la que dedicaron alma, vida y corazón. Ambos estuvieron igual de locos: Cervantes al involucrar al ingenioso hidalgo en cada riesgosa y absurda aventura, y el mismo Quijote por hacerle caso y ejecutarlas. Era como un acto silencioso de complicidad entre el autor y su personaje. Seguramente dialogaron más de una vez; seguramente Don Quijote en más de una ocasión botó la toalla y le pidió no seguir, que no escribiera más capítulos, que estaba harto de estar harto de ser el hazmerreír de la literatura. Pero seguramente Cervantes se empecinó en que siguiera, le pidió comprensión, y le explicó que era por el bien de ambos y hasta por su bienestar económico.
Cervantes debió pedirle disculpas desde el inicio por crearlo viejo, loco y ridículo; así como pidió disculpas a sus lectores por no crear un personaje heroico, fuerte y valeroso, sino más un bien una suerte de viejo payaso; eso sí, un payaso de enorme convicción. Así lo escribe Cervantes en el prólogo del Quijote, uno de los prólogos más tristes y pesimistas que se recuerden en la historia de las letras:
“Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de la naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación?”.
En 1600 se muda a Valladolid, donde termina de escribir la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, publicada en 1605 con muy buena aceptación. En 1613, como sintiendo que el tiempo apremiaba y que había adquirido un poco de reconocimiento, publicó su colección de cuentos, Novelas ejemplares. La segunda parte de Don Quijote de la Mancha fue publicada dos años más tarde, en 1615.
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Durante el siglo XVI los denominados libros de caballerías habían alcanzado una enorme popularidad. Sus historias, llenas de bosques embrujados, sangrientos combates, hermosas doncellas y héroes sobredimensionados, eran para muchos críticos obras flojas y de entretenimiento puro. Cervantes no era ajeno a esta percepción y decidió escribir un libro que ridiculizara por completo este género. Creó entonces un personaje cincuentón que terminaba perdiendo el juicio por leer esta suerte de best sellers de la época.
Pero la obra de Cervantes trascendió a la sátira y, de alguna manera, reflejó los vicios sociales de la España imperial. Tenía claro que solo un loco podía romper lo establecido, que solo un loco podía incomodar la jerarquía social y volver al absurdo un acto heroico; Cervantes, básicamente, utiliza la figura del loco para decir la verdad.
Don Quijote afronta dilemas cotidianos que son universales. Él se atreve y hace lo que todos quisiéramos y no somos capaces; también redime nuestros complejos, porque hay días en que quisiéramos mandar todo al carajo, estar un poco locos, ensillar a nuestro Rocinante y salir en busca de aventuras por el mundo. Cuando el ingenioso hidalgo decide salir, nos invita a atrevernos, a dejar de ser cobardes, a dejar la zona de confort e ir en busca de los nuevos horizontes que siempre quisimos, aunque pensemos que ya pasó nuestro tiempo para hacerlo.
Muchos biógrafos han buscado similitudes entre la vida de Cervantes y Don Quijote. El lugar donde Cervantes sufrió su última derrota, por ejemplo, es el mismo sitio donde su gran personaje es definitivamente vencido por el caballero de la Blanca Luna: las playas de Barcelona. Desde allí vio Cervantes partir al conde de Lemos, de quien pretendía lo llevase como parte de su corte literaria hasta Nápoles, Italia. Pero aquello no ocurrió y Cervantes vio desvanecerse la última posibilidad de que su obra trascendiera fronteras.
EL SIGLO DE ORO Y SANTA TERESA DE JESÚS
Una vez que España culminó con éxito la “reconquista” de su territorio, dominado por los árabes durante ocho siglos, la Iglesia católica inició su plan de expansión imperial. Los cristianos vivían una época de bonanza y, en ese período, floreció el denominado Siglo de Oro, caracterizado por el desarrollo de las artes. Es allí cuando irrumpen en escena dos escritores que, por su irreverencia, ironía y lenguaje coloquial, se ganaron un lugar en los corazones hispanos: Miguel de Cervantes y Santa Teresa de Jesús. Sí, como lo leen; Santa Teresa de Jesús fue una brillante escritora. Sus obras eran satíricas, se impuso a los prejuicios machistas de la época y utilizaba un lenguaje sencillo para el lector. En su obra del género místico se destacan libros como Camino a la perfección y El castillo interior. Cervantes y Santa Teresa tuvieron sus propias batallas y con valentía cuestionaron su entorno. Ni él imaginó ser un referente universal de las letras ni ella santa; pero lo cierto es que, después de sus muertes, marcaron una época e influenciaron a muchas generaciones.
Santa Teresa es la patrona de la orden religiosa de las hermanas Carmelitas Descalzas, quienes han custodiado el monasterio y ahora Museo del Carmen Alto, en Quito, desde hace 362 años. Como parte de la exhibición Yo, Cervantes, se propone un diálogo entre estos dos íconos de la literatura española, mediante análisis comparativos y gracias a los más de 2 000 libros que posee la biblioteca del museo.
Cervantes falleció a los 68 años a causa de diabetes. Más allá de los infortunios, él siempre supo lo que hacía con su obra, particularmente con el Quijote. Sabía que era una novela innovadora, revolucionaria y transgresora, que tenía todos los elementos para trascender. Él confiaba en eso, tanto así que definió al Quijote como una obra de “escritura desatada”. Sí, quería escribir sin camisas de fuerza, quería llevar todo al extremo del ridículo, quería que la gente disfrutara y riera a carcajadas con cada absurdo. Entonces decidió burlarse de todos los géneros, parodiarlos, irrespetarlos, ofenderlos y pisotearlos, hasta que, no se sabe si con premeditación o no, creó uno nuevo: el de la novela polifónica, en la que realidad y ficción se confunden, el de una estética basada en hechos reales que coquetea permanentemente con la fantasía.