Cable a tierra

Por Milagros Aguirre

Ilustración: Adn Montalvo
Edición 461-Octubre 2020

Ahora, que vendrá la crisis con todo el peso de la pandemia, ¿será de dejar los delirios de grandeza, esos construidos a punta de propaganda y de retórica populista y aterrizar en el país que somos, el país pequeño latinoamericano que no es ni jaguar ni tigre ni nada que se le parezca?

Los delirios de grandeza pueden ser parte de la corrupción que vivimos. De esos delirios de grandeza seguro es producto aquel joven que quiere ser exitoso y millonario a los veinte, a costa de los negocios truchos con el Estado y que no le importa que para eso haya que subir los precios hasta de las fundas para envolver a los muertos. De esos delirios es resultado aquel al que le importa un pepino pagar lo que sea por un carnet de discapacidad para importarse un carro de lujo a mitad de precio, sin ruborizarse siquiera; el que sueña con el Ferrari del año, con la modelo cabeza hueca e ir de vacaciones en avioneta a un resort; el que esconde dinero en paraísos fiscales o cisternas, el que quiere gerenciar empresas sin haber trabajado nunca; el que cree que ser próspero es hacer dinero a costa de la tragedia ajena, como en las narconovelas; o el que se queja y vocifera en redes sociales que un centro de atención emergente para covid, hecho desde el amor y la solidaridad y desde la sociedad civil, sin un solo centavo estatal, no sea de cemento y sea de bambú (por lo demás, material noble y maravilloso, mucho más lindo que el gris).

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