Por: Verónica Garcés
Carlos Ortega Maldonado es un hombre elegante y de sonrisa amplia, exasesor de bienes raíces y exgobernador del Guayas. Hace veinte años fundó la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES), con una facultad y un pequeño campus en la avenida Juan Tanca Marengo. Hoy son diez facultades y nueve hectáreas en la vía a Samborondón, con ingreso biométrico, gimnasio, piscina olímpica, estudio de radio y televisión, elegantes salones de eventos y una facultad de Medicina con cadáveres digitales. Su fundador tiene el sueño de construir un hospital universitario. Le gusta recorrer cada uno de los edificios, entrar de sorpresa a las clases, conversar con alumnos, guardias y conserjes; meterse en los laboratorios para revisar los equipos y hasta en los baños para verificar que estén limpios. Sentado en la salita de estar de su oficina con un hermoso jardín vertical de fondo, opina que la injerencia actual del Gobierno en las universidades particulares limita su desarrollo, porque las nuevas regulaciones se basan en criterios políticos y no técnicos.
—Desde hace diez años el crecimiento de la universidad ha sido verdaderamente impresionante. ¿Cómo lo ha logrado?
—Más que crecimiento, yo diría que es desarrollo. No hemos estado empecinados en crecer numéricamente sino en desarrollar la universidad, darle cada día mayor infraestructura tecnológica, física, humana, pedagógica… Cuando usted es una institución particular, controla mucho el egreso. Sí hay los recursos, lo que pasa es que a veces la gente gasta demasiado o inoportunamente y no lo controla. También hemos tenido la suerte de contar con benefactores que le han dado recursos y patrimonio a la universidad. Hay que manejar también la economía y los ingresos, cuidar que los programas sean autosustentados. Cuando no lo son, saber cuánto te cuestan. Tenemos una escuela de arte, por ejemplo, que fue la primera de Guayaquil. Sabíamos que era deficitaria pero la desarrollamos para que los chicos tuvieran una vinculación con algo más que el estudio y se desarrollaran espiritualmente. El último desafío que logramos el año pasado fue el centro de convenciones y el edificio de posgrado. Ahora tenemos planes de construir un hospital universitario docente.
—¿Qué tan avanzado está el proyecto del hospital?
—Tenemos el proyecto bastante avanzado, para ser una facultad tan joven que recién tiene seis años. Es un proyecto millonario y no tenemos la plata, pero ahí está el desafío: levantar los recursos sin tenerlos, sin endeudar a la universidad ni pasar la factura a los estudiantes, tenemos que ser sumamente creativos e imaginativos, tocar puertas en todo el mundo. Gracias a Dios, tenemos un mecenas que parece que nos va a apoyar y pronto vienen los personeros de uno de los hospitales más prestigiosos del mundo, porque hemos conversado con ellos desde hace un año y medio para lograr una alianza.
Quiero que mis chicos estudien haciendo vida hospitalaria, que todos los días después de clases ellos asistan a médicos que atienden pacientes y conozcan las distintas áreas que conforman un hospital, como la administrativa, tecnológica y humana. Es muy importante crear chicos humanos y ese es el gran desafío, porque la presión social es hacia competir en vez de compartir, la gente quiere plata y busca el éxito asociado a los bienes… Este hospital estará aquí en Samborondón, Guayaquil, pero la idea es que sirva a toda Sudamérica.
—¿Puede decir con qué hospital estará vinculado?
—No lo puedo decir en una entrevista porque es un tema que no está concretado, pero a usted se lo puedo decir porque no lo puedo ocultar.
—Usted estudió Leyes, ¿alguna vez quiso estudiar otra cosa?
—Sí. Yo quise ser médico en mi vida. Lo tengo en mi sangre. Mi padre era director de una importante clínica de la ciudad de Guayaquil. Yo recuerdo desde adolescente estar junto a él en el quirófano, acompañando sus operaciones. Mi tío y mi abuelo también fueron médicos. Eso coincide hoy día con el énfasis que yo le doy a la parte de la salud y medicina en la universidad, yo me hacía médico. De hecho, estudié Medicina cinco días, pero me decepcioné.
—¿Por qué?
—No me sentí cómodo. Recuerdo que mi primera clase era un gran salón. Debíamos ser ciento y pico de estudiantes… El profesor estaba tan lejos que a duras penas se lo escuchaba… No era lo que yo esperaba. Uno a los dieciocho años se siente dueño del mundo, quiere lo mejor. Todo eso fue despertando en mí la necesidad de algún día hacer un modelo universitario donde usted se sienta cómodo, donde usted diga: ‘¡guau, por fin voy a estudiar!’ Por eso usted entra aquí (en la UEES) y lo reciben las iguanas, los pajaritos, los jardines, la brisa del viento… Está bloqueado el acceso de los automotores a las áreas de estudio… Hay gimnasio, una bella biblioteca y espacios de esparcimiento.
—Algunos ven a la UEES como una universidad fácil, tal vez justamente por esta comodidad de la que habla…
—La infraestructura física y tecnológica es tan impresionante que deslumbra, por eso, hay quienes a veces no ven la otra parte. Pero cuando ya el chico llega se da cuenta de cómo es en realidad. Muchos se quejan: “¿Hasta cuándo tengo que seguir haciendo cosas?”, o “No salgo porque no termino”, porque le exigimos que haga una pasantía, lectura, escritura de papers… Tal vez como no es lo que se ve, la gente no habla de ello. Por ejemplo, yo le puedo decir con mucho orgullo que nosotros tenemos un complejo de investigación en Atahualpa, una población en la vía a la Costa, donde hacemos investigación sobre temas neurológicos y cardiológicos. En el último año publicamos 37 o 42 artículos que hoy día son parte de debates mundiales. Esto no ve la gente porque solo ve el edificio. Así mismo, el plan de desarrollo del cantón Samborondón fue hecho por la UEES en alianza con Georgia Tech y lo hicimos hace ocho o diez años. Es un tema importantísimo…
—Parecería que ahora hay más jóvenes que buscan una universidad fácil…
—No diría que hay más gente que quiere la vida más fácil, sino que hay más presión para que la gente quiera las cosas más rápido. Sin embargo, también creo que hay más conciencia por parte de los jóvenes para prepararse mejor. Hoy no se le ocurre a un joven, y peor a un padre o una madre, pensar que el idioma no es importante. Y eso hay que atribuir al Gobierno como un logro positivo: hacer que la educación sea parte de la agenda diaria del país. Eso sí, lamentablemente, todavía estamos fallando porque educación no es solamente prepárame a ejercer un oficio o una profesión sino la democracia, mis libertades, la protección del medioambiente… El Gobierno gasta tanta plata en tanta campaña, pero creo que está debiendo una de conciencia nacional hacia cuidar nuestro entorno, hacia el respeto, que es mucho más importante que una cadena donde yo me lanzo contra alguien.
—¿La presión social por el éxito rápido y el título rápido, no limita la exigencia de las universidades privadas hacia los alumnos ?
—La parte positiva de las nuevas regulaciones va por ahí. Sucedía antes que había universidades demasiado fáciles. El chico no iba a aprender sino a obtener un título que lo habilitaba para un trabajo, pero en definitiva terminaba siendo ficticio porque, a la larga, esos chicos no estaban bien preparados. El desafío de una universidad no está en no ser difícil porque ahí pierde el chico. Creo que el desafío es cómo selecciono quién va a estudiar de entre todos los que aplican. Aquí tenemos solo 150 cupos para la escuela de Medicina y aproximadamente unas 850 solicitudes. Debemos escoger a los mejores en vocación, actitud, aptitud… A veces fallamos, es un fracaso para nosotros que un alumno deserte después de dos años o se vaya a otra carrera.
—¿Hay una parte negativa de las nuevas regulaciones que ha implementado el Consejo de Educación Superior?
—Yo parto convencido de que el Gobierno, como todos, quiere hacer las cosas a la perfección y es importante que se asegure un mínimo de calidad. Estuve a favor de la depuración que se hizo de las universidades, porque había algunas que como bien dijo el señor presidente eran ‘universidades de garaje’ que trabajaron con un sentido más de negocio. No respetaron incluso la vocación universitaria de ser instituciones sin fines de lucro donde todos los excedentes se reinvierten. Eso se ve aquí en los edificios, por eso, la universidad va desarrollándose cada vez más. Lamentablemente, nuestras nuevas normas son muy regulatorias, se meten demasiado en lo que le corresponde a la universidad. En ese afán de depurar, controlar y poner la casa en orden, hoy hemos pasado al otro extremo. Por querer una mejor universidad, están limitando su desarrollo. Tenemos un sistema demasiado controlado en todos los aspectos: administrativo, académico, regulatorio. Nosotros elevamos nuestra voz de protesta en su momento y muchas cosas nos escucharon, otras no, esa es la democracia.
—Usted actualmente es canciller de la UEES. Su nombramiento en este cargo fue también producto de las nuevas regulaciones…
—Sí, esa es una de las normas en las cuales no estábamos de acuerdo: que los decanos o los directivos de las universidades no pueden ser reelectos o designados por más de dos períodos. Consideramos que eso no es saludable. En el resto del mundo, hay rectores que tienen 30 o 40 años y son ricos en experiencia. Todas esas relaciones que hizo, todos los errores que corrigió, se pierden por dar paso a una persona cuyo requisito más importante es tener un PhD, como si eso le garantizara eficiencia. Eso me obligó a dejar el rectorado y la universidad eligió entonces al Dr. Joaquín Hernández, un hombre académico, preparado para esto. Pasé a ser canciller y dentro de mis nuevas funciones está buscar fondos para los proyectos de la universidad. También, obviamente, apoyar la gestión del nuevo rector con la experiencia de esos veinte años que estuve en el rectorado, es lo lógico, pero no necesariamente funciona así en otras universidades. Sobre todo en las públicas y cofinanciadas sucede que sale el rector y con él muere su experiencia debido al revanchismo.
—Están politizadas…
—Así es. Creo que politizar las universidades es un error, aunque ha habido ciertas normas positivas como pedir títulos de cuarto nivel, controlar la calidad, registrar los procesos de estudios, los requisitos… No en todo podemos estar de acuerdo. Lo importante es rectificar cuando nos equivocamos. Creo que la nueva ley que está en vigencia aún no ha tenido el tiempo suficiente para hacer notar a los reguladores qué cosas van a tener que modificar en beneficio del sistema universitario.
—Otra de las limitaciones que imponen las nuevas regulaciones es la prohibición de aumentar aranceles a los estudiantes…
—Es un tema político, lamentablemente. En el Ecuador, sí hay opciones de estudiar sin pagar nada, existen universidades públicas y cofinanciadas. Uno no obliga a nadie a estudiar en una universidad particular. Si usted escoge eso, es porque quiere algo de ella: su sistema de estudios, tecnología, infraestructura, capacidad académica, etc. Cuando el Gobierno se mete a decidir política y no técnicamente los temas económicos, obligan a subir un arancel por una estadística y no porque dentro de la universidad haya una nueva carrea que necesita mayores recursos. Lo que hay que evitar es el abuso, regulando no cuánto sino cuándo debes cobrar. Yo no le puedo decir a un estudiante en el segundo o tercer mes que le voy a duplicar su arancel, aunque en los impuestos a veces sí lo hacen… El Estado debe regular solo lo que interviene. Por ejemplo, la Universidad de Guayaquil, que es pública, cobraba unos valores que no debía cobrar. Ahí está bien que regule, pero en una universidad particular, ¿qué sabe el Estado cuánto necesito yo cobrar en una carrera si el Estado no la está pagando? Además, si yo cobro en exceso, la gente tampoco compra, peor si tiene la oportunidad de obtener el servicio gratuitamente. Cuando el Estado se mete debilita nuestro desarrollo.
—¿Cómo le afectan estas limitaciones a su inversión?, ¿qué tan equitativa es su inversión entre tecnología y maestros, por ejemplo?
—El recurso humano siempre consume la mayor parte del presupuesto, porque una universidad son personas, no máquinas. El proceso siempre parte de un docente, al que hay que pagarle un salario y todos los beneficios sociales. Obviamente, cuando hay un nuevo sistema de regulación de aranceles hay que ser mucho más creativo y racional en explicarle al regulador que no debe establecer un solo arancel para todos, porque la realidad de cada institución no es exactamente la misma. Son los desafíos, nadie la tiene fácil ni gratis, es parte de la vida: los inconvenientes, adversidades, errores y aciertos. Lo importante es la actitud que uno tiene frente a ellos. Creo que las cosas se hacen para bien, pero a veces se abusa o se cometen errores. Hay que dejar que el tiempo lo demuestre, tampoco es eterno un Gobierno.
—¿Que la UEES se convierta en cofinanciada estaría descartado?
—Sí, eso esta descartado. Las cofinanciadas sí reciben recursos del Estado aunque sean particulares, como la Católica y la Laica. Son autofinanciadas la UEES, la San Francisco o la UDLA. Nosotros en esa categoría creo que le estamos demostrando al país que, siendo las más jóvenes, estamos haciendo un gran trabajo. La universidad más vieja autofinanciada es la San Francisco, que tiene veinticinco años, de ahí sigue la UEES, con veinte. Imagínese lo que pudiéramos demostrarle al país si tuviéramos 40 o 60 años, como tiene la mayoría de universidades cofinanciadas, si en veinte o veinticinco años hemos hecho lo que ve.
—¿Cómo describiría su estilo de gestión?
—Me gusta estar donde están los inconvenientes. Hay gente que cree que el trabajo es estar encerrado en una oficina al frente de la computadora y se olvida de escuchar. Yo trato de escuchar lo que se habla en los corredores conversando con la gente, con los estudiantes, los conserjes, los guardianes. Es parte de mi personalidad. Ahora bien, mientras la universidad va creciendo, uno a veces va alejándose, pero trato de recorrer el último rincón de la universidad por lo menos una vez a la semana. Me meto hasta en los baños para ver cómo están, si tiene papel higiénico, si están limpios; me meto en los laboratorios para ver los equipos; a las aulas para escuchar a los profesores. A veces no se da pero es la intención. Ya no soy el rector y esa responsabilidad ya no me incumbe directamente, pero como canciller igual apoyo al rector. Esto es mi estilo, es algo que me nace, no es un protocolo que tengo que cumplir.
—¿Cómo es su día normal?
—Cuatro días a la semana empiezo haciendo deportes: bicicleta, trotar, nadar… Luego vengo a la oficina. Normalmente almuerzo aquí mismo alguna cosa. Me desestreso con los caballos, son mi afición. Hago salto y travesía… Me gusta llevarme el caballo a la playa. Como yo vivo rodeado de gente, estudiantes, docentes, todo el mundo quiere que uno lo atienda, mis deportes son solitarios, son el momento en que estoy conmigo mismo. Cuando camino en la playa a las siete de la noche es el momento más feliz: la luna, el mar, la arena y yo.
—Su primer emprendimiento en el sector de la educación fue hace treinta años con el jardín de infantes Garabatos…
—Realmente yo me había desarrollado en el área inmobiliaria y había logrado un bonito desempeño, pero no me sentía completamente satisfecho. Tal vez mis genes me pedían vincularme a mi vocación. Mi tatarabuelo fue el primer rector del Colegio Vicente Rocafuerte, mi abuelo y mi tío fueron rectores de la Universidad de Guayaquil y mi padre fue docente allí. A mí me tocó fundar esta universidad. Empecé con un jardín de infantes con 28 estudiantes, dos de ellos eran mis hijos. Tuve un buen mentor, el doctor David Samaniego Torres, un educador que me impulsó mucho. El doctor Galo García ha sido otro mentor que encontré en el camino y que me estimuló mucho. La persona que más influyó en mí fue mi padre. La sencillez y el espíritu de vocación social de mi padre es algo que yo admiro. De lunes a viernes atendía en su consultorio privado, pero todos los sábados, desde que yo tenía uso de razón, atendía solo a personas indigentes. Entre 150 y 180 personas. Lo hizo hasta que se jubiló.
—¿Ha dado clases alguna vez?
—Sí, he estado en la docencia. Ahora estoy más en la parte administrativa, pero una de las cosas que más me llenó es dar clases a los chicos. A nivel de colegios, tenía una clase con chicos de sexto curso que se llamaba problemas socioeconómicos y coyunturales. Los ponía a analizar el entorno socioeconómico del país, porque a veces los estudios son muy teóricos y los chicos no tienen mucho tiempo para aterrizar las cosas. La idea era ponerlos a razonar sobre cómo desarrollar su personalidad, su actitud frente a la adversidad, perseguir un objetivo, no desanimarse en un primer revés. La vida es eso. Todos los días hay que enfrentar nuevos desafíos. A nivel universitario, les daba el curso de inducción y me enfocaba más en hacerlos pensar en cuánto ellos podían cambiar su vida. Los estimulaba para que busquen una experiencia internacional, aunque sea un semestre, para que puedan abrir un poco su mente. Hemos tratado como universidad de abrirnos mucho al mundo. A mí me da pena a veces cuando hay becas que no se aprovechan, porque los estudiantes están tan distraídos que no se dan cuenta de las oportunidades que tienen. A veces eso es más importante que enseñarles una ecuación, o una fórmula matemática, que ellos desarrollen esa inteligencia emocional o actitud frente a la vida.
—Le da mucho énfasis a la internacionalización…
—Sí, el solo hecho de que usted viva en un entorno distinto, fuera de esa protección familiar o de ese círculo de amigos donde toda persona se desenvuelve, creo que es sumamente enriquecedor. Lo digo convencido porque yo lo viví y les he tratado de dar a mis hijos esa misma oportunidad. Tanto énfasis le ponemos que tenemos una unidad dedicada específicamente a eso. A veces yo mismo me reúno con ellos para estimularlos y hacer que reciban testimonio de otros chicos. Los que se van vuelven con una perspectiva del mundo mucho más aguda. Se dan cuenta de que el mundo es mucho más que Guayaquil o Samborondón, que hay problemas sociales muy importantes. También el desafío profesional es cada vez más fuerte, porque el conocimiento va avanzando y la globalización nos aplasta. Creo que son espacios de reflexión, no solo estudio, una inversión en valores.
—Su infancia, ¿cómo la recuerda?
—Yo vine de una familia normal, mi padre no era un hombre rico, era un profesional muy competente y muy reconocido en su tiempo. Nunca nos dio excesos, siempre nos hizo sentir que teníamos que alcanzar las cosas con nuestro esfuerzo. Recuerdo mi primer aire acondicionado, tuve que pagar la mitad y el me pagó la otra mitad. Me hacía trabajar en las tardes o fines de semana y me hacía valorar un poco las cosas. Cuando era estudiante, adolescente, participé un par de veces en intercambios estudiantiles con colegios en Estados Unidos para aprender inglés. Me gradué a los dieciséis y mi padre, en vez de mandarme a estudiar a la universidad, me mandó a Alemania a estudiar idiomas. Ahí asimilé mucho mi personalidad, porque los alemanes son gente muy metódica, estrictos, definidos en las cosas. Creo que mi padre tuvo el acierto de hacernos valorar nuestro país. Antes de conocer el mundo, yo ya había conocido el Ecuador en giras familiares. Él decía que siempre es un riesgo que un hijo estudie en el exterior y no logre irse amando su país, porque caería presa de pensar que allá todo es mejor y la verdad no es así.
—¿Cómo se las arregla para compartir con sus hijos?
—He tenido la suerte, a través de la educación, de tenerlos siempre cerca. Creo en mi universidad, para mí es la mejor universidad del mundo para que ellos estudien y todos han sido formados aquí. Son cinco: tres varones y dos nenas. Todos, excepto la última que recién se gradúa del colegio este año, estudian en la UEES. Cuando he estado vinculado al sector de la educación media también han estado conmigo, entonces he tenido oportunidad de compartir mucho con ellos. Cuando eran muy chicos, inspirado en lo que hizo mi padre, traté de llevarlos a todos los rincones del Ecuador para que amen su patria. Esos viajes fueron inolvidables porque lograban compartir el folclore, la gastronomía ecuatoriana, la sencillez de los pueblos, incluso la infraestructura. Los llevaba a los bosques petrificados, por ejemplo, y el camino en aquella época no estaba asfaltado, pero ellos vivían la naturaleza. En ese sentido, mis hijos se sienten muy ecuatorianos y, aunque han tenido la oportunidad de estudiar afuera, son fanáticos del Ecuador. Creo que eso es importante, es como el apellido de uno.
—Sobre todo en un país como el nuestro que adolece de falta de identidad…
—Sí, creo que todo se traduce en la formación que uno recibe de los padres. Muchos papás confunden su rol y no comprenden que no es solamente decidir en qué colegio o qué universidad estudian sino cómo hago mi papel de papá programando a ese chico, no solo en la parte de identidad sino en la parte de valores y principios. La presión social es grande, lo que nos dicen los medios electrónicos o de información no es necesariamente el mundo perfecto. Ahí es donde está la familia. Un papá que quiere llevar a su hijo a Disney antes de que conozca su país, de entrada, le está poniendo una semilla equivocada porque le está vendiendo un mundo fantástico y no le permite desarrollar una identidad con su propio país. A veces no entendemos de verdad el rol de la madre o el padre. Queremos influir en ellos cuando tienen catorce o quince años, pero si cuando eran chiquititos no hicimos lo que teníamos que hacer, ya resulta tarde.
—¿Alguno de sus hijos está interesado en la educación?
—Los dos mayores están vinculados en la universidad. Se han formado aquí y los dos trabajan relativamente cerca de mí. El uno se dedica a la educación media y el otro a la educación superior. El tercero está dedicado al área inmobiliaria, lo apoyo mucho, porque es un área que conozco bien. Mi hija, en cambio, es arquitecta, como la madre. La última recién se va a graduar, a ella la noto muy inquieta por los temas sociales, es muy intelectual, le interesa la defensa de la mujer, los temas de la vida… me gusta mucho saber que ella tiene esa semilla.
—¿Usted también está vinculado al colegio Ecomundo?
—Sí, yo les doy bastante asesoría.
—Usted fue gobernador del Guayas, ¿está entre sus planes volver a la política?
—Tuve el honor de haber sido llamado por el presidente Alfredo Palacio al final de su gobierno. Él quería concluir la vía Guayaquil-Santa Elena, que tenía siete años en construcción, antes de que termine su gestión. Le pusimos todo el empeño y la terminamos en cinco meses de trabajo intensivo, treinta días antes del plazo final. No solo llegamos a Santa Elena sino a Salinas. Yo perseguía hasta cuántos tractores estaban trabajando… También me encomendó que las nuevas elecciones presidenciales se llevaran a cabo con transparencia y paz en la provincia del Guayas. En el ínterin, me propuso moverme al Ministerio de Defensa, porque el ministro iba a salir. Yo decliné porque estaba trabajando en una agenda que tenía que cumplir. En otras ocasiones, tuve que declinar también otras posiciones, porque no eran momentos oportunos. Justo después de inaugurar esta universidad, me llamó el presidente Sixto Durán para pedirme que lo acompañara en el Ministerio de Educación y, pese a que era un tema que me entusiasmaba mucho, habría sido una irresponsabilidad mayúscula fundar una universidad y mandarme a cambiar. Pero uno no puede decir de esta agua no voy a beber, toda persona tiene algo de política, podría ser que un día vuelva a ocupar un cargo público, no lo descarto, pero no es una obsesión. Más me entusiasma pensar que puedo hacer realidad este proyecto hospitalario que creo que es una necesidad para la región. Y vincularme en este desafío social que personalmente tengo.
—¿Cuáles son sus proyecciones a futuro?
—Tengo dos proyectos. El uno es el hospital, el otro tiene que ver con que creo que estoy en deuda con la sociedad. Quiero ayudar, no solamente facilitando becas, dar ayuda en el acceso y las oportunidades a todo nivel: salud, educación y defensa de la vida. Quiero concentrar un poco más mi trabajo y mi esfuerzo a la parte social. La etapa en la que yo necesitaba estar concentrado, sabiendo por dónde se mueve el último papel en la institución, ya se superó, porque hoy día la universidad está lo suficientemente sólida y estructurada. Aquí hay un grupo de colaboradores de primera línea, muchos con mucho más talento y habilidades que yo. Así que creo que puedo ser mas útil a la sociedad desarrollando más mi vocación de servicio.