Carta a Benjamín Carrión, de su hija

Benjamín Carrión y su hija María Rosa “Pepé”.

En realidad, pasaste la mitad de tu vida soñando y trabajando por un gran proyecto que parecía imposible: la Casa de la Cultura.

Por Pepé Carrión

Querido Papá:

Cuando tú vivías no existía el Día del Padre. Nunca lo celebré. Ahora lo celebro todos los días. Me siento huérfana, una huérfana de 91 años. La gente se compadece de una niñita o de una adolescente que ha perdido a sus padres, pero nadie de una vieja huérfana como yo, lo cual sería ridículo.

De lo que me arrepiento es de no haber estado más tiempo junto a ti y no haberte dicho lo que ahora quiero decirte. Cuando niña, fui feliz porque tú no creías en el Niño Dios: tú eras el Niño Dios que me regaló los patines y la bicicleta antes de Navidad. En mi adolescencia y juventud me pasé coqueteando con novios que a ti no te gustaban. Yo los adoraba. No te dije a tiempo lo que debía haberte dicho. No me daba cuenta de la lotería que me había sacado con un padre como tú. Es más, me parecía absurdo que te pasaras pensando y trabajando por un ente cultural para el servicio de los ecuatorianos. Los papás de mis amigas trabajaban para hacer dinero, y lo hacían. Yo quería que tú fueras rico y que tuviéramos un buen carro porque los que tuvimos siempre fallaban y tenían que ir a la mecánica. Ahora ya no me importa que no fuiste rico, perdiste tu dinero y tu adorada quinta La Granja para pagar las deudas de tu fracasado periódico El Sol. En realidad, pasaste la mitad de tu vida soñando y trabajando por un gran proyecto que parecía imposible: la Casa de la Cultura.

Portada del libro biográfico de Benjamín Carrión Mora escrito por Francisco Febres Cordero

Después de la derrota del 41, tú soñabas en que esta patria que nos quedó reducida, chiquita, se convirtiera en una potencia cultural. Tu máxima obra fue la Casa de la Cultura Ecuatoriana que ahora lleva tu nombre. No puedes olvidar aquel 19 de agosto de 1944, cuando el presidente José María Velasco Ibarra firmó el decreto en que creó la institución. Tú volviste a nacer y el Ecuador también. Al fin esta pequeña nación se hizo presente en el mundo de la cultura. Tu obra fue admirada, elogiada y copiada por otras naciones. Fuiste un ecuatoriano de excepción.

Siempre creí que, si existe un Dios (alguno, en algún lado), debía proteger el techo de esa gran Casa que cubre nuestra cultura e identidad. Esa Casa —me decía— tiene cimientos profundos, que se hunden en los más remoto de nuestra historia, ventanas que nos dejan admirar una geografía maravillosa, insólita, y puertas que permiten entrar a las ideas más variadas, a los colores más vivos, a las brisas del mar y a los vientos de los páramos. Por esas mismas puertas han salido a mostrarnos sus obras algunos de los más grandes creadores de la patria que nos entregaron sus libros, sus pinturas, su teatro, su danza.

Yo tengo la esperanza de que ahora, en un acto de justicia, tu obra —tu gran obra— vuelva a ser lo que fue. Y que sea respetada, así como tú respetaste a todos los intelectuales a quienes tendiste tu mano generosa.

Lo que jamás imaginé fue que, como un cataclismo o un tsunami, llegaría un gobernante que dejó a esa Casa en escombros, empobrecida, miserable, triste. Con las paredes desconchadas y su esplendor ensombrecido. En su lugar, creó un Ministerio de Cultura que en más de una década no ha hecho otra cosa que aumentar la burocracia, sin planes ni realizaciones. Sin horizonte.

Acaba de asumir un nuevo Gobierno. Yo tengo la esperanza de que ahora, en un acto de justicia, tu obra —tu gran obra— vuelva a ser lo que fue. Y que sea respetada, así como tú respetaste a todos los intelectuales a quienes tendiste tu mano generosa. Que allí vuelvan a encontrar su reducto los escritores, los artistas, los creadores de todas las provincias a través de los distintos núcleos que hoy están postergados, esquilmados, olvidados.

Ojalá en la próxima carta te pueda dar noticias más halagadoras.

Tu hija que te quiere,

Pepé

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