Por Mónica Varea
Hoy me pasaron a otra sala, sin gente, sin ruido y sin ese sol enceguecedor. Las paredes están forradas con láminas de espuma color gris, estoy segura de que si grito nadie podrá escucharme. Este espacio es pequeño, un poco oscuro y solo puedo ver una pantalla en la que se dibujan unas ondas de un color verde intenso, ¿qué son esas ondas?, ¿qué miden?, me pregunto mientras espero, aunque no sé qué espero.
¿Qué hago aquí? ¿A quién aguardo? No sé si permanezco aquí por algún motivo o esta nueva sala es de castigo. Empiezo a sentirme ansiosa, veo una diminuta silla y me acomodo en ella, observo que, además de la pantalla, hay unos micrófonos. Ahora sí podré gritar, pedir ayuda, alguien me sacará de aquí.
No entiendo nada, tal vez esto es parte de algún tratamiento que no recuerdo haber empezado. Mis noches en vela se han agudizado y el insomnio unido a los bochornos menopáusicos han vuelto mis noches un infierno, pero no recuerdo haber ido al médico. Tal vez mi marido lo hizo, seguramente él pidió que me encerraran. No le quito razón, ¡pobre hombre! Vivir conmigo no debe ser fácil. Él tan neuróticamente ordenado, con seguridad ya no soporta mi caos, mi desorden, mis olvidos y, por si fuera poco, mi flacura y la flaccidez de mi vientre, sí, ¡pobre hombre! Pero no tenía derecho, siempre pudo optar por irse de la casa y no por internarme a mí quién sabe dónde.
Tengo ganas de gritar, de decirle al mundo todo lo que pienso, de mandar a la mierda a todos, pero si lo hago dirán que estoy loca. Me acerco al micrófono y cuento hasta 10, compruebo que las ondas que se dibujan en la pantalla graban mi voz. No caer en su trampa, si grito me internarán para siempre. La puerta se abre y entra una mujer con cara agradable, me sonríe como quien me conoce y le hace gracia el verme, como que supiera quién soy. No me engañará con su carita dulce y su amabilidad forzada, no tomaré ningún medicamento, me mantendré despierta, alerta, no permitiré que me hagan una lobotomía.
La miro con desconfianza pero a ella parece no importarle, se sienta, toma el micrófono y con total soltura dice: buenos días queridos radioescuchas, hoy tenemos en el estudio a una mujer excepcional, incansable… yo volteé a ver detrás de mí en busca de este personaje, pero el espacio es diminuto, allí no cabe nadie más, todo me resulta cada vez ms extraño y de pronto oigo a la mujer decir: ¡Bienvenida, Mónica Varea a Radio Municipal! Cuéntenos Mónica, ¿cómo se da tiempo para escribir, atender la librera Rayuela y hacer gestión cultural, sin volverse loca?