Gonzalo Dávila Trueba
Las vísceras debieron llegar a la mesa cuando algún caballero francés, maltrecho y agotado pero con la certeza de que su lado ganaría la contienda de Castillón —porque vio la masacre que los cañones primitivos habían causado entre la caballería inglesa donde murió el jefe de las fuerzas inglesas, el Earl de Shrewsbury—, decidió tomar un respiro y atender a su hambre. Así que, cuando un campesino le ofreció unas vísceras, de quién sabe qué animales, el caballero aceptó el platillo y se lo engulló todo. Una vez fortalecido, montó en su caballo y en cólera, y quizá por la ingesta de guaguamama a la frànçaise, se convirtió en el agente eficaz para el triunfo de la corona francesa sobre la inglesa. Y con esa batalla y ese platillo se terminó la guerra de los Cien Años entre las dos coronas.
No tomó prisioneros, pero sí llevó al campesino a cocinar en la corte.
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