“Nunca sabes qué tan lejos puedes llegar hasta que lo intentas”
Por Ramiro Garrido ///
Fotos Juan Reyes ///
Tomó la decisión de lanzarse por las montañas y a sus 33 años llegó a la cúspide de lo que todo montañista sueña: el Everest. En mayo cumplió este anhelo y se convirtió en la primera mujer latinoamericana y ecuatoriana en llegar a esta cumbre sin oxígeno suplementario.
Lo suyo es subir montañas y lo supo desde pequeña, toda su vida le cautivaron los páramos y las historias que los rodean. Desde los tres años su familia la acercó a la altura y con su círculo de amigos descubrió las primeras cimas del país. Carla es quiteña, tiene 33 años y le faltan gestos para describir las sensaciones que tiene cuando sube a una montaña. Dibuja con sus dedos las rutas por donde ha transitado en esta larga carretera que la llevó hasta la montaña más alta del mundo.
Carla ha sido reconocida públicamente como una pionera por haber pisado el pasado 23 de mayo la cumbre más alta del planeta: el Everest, que llega hasta los 8 840 metros de altura, ubicado en la cordillera de los Himalayas, en la frontera entre China y Nepal, sin la ayuda de oxígeno suplementario.
Generalmente el montañismo se ha percibido como una actividad deportiva que demanda un esfuerzo físico sobrehumano, asociado a la fortaleza de personajes masculinos. Nombres como los de Edward Whymper, en la conquista de los Alpes; George Mallory, Edmund Hillary, Reinhold Messner, Jerzy Kukuczka en los Himalayas, y a nivel local, referentes en el andinismo como Nicolás Martínez, Marco Cruz, Ramiro Navarrete y el mismo Iván Vallejo, que es el único ecuatoriano en haber coronado las catorce montañas más altas del mundo que superan los 8 000 metros, son referentes de una actividad destinada a unos pocos elegidos que tienen un denominador común: la obstinación por llegar a sus objetivos planteados.
En ese selecto grupo está ahora Carla Pérez, al convertirse en la segunda ecuatoriana en coronar el Everest, pero la primera en hacerlo sin oxígeno.
Carla regresó al Everest tres años después de “su derrota” en 2013. Ese año desistió de alcanzar la cumbre cuando le faltaban menos de 200 metros. “Había que regresar y terminar con el reto planteado, y así cumplir con el sueño de coronar la montaña más alta del mundo”, comenta.
Lo que ahora se reconoce como una gran hazaña implicó un trabajo de aproximadamente siete años de preparación física y psicológica, cuyo resultado se traduce en la cúspide del momento deportivo que ahora vive Carla. Tal como ella lo describe, “es un punto de inflexión en el que se cierra un círculo y se abren nuevas cosas para mí. El Everest me abre la puerta hacia lo desconocido y ahora comienzo a navegar por terrenos inexplorados”.
En su círculo cercano de amigos y familiares, no sorprende que Carla haya subido al Everest, no solo por su vínculo de varios años con importantes proyectos liderados por Iván Vallejo, que han sido difundidos y conocidos, sino por la entrega a la montaña. Los sueños de Carla siempre estuvieron relacionados con el monte y el resultado de eso es un crecimiento integral como persona.
Desde niña su plan de vida corrió en paralelo a las aventuras en los cerros y con actividades al aire libre. Ese inicio se remonta a un paseo familiar al Pasochoa, cuando tenía tres años, luego el vínculo con su tío Manuel Pérez, que vivió en Francia y le abrió un mundo a través de libros y fotografías de los Alpes, le fueron llenando de imágenes y ficciones sobre esos destinos imposibles para una chiquilla ecuatoriana que crecía en el Ecuador de los ochenta, dentro del mundo que ofrece la clase media y la educación religiosa.
Sus primeros recuerdos en el colegio La Dolorosa fueron de lucha, de rebeldía con ese constante intento de romper los esquemas establecidos. Recuerda empujones y disputas de niñas y desde allí se reconoce como una persona “lanzada, atrevida”, dispuesta a probar que se pueden hacer las cosas a las que a las niñas les decían que no. Extrovertida y de empuje, recuerda también cómo defendía a su hermana mayor, Nicole, de otras niñas que la molestaban.
La carrera académica de esta montañista y geoquímica siempre estuvo en la calle de honor. Excelencia e hiperactividad han sido la tónica durante toda su vida. Fue abanderada del pabellón nacional, tanto en finalizar la primaria como en la secundaria, seleccionada de deportes, de oratoria y muy querida entre sus compañeras, tanto que cedió la presidencia del consejo estudiantil de su colegio para evitar disputas.
Durante su adolescencia, en un día normal, le faltaban horas para hacer todo lo que se proponía: luego de clase se iba para el rocódromo de La Vicentina, allí se amarraba la falda del uniforme y se unía a otros chicos para aprender a escalar y descubrir el mundo de la verticalidad. Luego iba al gimnasio y regresaba a su casa. Al mismo tiempo, estudiaba francés por las tardes. Lo que menos le sobraba a Carla era el tiempo, muchas veces hacía deberes para el día siguiente durante las últimas horas de clase en el colegio. Siempre con el respaldo de su familia, como pilar de sus decisiones y aspiraciones. Ellos y Esteban Mena, pareja y compañero de cordada, son la seguridad de su vida.
El descubrimiento de las montañas en el Ecuador comenzó con su fiesta rosada. Desde los quince años de edad, los fines de semana los destinaba a campamentos en los páramos con sus amigos adolescentes. Recuerda claramente que en esa época surgió una revancha personal con el Cotopaxi por alcanzar su cumbre, luego de un primer intento fallido junto a Patricio Tisalema —otro andinista que años después subiría el Everest también sin oxígeno suplementario—. “Ese ‘Coto’ sin cumbre me motivó a intentar nuevamente y llegar por allí en 1998, a los quince años”, cuenta.
Apenas cumplidos los dieciséis, en enero de 1999, había subido a la cima del Chimborazo con sus amigos del Club de Andinismo del colegio San Gabriel, con quienes solía salir a la montaña y de donde obtuvo sus primeros referentes. El grupo era solo masculino, porque el colegio lo era, sin embargo, ella no vio en eso un impedimento, sino una motivación para caminar, cargar y soportar la adversidad de la montaña, en una actividad que era “solo para hombres”.
De esa época recuerda claramente a sus amigos, de los que aprendió mucho y los reconoce como sus iniciadores en el montañismo, Marco Suárez, Marcos Serrano, Gabriel Llano (†), Oswaldo Freire, Gaspar Navarrete y otros. Su afinidad con la revista Montaña hizo que descubriera las historias de la escaladora Digna Meza (†) y Margarita Arboleda, de quienes tomó el ejemplo para seguir en esta actividad, en un momento en el que las mujeres representaban quizá 1% del andinismo nacional.
Siempre asistía a las charlas de Iván Vallejo, quien regresaba de sus expediciones con las “novedades de los Himalayas”, con presentaciones audiovisuales que hacían creer que para vivir la vida intensamente había que escalar montañas. Su proyecto de los 14 ochomiles, que consistía en ascender a todas las montañas del mundo que sobrepasan los 8 000 metros de altura, sin la ayuda de oxígeno suplementario, marcó un antes y un después en la historia del andinismo nacional, y Carla fue una de las miles de personas impactadas por esto y hoy por momentos no cree que cuente ya con tres de esos ochomiles a su haber.
Al finalizar la secundaria Carla debía elegir una profesión, una carrera universitaria. Y como es normal, tenía dudas que le llevaban a preguntarse sobre el sentido de existencia. Casi estudia Antropología, pero pudieron más las montañas. Desde pequeña se visualizó como una científica de volcanes. Así partió a Grenoble, Francia, y estudió Geología y los fenómenos de las montañas. Al mismo tiempo esos años le sirvieron para descubrir las principales cumbres y rutas de los Alpes. Y si bien la universidad era pública y tenía el apoyo de su familia, estudiaba y trabajaba al mismo tiempo para subsistir y poder escalar.
Cuando finalizó sus estudios y tras obtener una maestría en Investigación, regresó al Ecuador y supo que el trabajo científico implicaba bastante menos presencia en el campo y más en el escritorio y frente al computador. Se negó rotundamente a llevar ese tipo de vida. Tuvo una oportunidad de la docencia universitaria, pero lo suyo pudo más: subir montañas.
Se dedicó entonces a las expediciones internacionales, y recorrió trayectos fascinantes como el Alpamayo, Chacraraju y Yerupajá en Perú. Recuerda la travesía integral del Illimani en Bolivia, como una montaña que no se acababa nunca. Pero el punto de giro en su carrera de montañista llegó en el Aconcagua, a fines de 2008 e inicios de 2009, con su encuentro con la Pared Sur, la ruta más complicada de la montaña más alta de todo el continente americano, que llega hasta los 6 962 metros de altura.
En esa expedición escaló durante varios días con Joshua Jarrín y Esteban Mena, y fue la primera vez que tocó sus límites personales, enfrentándose a la muerte y al peligro extremo. Allí, en seis días de escalada, perdió doce kilos, sufrió edemas periféricos por la exposición a la altura y el agotamiento; prácticamente se estaba autoconsumiendo. Esto fue la catapulta mediática para que Iván Vallejo supiera de su grupo y los invitara a ser parte del Proyecto Somos Ecuador.
Carla dice que del Aconcagua aprendió que en este tipo de expediciones hay que estar rodeado de “tu gente”, de esas personas a las que conoces de siempre y te inyectan ánimo y buenas energías en los momentos más duros. “Sin gas para el reverbero y ya sin beber ni comer casi nada los últimos dos días en la (Pared) Sur, Joshua y Topo hacían chistes para levantar los ánimos. De esa experiencia regresé a la vida más enamorada de la montaña que nunca”.
Antes de la Pared Sur del Aconcagua, participó de una travesía en bicicleta llamada Sudamérica a pedal, que consistió en un recorrido de varios meses desde Quito hasta Bariloche entre varios amigos que se conocían desde la adolescencia. Recorrieron desde La Oroya (Perú) hasta Mendoza (Argentina). Allí aprendió a disfrutar de cada instante y dice que fue una de las mejores aventuras, su visión cambió totalmente porque sus compañeros de viaje no eran deportistas de élite y lo que menos les preocupaba era el tema de los tiempos o las distancias recorridas. Su mayor aprendizaje “fue disfrutar del aquí y ahora, de lo simple de las cosas, de andar con las pocas certezas temporales, con la incertidumbre de no tener un techo donde dormir o qué comer. “La vida te obliga a establecer un plan de vida, planificar, saber qué quieres y correr en una lucha contigo mismo todos los días en un trabajo, en la casa, un camino al éxito establecido, pero ese camino y ese éxito debe ser el que tú sientas. Hay que tomarse el tiempo que sea necesario para descubrir lo que uno es y lo que uno quiere”.
Reinhold Messner, reconocido montañista italiano, le demostró al mundo en la década de 1980 que era posible subir a las montañas que tienen más de 8 000 metros sin la ayuda de oxígeno suplementario, y paradójicamente alrededor de 8 000 personas han subido al Everest en toda la historia y 140 lo han hecho sin esa ayuda artificial, convirtiendo esto en un hecho digno de reconocimiento deportivo a nivel internacional. Carla es la primera latinoamericana en hacerlo y la séptima mujer en el mundo en lograrlo.
Con el proyecto Somos Ecuador ha escalado en sitios alejados, agrestes, verticales y helados como el Khan Tengri (entre China, Kazajistán y Kirguistán), el Pico Lenin (entre Tayikistán y Kirguistán), el Pobeda (Rusia) y el Denali (Alaska), y de más de 8 000 metros, como el Manaslú, Cho Oyu y Everest en los Himalayas. La escalada al Kyzyl Asker, en China, con la apertura de la ruta Sal con cebolla, les otorgó la nominación al Piolet de Oro, el mayor reconocimiento mundial en el mundo del alpinismo.
Carla lleva su vida como a quien le falta tiempo para subir montañas, esa hiperactividad que le ha caracterizado desde siempre la muestra exteriormente como una persona que busca retos cada vez más altos, difíciles y auténticos por lograr; interiormente su carácter metódico y serenidad equilibran cada paso que da en la vida.
“Subir al Everest en mayo pasado ha sido hacer justicia conmigo misma, la derrota de 2013 me ha hecho crecer como persona, ahora me encuentro en un momento de pausa, de paz, recuperando energías, pero también estoy pensando en mis nuevos retos. Ahora que sé de lo que soy capaz sin usar oxígeno suplementario sobre los 8 000 metros, combinaremos la dificultad técnica y la altura en los próximos retos de escalada”.