¿Qué se derriba sino lo innecesario? Paradójicamente, aunque esta casona sigue en pie, de sus muros, cubiertas y pasillos ha sido arrancada parte de la historia del Ecuador.

Demoler. Golpear. Arruinar. Destruir. Pedacear.
Este podría ser el inicio de un poema a la desolación. Pero la verdadera apología a lo mal hecho habita en la Casona de Pesillo. Patio enmontado, la madera del techo desprendida, los cuartos con tejas roídas hasta el polvo, las paredes blancas que han servido de pizarra:
Chongo gratis//Baños/A sus órdenes/Dios me ama.
Parece mentira que donde han sido hechos estos garabatos se invirtieron 2,5 millones de dólares. El contratista fue Esteban Villavicencio Calero. La referencia en Internet dice que se dedica a actividades de ingeniería civil, que empezó en 2000 y que su oficina está cerrada.
Pero si se hace una búsqueda minuciosa en el sistema judicial, su nombre aparece en 87 registros como la parte acusada. Entre las causas: cobro de dinero, pago de haberes laborales, daños y perjuicios, insolvencia, atropello, estafa.
A esa lista habría que agregar la demanda que aguarda el Municipio de Cayambe bajo la figura de Vicios ocultos. Guillermo Churuchumbi es el actual alcalde y quien lleva la delantera en estos procesos.
Como contexto, Esteban Villavicencio fue contratado para la restauración arquitectónica y reforzamiento estructural de la Casona de Pesillo. Y justamente eso fue lo que no hizo.
El concurso se abrió en julio de 2012. Bajo la administración de William Perugachi, se contrató la suma de 2 274 303,75 dólares. Para la fiscalización se destinaron 90 941,20 dólares. “Luego, no se terminó la obra y se acabó por mutuo acuerdo el 26 de noviembre de 2013”, precisa el alcalde. Eso motivó a que en diciembre de 2017 se elabore un informe pericial.
Churuchumbi continúa leyendo y llega a un dato que asusta:
“Total pagado en exceso, según este informe pericial, nos habla de 1 389 444,06 dólares”.
¿Cómo pasó? Quizás haya que ir hasta 1982, cuando el Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización (Ierac) hizo un avalúo del estado constructivo. Se enfatizó que: “La casa hacienda se encuentra en completo deterioro”. Es decir, no tenía valor alguno y fue cedida al Comité Pro-defensa de Pesillo.
De todas maneras, ese no es el único antecedente. Sobre esta estructura han pasado más de cuatrocientos años. Se dice que data del siglo XVII. Se sabe que los padres mercedarios —de la orden de la Virgen de la Merced— hicieron ahí su sitio de descanso y, a la par, de hostigamiento hacia el campesinado.
El punto de partida es Pesillo. Una comunidad de la parroquia Olmedo, parte del Municipio de Cayambe, en la provincia de Pichincha. Si de renombre se trata, hay que recordar que Tránsito Amaguaña, conocida activista indígena y promotora de la Federación Ecuatoriana de Indios, nació aquí. Aun así, Pesillo no ha recibido la atención que merece y como testimonio de ese olvido sigue en pie la casona del lugar, la que un día fue hacienda y el hito de la Reforma Agraria en el Ecuador.
Llegar hasta acá es atravesar una carretera copada de vegetación a sus costados y elevaciones por el borde. La vía sigue y se sabe uno cerca cuando en el redondel aparece el rostro de Tránsito Amaguaña como la gran guardiana. Tras ella, una garita donde nadie permanece y que antes servía de punto de control ante la pandemia.
Siendo literales y acudiendo al diccionario, pesillo es una balanza para pesar monedas. Entonces, ¿cómo es que se diluyó la millonaria inversión aquí?
Uno imaginaría que, después de tanto interés estatal —que lo tuvo en 2011 cuando se habló de restaurar el bien—, este ya sería un sitio de alto impacto turístico. Pero no. La realidad es que la casona, declarada bien patrimonial inmueble, se despedaza. Está rota.
Ni quienes habitan la comuna lo saben con claridad. El sentir general es que los engañaron.
“Esta hacienda de Pesillo era la madre para todo el Ecuador. Era la más afamada y ahora la tenemos botada. Sí me da iras que no arreglen”, comenta Micaela Granada Andrango. Tiene 83 años. Lleva sombrero de paño combinado con un follón un tanto raído en tono rosa. Colores vibrantes mezclados con algo de tierra. Ella cría cuyes y gallinas.
La fama a la que se refiere Micaela quedó registrada en la Investigación histórica previa a la puesta en valor de la Casa de Hacienda de Pesillo. El documento es de 1988 y es parte de la biblioteca del Ministerio de Cultura y Patrimonio.
Ahí consta que, en 1646, Pesillo “poseía el exorbitante número de 36 779 ovejas, además de mil cabezas de ganado vacuno”. Igualmente, uno de los tantos frailes que visitó el lugar emitió un informe en 1843 sobre el estado de la hacienda: “Producen en abundancia el trigo, la cebada, las papas (…) De estas haciendas la principal es la de Pesillo (…) Su extensión es muy grande, de más de ochocientas caballerías”. En cifras actuales se traduce en cinco mil metros cuadrados. Así consta en el informe de gestión del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) de 2010.
Tales dimensiones se aprecian desde los tres patios de la casona. Las lomas que la rodean le aportan majestuosidad. La más elevada es la de Pucará (este), Cusín y San Pablo (norte y oeste) y Santa Ana y Cariacu (sur). A un extremo está el nevado Cayambe observando. El viento que sopla aquí es ensordecedor, helado, tan fuerte que los zines se retuercen y la tierra entre amarillenta y café se levanta como humareda.
El patio uno —que da a la entrada principal— es el más antiguo. Su construcción se calcula inició a finales del siglo XVII. Justo después de que se finalizaron las obras de los mercedarios en Quito. ¿Cuáles? El convento de El Tejar y la basílica de la Merced.
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“Era bonito lo que iba a quedar si avanzaban a terminar. El proyecto se paró porque decían que se acabó la plata”, relata Eliécer Catucuamba Alba de 71 años. Tiene un lunar de carne en su ceja izquierda. Lleva botas de caucho, pantalón de tela y chompa al cuello.
Durante dos períodos don Eliécer fue dirigente de la desaparecida cooperativa Atahualpa con 167 socios. No fueron los únicos. A la par funcionó la cooperativa Simón Bolívar. Ambas fundadas en 1966 como respuesta a la Ley de Reforma Agraria.
La hacienda de Pesillo fue parte de los planes piloto del programa de reasentamiento campesino. Con ese propósito se creó el Ierac, encargado de la distribución del fundo. Dicha entidad lotizó las tierras y para 1972 las cooperativas operaban de manera autónoma.

Eliécer recuerda que para aquella época las tareas eran duras. El ingreso a la cooperativa costaba veinte sucres y las labores se hacían gratis porque se buscaba su capitalización. Pasados los años tuvo su primer sueldo. “Nos pagaban un sucre (…) Hasta cuando nos liquidaron creo que ganábamos seis sucres diarios”.
Afuera, el viento sigue silbando fuerte y ayudando a que el mensaje que da José Alba Guatemal —más conocido como Chayanne— viaje veloz desde la torre de la iglesia, donde hay cuatro megáfonos, para que nadie se quede sin escuchar.
“Muy buenos días (…) el día miércoles tenemos una reunión con el grupo de Mujeres 14 de Mayo (…) aquí en las cabinas de la iglesia. Pase la voz, pase la voz”. Repite el mensaje una vez más y deja en sintonía la emisora comunitaria Intipacha. El lado desde donde locuta Chayanne es el mejor conservado porque no fue intervenido.
La iglesia, que en su momento fue granero, guarda el colorido y la textura de sus paredes de barro. En un par de retablos están las imágenes importantes: san Miguel Arcángel, patrono de Pesillo, y san José. Ya en el altar está la Virgen de los Remedios con la vestimenta tradicional de cayambeñita: falda verde, blusa bordada y sombrero.
Si bien hay detalles que escapan a la vista común, el arquitecto Fernando Martínez, quien estuvo detrás del informe pericial de 2017, conoce aquello irrecuperable del lugar. “Se retiraron más de cinco mil metros cuadrados de enlucido que tenía pintura mural”, cuenta.
“Había ladrillos pasteleros en los pisos, se perdió. Había madera en los pisos, se perdió. Había cielo raso de carrizo, se perdió”, explica sobre el semblante original de la casona. Los adjetivos se quedan cortos para transmitir la impotencia ante el abandono.
¿Qué se hará con lo que ha resistido? Desde la Alcaldía de Cayambe hay un plan. Lo primero es terminar un estudio arquitectónico. Lo siguiente, para finales de 2021 o inicios de 2022 implementar la primera fase. “Restauraremos la cubierta, las ventanas, las puertas y que así podamos poner a disposición de los comuneros”, explica Churuchumbi.
Se espera que esta idea prospere. Antes, ya estuvo en la mira convertir la casona en una hostería de lujo. Incluso el INPC hizo un estudio detallado de los pasos a seguir en 2006. No se dio. Como dice Zoila Escobar Albacura, sucede que “nos hacen ilusionar no más que sí y el rato del rato, ya no”. Las ofertas de financiamiento se esfuman.
Dentro de la casona restan heces de ovejas y el chirriante golpeteo del zinc. Zoila camina entre los escombros, acompañada de su sobrina Camila. Sus atuendos de cayambeñitas llenan de color lo grisáceo de la obra muerta, la obra que quizás un día se retome.