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Llegó la hora de revalorizar y celebrar la moda andina

¿Alguna vez se ha preguntado quién tejió esa fina chalina o sabe quizá la historia detrás del bordado de esa blusa que tanto le gusta? Si la respuesta es no, créame que se está perdiendo de una gran historia.

Desde hace siglos, el mundo andino ha tenido su propia concepción de lo textil y del diseño, solo que no lo hemos valorado como se merece.
Matilde Lema es la fundadora de la organización Huarmi Maqui. En su casa de Peguche funciona el taller bajo el nombre de Casa Matico. Fotografía: Huarmi Maqui Facebook.

El trabajo textil andino no es simplemente una moda; en primer lugar, ha existido desde hace siglos, aunque nunca ha sido valorado como se merece. Basta con recordar que en la Colonia lo primero que se explotó fue la riqueza económica y después la riqueza de habilidades. Muestra de ello son los obrajes que se levantaron en varias zonas del país, especialmente en Imbabura (norte), donde se esclavizaron a miles de indígenas para producir textiles.

El telar de pie, de cintura, el bordado, el tejido de paja toquilla… y cientos de otras técnicas no son improvisaciones; todas están cargadas de historia con un significado inmenso. “Algunas técnicas son precolombinas o colombinas y han sido oficios que nunca han tenido una apreciación económica (porque son a los que seguimos regateando) ni creativa, porque desde la Colonia el indígena no tenía validación como artista”, explica a Mundo Diners Estefanía Cardona, experta en marketing y comunicación de la moda.

Esta concepción ha hecho precisamente que la producción textil andina sea subvalorada y esto se debe —como lo explica Cardona— a que la moda solo ha sido tratada desde la estética, cuando “la belleza de los productos o de las creaciones debe involucrar el modo en el que fueron hechas, la historia que tienen y la mano de obra que está detrás de cada de cada prenda, especialmente cuando hablamos de culturas que son minorías y que son más vulnerables”.

Todo lo que el textil puede contar

En el Ecuador apenas ahora se plantea esta conversación, tanto desde la voz de quienes apelan a una moda más consciente como desde las propias comunidades y creadores. Ese es el caso de Paola Quinche y su madre, Matilde Lema, quienes desde hace más de diez años trabajan con su marca Huarmi Maqui para transmitir el valor de sus creaciones. Viven en Peguche (Imbabura) y son tejedoras de toda la vida. En su familia “se nace siendo artesano”.

Para ellas lo principal es comunicar que en cada pieza que tejen “hay una identidad detrás, hay una cultura de mujeres, hay una herencia” y que “a través de nuestras prendas se cuenta un pedacito de la historia del Ecuador, de la historia de los Andes”, dice Paola.

En su taller tejen especialmente ponchos, kimonos andinos y blusones, todo con una exquisitez y un perfeccionismo únicos. Utilizan sobre todo hilo de algodón, lana y alpaca. Estos materiales “nos ayudan a tener una buena textura, una buena estructura, un buen color para que la prenda sea bastante agradable”.

Con mucho esfuerzo han conseguido que sus clientes comprendan todo lo que está detrás. “Esto tiene un tiempo, un trabajo, tiene ideas, manos, corazón. Cuando hay conciencia de esa estética, no hay regateo”, añade la artesana, para quien la posibilidad de explicar a sus compradores la dinámica creativa ha marcado la diferencia. Sienten que cada vez existe una mayor comprensión de su arte y eso las anima a mantenerse y no dejar morir la tradición.

Moda andina, moda consciente

Moda andina
La marca Kayamamas, se enfoca en la cocreación con grupos de artesanas, procurando al máximo respetar la identidad del textil.

En esa misma línea trabaja Vanessa Alarcón con su marca de moda consciente Kayamamas, aunque su eje es un poco distinto. Se enfoca en la cocreación con grupos de artesanas, procurando al máximo respetar la identidad del textil. “Por ejemplo, utilizar la faja —que es un símbolo andino muy importante para las mujeres de fuerza, de protección— como dobladillo de una falda, es sacar de contexto un símbolo sagrado”, comenta. Lastimosamente, esa apropiación es común en el país.

En la cocreación, en cambio, se realiza un trabajo conjunto en el que las comunidades comparten sus técnicas para que puedan ser reinterpretadas de forma respetuosa. De este mar de ideas nacen nuevos conceptos que, a su vez, se vuelven textiles. Es decir, se están dando “aplicaciones distintas e innovadoras a técnicas ancestrales que se han utilizado primordialmente para uso doméstico y para la vestimenta de las comunidades indígenas”.

Sin embargo, para Vanessa también es primordial que los consumidores tengan conciencia de lo que se produce, pues “si el cliente llega a entender todo lo que está detrás de una prenda artesanal, con textiles hechos a mano, con bordados hechos a mano, con fibras naturales… va a entender que hay un valor intrínseco enorme”.

Demostrar a los compradores todo el proceso que existe para elaborar una prenda hará que la próxima vez “cuestionen cómo está hecha cualquier ropa que adquieran”, es decir, “se abre el campo mental del cliente”.

Pero el llamado también es a quienes viven de la moda porque existen marcas, proyectos y diseñadores “que están utilizando el patrimonio andino de una manera que no es integral, que no reconoce de dónde viene y que descontextualiza y desinforma y lo hace sin que la comunidad sea parte”, reflexiona la emprendedora.

Y añade que, si bien “se ha vuelto fácil” apropiarse de una cultura ajena, es momento de sentarse a pensar e investigar “para saber de qué manera es ético utilizar estas tradiciones y entender cómo usarlas bien”. Desde Kayamamas lo hacen y agregan valor a todo el proceso para comunicar con claridad quién, cómo, cuándo y dónde confecciona tal o cual prenda.

Qué puede hacer usted

¿Cuál puede ser el aporte del cliente? El principal sería frenar el consumo voraz de moda rápida. Claro que es difícil resistirse, especialmente cuando “nos ponen en la cara todo el tiempo prendas de veinte dólares y no entendemos por qué una prenda distinta puede costar más; vivimos en una cultura de vivir rápido y barato, y encima que no nos enseñaron a apreciar lo local”, anota Cardona.

Lo siguiente sería empezar a valorar la producción nacional andina, pues “aquí las marcas de moda rápida entran por la puerta grande y son celebradas por todos los medios de comunicación, pero no generamos esa misma visibilidad, celebración, investigación con las marcas locales”.

Eso viene de la mano de aprender a no regatear. En el Ecuador crecemos creyendo que todo debe costar menos de lo que nos dicen, y cuando logramos un descuento, por mínimo que sea, celebramos. Pero esa práctica tiene su origen en la poca formación que tenemos como consumidores y en la mínima educación que hemos recibido desde siempre sobre el trabajo de los artesanos en el país.

“Lo primero es no regatear, saber que los precios que se están ofreciendo en los mercados ya de por sí son bajos y que, si uno regatea, está obligando al artesano a que baje la calidad de su producto, que utilice materiales que probablemente son sintéticos y perjudican al ambiente y a las personas en las cadenas productivas que los están haciendo”, apunta Alarcón.

Mientras que para Quinche lo más importante es la curiosidad, pues cuando se consume una prenda artesanal “hay que ser buen curioso, hay que cuestionarse de dónde viene, ver más allá de lo que la prenda ofrece” porque “cuando no conoces, no valoras; pero cuando entiendes, no regateas”.

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