Cambiar el paradigma educativo, un niño a la vez

Niños jugando.
Fotografías: Juan Reyes y Cortesía COMUNA.

De la pandemia, el confinamiento y la incertidumbre nacieron las nuevas formas de ver el mundo. Estas deberían tener como centro de atención a los niños, y son necesarias todas las variaciones de un sistema caduco para dar paso a los nuevos y soberanos habitantes del planeta.

Me encuentro con Daniela Armendaris, pedagoga y psicóloga, en el Jardín Botánico de Quito, donde tiene su sede una de las células de la escuela Comuna, entre árboles, flores y pájaros. Al caminar junto a ella por una de las “aulas” (entre seis y ocho niños, una guía en medio de uno de los claros del jardín, al aire libre), noto de entrada que el concepto de escuela está ya transformado. 

Daniela vivió durante ocho años en Leeds, Inglaterra, con su esposo y sus hijos. Vivió la experiencia ambigua, rica y reñida, de toda persona migrante: el choque cultural, intensificado por la presencia de los hijos, acentuó la sensación de lejanía y extranjería que marca, con menor o mayor énfasis, la movilidad humana (desde lo más cotidiano, como lo gastronómico, hasta lo existencial, como la barrera del idioma, pasando por todos los matices que supone ese abanico).

En esos años Daniela tuvo la oportunidad de trabajar en una escuela pública, parte del programa Children’s Centres – Family Action, diseñado para proveer educación integral a personas que, por alguna razón, no están del todo inmersas en el sistema; en este caso se trataba de niños y niñas, hijos de refugiados de distintos continentes. Los hijos de Daniela, además, asistían a esta escuela como alumnos, de modo que tuvo al mismo tiempo la experiencia de docente y de madre de familia: para ella, una apasionada de la educación, fue la experiencia fundamental de su vida como migrante en otro continente.

Impactada por el empuje y la convicción de la directora de esa escuela, tomó nota de una serie de cuestiones que se volvieron centrales en su concepción de la educación. Algunas de esas cuestiones son muy simples, como el principio de que la selección de la escuela a la que asisten los niños debe ser determinada por cercanía geográfica, asegurando de ese modo no solo un tiempo de descanso que no violente las necesidades biológicas del crecimiento, sino la diversidad cultural, el intercambio y la amplitud de perspectivas que se garantiza cuando el criterio que predomina no es el de la clase social o la solvencia económica. Por supuesto, esta posibilidad está dada por un sistema de educación pública de excelencia, sin el cual todo lo demás es utopía.

Los hallazgos de Daniela se concentraron en el orden de la filosofía de la educación. Ahí pudo entender que una formación temprana debe incluir el incentivo de la charla y la discusión de la comunidad educativa con miras a la intervención en el espacio público, la vida comunitaria y barrial; el cuestionamiento de los principios de convivencia, la organización de asambleas autónomas de estudiantes que, desde temprana edad, entienden que son parte de un entorno y miembros activos de una comunidad, y que son a la vez responsables, garantes y depositarios de las condiciones de vida de la misma. 

Algo así como si la materia de cívica —hablo como cuarentona que recibió esa asignatura en los años ochenta y noventa— hubiera estado enfocada en una acción afirmativa, individual y comunitaria, pactada en diálogo con los compañeros de clase para hacer más vivible la vida. Eso antes que en memorizar la letra del himno nacional y el Manual de urbanidad y buenas costumbres de Carreño.

Durante sus años en Inglaterra, Daniela entendió también que el criterio de la edad como único factor para agrupar a los niños es no solo insuficiente sino violento para un aprendizaje alegre y eficiente. Aprendió —esta es la tarea de todo pedagogo de vocación, el aprender constantemente— que, en un mundo que cambia todo el tiempo, la educación no puede estancarse en modelos vetustos, más parecidos a modelos carcelarios y panópticos que a procesos dinámicos, afectivos y hechos para dar a los niños y las niñas herramientas reales para enfrentar el mundo, cuidar sus vidas y mejorar las condiciones de su entorno.

Proyecto educativo para niños Comuna
Daniela Armendaris creó Comuna un proyecto educativo, innovador y personalizado, pensado para familias que buscan una educación distinta para sus hijos, en donde se reconoce la originalidad de cada ser humano, de manera que pueda desarrollarse con respeto y autonomía a lo largo de su vida.

Para el momento en que Daniela me había contado todo esto que acá resumo, yo estaba lista para inscribirme en Comuna, para tener una experiencia escolar que no fuera la mía y la de la mayoría de gente que conozco, de mi edad y también mayor y menor. Su relato, la emoción que transmitía en él y la lógica tan diáfana y al mismo tiempo tan utópica de su proyecto, me confrontó duramente con mis recuerdos de estudiante: aún hoy, para mí, volver a una escuela o colegio por cualquier razón es algo que me inquieta y me pone en alerta.

Es imposible no sentir, en esas visitas, el regreso ominoso de unos años —demasiados— en que la represión, la absoluta falta de autonomía, la agresión contra los procesos individuales y la pedagogía del miedo y el control fueron la norma, un retorno de la sensación constante de inseguridad, la posibilidad de la humillación, la prohibición de la duda y el cuestionamiento; el recuerdo de las mañanas heladas en filas militares, de la presencia de los oscuros inspectores con sus cuadernos de infracciones, las pruebas sorpresa de matemáticas, el absoluto desgano por cualquier aprendizaje, el deseo intenso de que esa etapa acabara.

Cuando llegó el momento de volver al Ecuador, con todo lo que implica una mudanza de esas magnitudes, tanto a nivel afectivo como material, lo primero que hizo sufrir a Daniela fue la educación de sus hijos. Sabía que en este país no encontraría una escuela que tuviera, como centro, la individualidad del estudiante para articularla con un diálogo comunitario. Pensar en sacarlos de su escuela en el norte británico, del diálogo estimulado por la comunidad educativa para la duda y la reflexión, se convirtió en una preocupación enorme.

Y poco después vino la pandemia, es decir, una intensificación hasta el absurdo de la desconexión entre la realidad de los niños y las condiciones de aprendizaje. Entonces supo que no podía esperar que a alguien más se le ocurriera empezar a transformar las condiciones educativas de los niños ecuatorianos, sino que, tomando la experiencia y las lecciones que le dejó su experiencia migratoria y su contacto con niños de orígenes varios, era ella quien debía hacer —o al menos comenzar— el cambio que anhelaba ver en la realidad diaria. 

Así, en medio del confinamiento y la incertidumbre que vinieron con la pandemia, Daniela Armendaris creó Comuna, un proyecto educativo basado en la sinergia de dos pilares fundamentales e interdependientes: la formación humana integral y la excelencia académica desde el respeto por la originalidad de cada ser humano.

Esta es la propuesta o fórmula que guía los lineamientos pedagógicos de Comuna, y que garantiza dos cuestiones que parecerían, al menos en nuestro país, ser excluyentes entre sí. Es decir, como si para tener un nivel académico alto que abra oportunidades profesionales y de estudios en el futuro, fuera necesario sacrificar el disfrute y la formación integral humana, y viceversa. 

Comuna reconoce que la posibilidad de la excelencia académica y profesional, y del desarrollo intelectual y social, es un sueño de generaciones que han luchado por mucho tiempo para conseguir para sus hijos y nietos un nivel de profesionalización que estaba vedado en otros tiempos, entendiendo por fin que ese sueño no debería conseguirse al precio de infancias reprimidas y homogeneizadas al punto de la eliminación de la singularidad y el pensamiento crítico.

Con esta convicción, y a partir de la certeza de que no se trata de elegir entre estudios formales y armonía humana, sino que, por el contrario, solo en sinergia estos dos aspectos de la educación pueden alcanzar el máximo de su potencial, Comuna se establece como un proyecto creciente que busca cambiar la realidad educativa de este país, un niño a la vez. 

Para esto se guía por cuatro componentes fundamentales: 1. Effective learning (aprendizaje efectivo por medios adecuados a cada individuo, lo que implica, indefectiblemente, grupos pequeños que garanticen la personalización); 2. Effective teaching (enseñanza efectiva, basada en la atención a la originalidad individual y el sistema multigrados); 3. Family health (salud familiar, con asesoramiento y diálogo constante con las familias para cooperar en una vida familiar sana y alegre), y 4. Social emotional learning (formación temprana de los niños y las niñas para su involucramiento activo en los problemas de su comunidad y entorno, para que se reconozcan como miembros importantes y activos, agentes de cambio de su comunidad en diálogo con sus pares).

Con el fin de convertir a Comuna en un proyecto sostenible y a largo plazo, Daniela se puso en contacto con Humboldt Zentrum, un proyecto alemán de educación dual que busca colaborar con el desarrollo humano y económico a través de la formación técnica.

De este modo, el proceso de capacitación de los y las docentes de Comuna es constante, los estándares están siendo actualizados regularmente, y los y las estudiantes tienen la garantía de contar con estudios plenamente reconocidos por todas las instancias oficiales pertinentes. 

Niños en el parque
Comuna ha complementado la formación integral de los estudiantes con un programa DUAL, que es pionero en Quito, gracias al Humboldt Zentrum, el mismo que consiste en Aprender Haciendo. Esta alianza permite a los estudiantes visitar diferentes empresas que forman parte de la Cámara de Comercio Alemana.

Cuando comenzó la pandemia y se impusieron el confinamiento y la incertidumbre, uno de los grupos humanos más afectados fue la niñez. De un día para el otro, los niños debían permanecer encerrados en sus casas y les fue exigido aprender mirando una computadora por horas y horas.

Como suele ocurrir, se esperó de ellos que se adaptaran a las expectativas de un mundo que no está hecho para ellos, un mundo adultocéntrico que desestima el enorme potencial, el incalculable valor que anida en cada niño y cada niña. Daniela vio esto y su diagnóstico —y receta— fue fulminante: sacó a sus hijos de la escuela y empezó el camino de descubrimiento que, al principio, tenía como única certeza que las circunstancias exigían una forma de pensar que tomara como prioridad la importancia de una niñez sana y feliz.

Ese camino empezó con escapes clandestinos al parque La Carolina junto a sus hijos cuando aún estaba prohibida la salida a espacios abiertos y públicos, y ahora, con más de ochenta estudiantes, tres células en Quito y la formación en proceso de una fundación educativa, el camino de Comuna es esperanzador, no solo por lo que implica para sus estudiantes, sino también porque abre horizontes de posibilidad muy luminosos en un país que necesita a gritos, de urgencia, una revolución educativa para todos y todas. 

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