Cartas de los lectores

Sr. Fernando Larenas
Director de la revista Mundo Diners

En el número 471 de su revista, la periodista Verónica Jarrín Machuca se ha referido a mi columna “El lenguaje inclusivo y sus alcances”, publicada en diario El Universo el pasado 13 de mayo. El texto de Jarrín contiene una serie de malentendidos e inexactitudes, pero me referiré solamente a las que atañen a mi nota.

Artículo referido.

Jarrín sugiere que el referirme al lenguaje inclusivo como un “producto de unas élites educadas” reduce este fenómeno a una “novelería de universitarios”. La periodista recurre a una falacia non sequitur para concluir cosas que mi texto no dice ni insinúa de ninguna forma. Mi afirmación, en realidad, se limita a constatar una obviedad: el lenguaje inclusivo no es producto de las clases populares o del habla popular. Quienes lo reivindican pertenecen en su abrumadora mayoría a círculos académicos, sectores intelectuales o de la cultura que (lamento decirlo) son en nuestro país un segmento muy minoritario de la población. Realizar una afirmación semejante, por lo demás, no implica desdeñar el uso del inclusivo, condenar a sus usuarios al espacio de la “novelería” o negar que el inclusivo responda “a un proceso social extenso, como el feminismo”.
Por cierto, tampoco estoy acusando a nadie de “novelería” cuando afirmo que los cambios en la lengua, incluso los más superficiales, responden normalmente a procesos largos y complejos que van más allá de la mera voluntad de un grupo de hablantes (por más urgentes, justas y vehementes que sean sus demandas). El caso de la palabra “nig**r”, con que Jarrín parece querer refutarme, es un claro ejemplo de lo que afirmo. Cualquiera que tenga un conocimiento medio de la lengua inglesa sabe que aquella palabra sigue estando muy extendida en el habla popular estadounidense; pero han sido necesarias décadas de reclamos y de luchas de múltiples movimientos de derechos civiles para al menos eliminarla de ciertos espacios sociales. Los cambios que propone el lenguaje inclusivo son, por otro lado, bastante más profundos que eliminar una o dos palabras.
A pesar de que Jarrín afirma que mi nota tiene una conclusión ecuánime, nunca menciona dónde radica esa ecuanimidad. Se encarga más bien de simplificar lo que propongo al límite de lo grotesco y acercar mi postura a la de gente como Mario Vargas Llosa, quien es conocido por ridiculizar y rechazar tajantemente el uso del inclusivo. Cualquiera que haya leído mi nota, con un mínimo de atención, puede darse cuenta de que ese no es mi caso. Con quien sí coincido (y mucho) es con Santiago Kalinowski, lingüista argentino defensor del inclusivo, a quien dedico la mitad de la columna que Jarrín critica. Lo curioso del caso es que Jarrín también lo cita y suscribe la misma parte de su teoría que yo. Pero a la periodista, desde luego, no se le ocurre profundizar en esa relación (que es central a mi planteamiento). Parece más interesada en trazar una caricatura maniquea, desinformada y superficial de un debate difícil como el del lenguaje inclusivo que merecía algo más que una descuidada investigación en una revista tan apreciable como Mundo Diners.

Carlos Burgos Jara
Academic Director
University of San Diego – Madrid Center

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