Calles antiguas de Cuenca

Dentro del acervo cultural de Cuenca, existen varias calles que datan de la época colonial en las que se desarrollaban oficios específicos.

Fotografías: Shutterstock y Felipe Serrano.

Estos sectores eran emplazados por el cabildo en las periferias, registrados como barrios de indios, donde se agrupaban a las personas de escasos recursos, creando una división de clases sociales marcada por unas diferencias abismales, como es el caso de la calle Real del Vecino, que tuvo su apogeo con los denominados “cañamazos”, que elaboraban los sombreros de paja toquilla. Trabajaban en condiciones inhumanas y percibían un salario leonino de los dueños de las compañías exportadoras. En 1930 la calle cambió su nombre a Sandes, en honor al general inglés Arthur Sandes, quien participó en la batalla del Portete de Tarqui, enfrentando a las tropas de la Gran Colombia. En 1961 fue bautizada como Rafael María Arízaga, en honor al ilustre abogado y político cuencano que, en 1916, fue candidato a la presidencia del país, perdiendo las elecciones frente a Alfredo Baquerizo Moreno.

Una mañana del lunes la ciudad amaneció abrigada y pletórica de luz. Aproveché para salir y recorrer una de las calles más antiguas de Cuenca que comienza en El Vecino, considerado uno de los primeros barrios, ubicado en la parte norte del Centro Histórico, que figuró como puerta de entrada y salida norte en la época colonial. Antiguamente era costumbre edificar rollos o picotas como distintivos de la jurisdicción de las ciudades, en las entradas de las mismas. El historiador González Suárez dice de los rollos: “Era el suplicio de los criminales. Y, a los cómplices, se les hacía presenciar la ejecución de los reos. Después se les obligaba a pasar por debajo de los cadáveres colgados del Rollo. La pena de azotes se ejecutaba en público. Las mujeres las sufrían en las espaldas desnudas, para lo cual se las paseaba por las calles de la ciudad, cabalgando en un borrico. Precedía el verdugo o pregonero, anunciando a gritos la sentencia al pie del Rollo”.

El primer rollo de Cuenca se levantó en el parque Central donde se encuentra la estatua del niño héroe, Abdón Calderón. Actualmente, ya no existe. Según datos históricos, en 1787, por orden del primer gobernador de Cuenca, Antonio de Vallejo, se levantó el segundo rollo en el sector de El Vecino, donde empieza mi caminata. Observo con detenimiento el rollo, otrora justiciero e inclemente, y me parece escuchar, a manera de un eco, los gemidos de dolor y angustia que quedaron aprisionados entre sus piedras y ladrillos. Y como un acto de clemencia hacia los que allí permanecieron colgados hasta desfallecer, vislumbro la estatua de Nuestra Señora de la Merced, virgen y patrona de El Vecino. Tallada en mármol, fue inaugurada en 1960 en la plaza Joel Monroy, a escasos pasos del rollo, en honor a fray Joel Monroy, historiador de la Orden Mercedaria. También es patrona de las Fuerzas Armadas del Ecuador, por lo que cada 24 de septiembre los militares demuestran su devoción realizando una procesión desde la iglesia de San José hasta la Tercera Zona Militar.

Esta calle estrecha y adoquinada, flanqueada por casas de adobe y teja y de cuyos balcones cuelgan flores multicolores, evoca la nostalgia que silenciosamente camina a mi lado. Subo la escalinata de piedra que conduce a la iglesia de San José, inmaculadamente pintada de blanco y azul cielo y me detengo a ver la cruz de piedra tallada que da la bienvenida a los feligreses. En su interior cuelgan cuadros representando el viacrucis, inspirando reverencia y recogimiento. Al costado izquierdo de la iglesia se encuentra el convento mercedario.

Calle Benigno Malo.

Sigo mi caminata sobre los adoquines que pisaron los héroes libertarios y diviso fácilmente el antiguo edificio de la Tercera Zona Militar. Al ingresar, contemplo el mural que cuenta la historia de los patriotas. Este mural fue basado en un guion museográfico que refiere la llegada de los españoles, la entrada de las tropas independentistas por la calle Real de El Vecino y la batalla de Tarqui. Se creó con miras al Bicentenario de la Independencia de Cuenca, el que se complementará con el Museo de la Paz y la Libertad que se levantará en una edificación patrimonial, localizada dentro de la Zona Militar. Me despido del aire de independencia y libertad que transmite el recinto militar y sigo mi trayecto calle abajo, hacia el Economuseo Municipal Casa del Sombrero. En sus primeros años esta calle fue considerada un corredor comercial de producción y venta de talleres de sombreros de paja toquilla, hojalatería y latonería. El sombrero de paja toquilla fue reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2012, por la Unesco. Está ubicado en una casa antigua, hoy bellamente restaurada, donde funcionó la primera fábrica y centro de acopio de estos sombreros, cuyo principal objetivo es la propagación del conocimiento de este oficio ancestral, mediante la enseñanza a los visitantes, pretendiendo rescatar y conservar esta herencia cultural. Encuentro a algunas mujeres tejiendo sombreros con una facilidad y precisión asombrosa. Mueven sus dedos con la misma rapidez con la que vuelan las abejas dentro de un panal. Unas me cuentan que crecieron en familias tejedoras y que aprendieron de ellas este oficio. Otras creen que su habilidad es innata, pues sus padres se dedicaban a otras labores.

Calle Arízaga.

A finales de los años sesenta esta casa fue adquirida por un grupo exportador de sombreros de paja toquilla perteneciente a la familia Heredia, transformando la producción artesanal en industrial. Debido a la acogida de esta prenda a nivel nacional e internacional en aquella época, sustituyeron el trabajo manual por máquinas eléctricas, conllevando la desaparición de las tradicionales tejedoras. La imagen de cientos de sombreros blancos o de color crema, secándose con los rayos del sol en las calles adoquinadas de este barrio tradicional, hoy es solo un recuerdo para los cuencanos que traspasaron el umbral de las cinco décadas. Ya no se ven a las tejedoras sentadas sobre una estera en las entradas de los zaguanes que daban a la calle, como lo era antaño. La calle Rafael María Arízaga finalizaba antiguamente en la intersección con la calle Luis Cordero, donde los comerciantes, luego de secar sus sombreros después de terminados, los vendían dentro y fuera de la ciudad.

El renombre de Cuenca como productora de sombreros de paja toquilla creció por el año de 1844, en el cual se instauró que los niños, en su educación básica, debían aprender este y otros oficios relativos a esa época. Como consecuencia de esta disposición, al año siguiente se creó la primera Escuela de Tejedores de Cuenca, ubicada en el sector de El Chorro, a escasos pasos de la calle que estoy visitando. La exportación del sombrero de paja toquilla se multiplicó, primero a Europa y luego a Estados Unidos, debiendo pasar por el estrecho de Panamá, por lo que se lo denominó erróneamente Panama Hat. Hoy persiste este apelativo, pese a que ya es conocido en el mundo entero como originario del Ecuador.

Me despido de las tejedoras y sigo mi recorrido por la calle que fue testigo de nacimientos y vivencias de algunos cuencanos ilustres. Llego hasta la casa de la poeta, docente e incansable luchadora por los derechos de la mujer, María Ramona Cordero y León, y de su hermano Rigoberto Cordero y León, primer cronista de la ciudad de Cuenca. María Ramona escribía bajo el seudónimo de Mary Corylé. Me la imagino con la mirada desafiante, sentada frente a su escritorio, pluma en mano y una hoja de papel en blanco, presta a escandalizar a sus coterráneos con sus publicaciones heterodoxas, las que remecieron los cimientos de una sociedad curuchupa —aún vigente—, plagada de prejuicios que la sofocaban cotidianamente.

Evocó en sus poemas a la madre, a los ríos y al amor, y fue en su casa, hoy restaurada por la municipalidad y abierta al público, donde escribió su poema más polémico y erótico: “Bésame”, considerado iconoclasta para su tiempo. Otro personaje ilustre que vivió acogido por estas veredas fue el doctor Víctor Manuel Albornoz. Tras su constante dedicación e investigación, escribió en 1949 un libro que recopila un estudio minucioso sobre las fábricas y beneficios que trajo la producción del sombrero de paja toquilla: Cuenca y su industria de tejidos de sombreros de paja.

Al terminar mi recorrido, en el tramo final de la calle que aún conserva los adoquines —una cuadra más allá continúa pavimentada—, atisbo una pequeña cafetería que ofrece humitas, tamales y café pasado. Cansada, entro y me siento en una mesa rústica y pido una humita humeante y una taza de café recién hecho. Su aroma me embelesa. Antes del primer sorbo, cierro mis ojos y dejo que mi olfato me transporte al pasado. Un pasado en el que la calle Rafael María Arízaga olía a paja toquilla, a libertad, a justicia, a literatura, a poesía, y también, por qué no, a café tostado.

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