Carta del director

Cada cuatro años se renuevan esperanzas, un nuevo presidente de la República jura que va a cumplir y a hacer cumplir la Constitución. Y es bueno que sea solamente ese el período, porque algunos duraron diez años, otros juraron cinco veces y los más desafortunados solo tuvieron seis meses para gobernar o, por lo menos, permanecer en el Palacio de Carondelet, donde, de acuerdo con la fábula política, por las noches aparecen fantasmas. 

La pasión por la política nació en 1830, cuando se proclamó la República del Ecuador y el poder se conseguía más por conspiraciones que por méritos. La historia nos ha dejado grandes lecciones y decepciones, quizá por eso nos emocionamos en cada cambio de gobierno. La historia señala el momento en el cual el victorioso mariscal de las faldas del Pichincha asumía una función encargada por Bolívar en 1822; leyó un panfleto (otras versiones mencionan grafitis en los muros) que decía: “Último día de despotismo y primero de lo mismo”.

En plena vida republicana comenzaron los sobresaltos políticos, los golpes de Estado, las confrontaciones, incluso con características de guerra civil, no como en España, pero suficientes para dejar una huella imborrable de dolor. En un país como el nuestro, que llegó tarde a la industrialización, la política fue asumida como una posibilidad de poder-fuerza, y nacieron el caudillismo y la corrupción, cuyo combate debe ser ejemplar. Son pocos los gobiernos que lo han logrado y eso la ciudadanía lo reconoce como un valor más importante que la ideología.

Ecuador, geográficamente hablando, es un país diverso. En las grandes ciudades convergen todos los dialectos, la migración, culturas ancestrales y un pueblo que ha trabajado para construir una nacionalidad. Así es como encontramos a un personaje que se autodescribe como latacungueño, de ascendencia palestina, italiana y ecuatoriana; él es Farith Simon Campaña, un académico enemigo de los dogmas políticos, defensor de los derechos de la niñez, testigo de la discriminación racial desde que estudiaba en una escuela pública: “Soy de Latacunga, pero soy producto de la migración”, dice Simon que, como muchos intelectuales, siente un poco de recelo cuando se le plantea la posibilidad de incursionar en la política o en la función pública. 

La ola migratoria ha sido de ida y vuelta; fuertes corrientes llegaron durante tres siglos de coloniaje. En el ocaso del siglo XX, la migración fue en sentido inverso, por razones económicas y precisamente por causa de la decadencia política. También se fueron artistas, escritores, historiadores e intelectuales en general; algunos emigraron antes, como ocurrió con Jorge Febres-Cordero Icaza (1943-1996), un virtuoso de las artes plásticas que no solo alcanzó fama en un país como Estados Unidos, sino que también combatió en la guerra de Vietnam. Un perfil sobre su vida nos muestra al iconoclasta George Febres, que se radicó en Nueva Orleans y llegó a relacionarse con el famoso Andy Warhol.

Es probable que hasta una década atrás nos preguntáramos qué diablos son los emojis: 🙂😉😞🥺😮, pero hoy su uso es tan familiar como cualquier letra del abecedario, porque expresan emociones, comunican una idea y permiten resumir frases y palabras apenas con un dibujito. 

¿Cuántas veces hemos pasado o paseado, en bote o a pie, por La Alameda?, un sitio que fue inaugurado en 1776 y que, como dice el historiador Fernando Hidalgo Nistri, fue concebido como un “corrector de las fealdades de una ciudad algo destartalada y sin jardines”. 

En la edición 470 de julio, Mundo Diners tiene historia, literatura y pasión por el arte.

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