Texto y fotos por Pete Oxford y Reneé Bish ///
Indonesia, la isla de Nueva Guinea, Papúa Occidental, el Triángulo de Coral, los tiburones ballena y un bello bote —el Damai— para bucear y vivir en él… todo se juntó para realizar uno de mis sueños.
Siendo la biología marina mi especialización profesional, he tenido una gran afinidad con los tiburones y los he visto decenas de veces, incluso marcándolos en Galápagos para seguimiento satelital, pero jamás me había imaginado que iba a poder interactuar con tantos de ellos y por tanto tiempo como lo logré esta vez.
Desde la isla de Biak pusimos velas hacia el sur hacia la profunda fosa de la bahía de Cenderawasih, un viejo mar aislado que tiene sus propias maravillas endémicas. A lo largo del viaje buceamos con frecuencia en unas aguas tropicales, claras como el gin y de unos deliciosos 29 ˚C. Lo mejor fueron los espectaculares corales suaves, los calamares, las muy adornadas agujas de mar fantasma y las culebras de mar con bandas. Estas fueron una atracción favorita pues las seguía cuando cazaban en el fondo del mar, sacando y metiendo su lengua igual que cualquiera de las culebras de tierra. A pesar de ser muy venenosas, no eran para nada amenazantes y continuaban buscando peces, a solo unas pulgadas de mi cuerpo.
Mientras escribo no estoy seguro si esto debería ser una crónica de viaje, un artículo sobre la increíble diversidad de los arrecifes y las presiones de la pesca o, simplemente, una celebración de uno de los mayores y más espectaculares animales del planeta. Tal vez lo mejor será trazar unas pinceladas de cada uno de los tres enfoques.
En general Papúa no es un destino particularmente seguro para viajar. Sin embargo, la tripulación de nuestro barco sabía dónde podíamos bucear con seguridad y dónde los encuentros con los nativos de la región serían pacíficos. Los sitios de buceo eran variados, algunos dominados por una explosión de corales suaves de brillantes colores, otros por grandes estanterías de corales col, cada uno con niveles extremos de biodiversidad.
La razón de la fama del Triángulo de Coral —un área oceánica que cubre partes de Indonesia, Filipinas, Papúa Nueva Guinea, las islas Salomón, Malasia y Timor Oriental— es que aloja la increíble cantidad de 500 especies de coral y 1 000 especies de peces. Aunque existe un enorme esfuerzo internacional para su conservación, las presiones que soporta el área son grandes. La sobrepesca, el uso de redes de enmalle y de veneno para capturar peces, la destrucción del coral por la pesca con dinamita y arrollamiento, junto con muchos otros problemas, son las causas para que se haya reducido la biomasa de los arrecifes. A su vez, Indonesia es uno de los países que más tiburones pesca en el mundo, aunque contrastó para bien que, en 2002, el Gobierno indonesio declarase reserva marina a una gran área de la parte occidental de la bahía de Cenderawasih. Bordeada de una rica selva tropical que envuelve unos arrecifes donde baila la niebla, la selva circundante es también hogar de canguros trepadores de árboles, casuarios y mamíferos que ponen huevos.
También fue alentador, cuando llegamos a nuestro lugar de destino, ser testigos del respeto de los pescadores locales por los tiburones ballena, a los que tanto deseábamos ver y por los que habíamos venido de tan lejos, a los cuales consideran portadores de la buena suerte.
Los pescadores, acampados en largas plataformas flotantes de pesca, que están ancladas y a las que se conoce como bagans, encienden en la noche muchos focos con generadores eléctricos para atraer a pequeños peces carnada, ikan puri, a los que colocan en grandes redes que están colgadas debajo de las bagan. Una o dos veces por noche, levantan a mano las redes con la esperanza de una abundante captura. Los tiburones ballena sienten la actividad y llegan hasta las plataformas para compartir algo del premio. Tradicionalmente, los pescadores lanzan pescados a los tiburones en pago por su “servicio” de traer la buena suerte y todos quedan contentos. Esta práctica ha evolucionado recientemente a algo así como una industria turística de muy bajo perfil (¡no vimos ningún otro velero en todo el viaje!) en que los botes de buceo con camarotes que pueden llegar tan lejos hacia el sur son premiados por los pescadores al mantener a los tiburones ballena cerca, ofreciéndoles continuamente comida. Los pescadores reciben una paga (así como el jefe del pueblo y el principal policía), los visitantes tienen una experiencia increíble y, lo mejor de todo, los tiburones ballena no son capturados. Un ganar-ganar por todo lado.
Así que, ¿cómo es eso de nadar con el pez más grande del mundo? Mientras en la mayoría de los demás destinos de tiburones, los animales están moviéndose continuamente y la experiencia humana es a menudo la de verlos pasar graciosamente a su lado, en la bahía de Kwatisore (una bahía más pequeña dentro de la bahía de Cenderawasih) estos animales gigantescos interactúan de verdad con quienes bucean o hacen snorkel. Tras meternos al agua, los visitantes no necesitamos hacer nada más que quedarnos cerca del bagan y los tiburones ballena empezaron a venir. Mientras buceo varios tiburones me siguen; incluso mientras derivo por la leve corriente y me alejo del bagan, vienen conmigo y nadan a mi alrededor haciendo repetidos círculos, movidos por lo que parece ser curiosidad. Puedo gastarme todo un tanque de aire con un tiburón ballena a mi lado como si los dos fuésemos lo único que queda en el planeta. ¡Mágico!
Más cerca del bagan se puede escoger el tipo de interacción a tener. En mi caso, con un lente gran angular en mi cámara, me pongo lo más cerca posible a la suave corriente de agua, llena de pececillos carnada, que los hombres que están arriba lanzan al océano. Me convierto en parte del mobiliario y no es inusual que uno, dos o tres tiburones ballena se “paren” verticalmente en el agua con sus grandes bocas totalmente abiertas frente a la corriente acuática, luchando por ponerse junto a mí. A veces otro individuo, al que no he visto, se “filtra” desde atrás y gentilmente, muy gentilmente, me empuja un poquito para entrar en la acción. Son conscientes exactamente de dónde estoy yo y del espacio que ocupo en su mundo y me respetan de tal manera que me causa asombro. Incluso cuando se cruzan conmigo en las aguas abiertas, con frecuencia a menos de un metro por debajo de mí, y aunque la cabeza haya pasado hace rato, curvan a propósito la parte más alta de la cola conforme se deslizan para evitar tocarme.
Casi todos los individuos con los que estuvimos eran machos subadultos o juveniles. Algunos estaban etiquetados (muchos por Brent Stewart, quien estaba con nosotros en el viaje) como parte de un continuado estudio científico para aprender más acerca de estos carismáticos animales. Increíblemente es muy poco lo que se conoce acerca del pez más grande del mundo. ‘Nuestros’ individuos no podían contarse como una población, eran todos machos. Era más bien como una reunión, realmente. Pero, ¿de dónde vienen? ¿Adónde van? ¿Dónde crecen las crías de tiburones ballena? ¿Cuántos años viven? ¿Dónde están las hembras?
Un estudio de Jonathan Green, la Estación Científica Charles Darwin y el Parque Nacional Galápagos sugiere que las islas del norte del archipiélago de Galápagos pueden ser un área importante de reproducción de la especie. Por ejemplo, es allí donde se ha visto a todas las gigantescas hembras adultas, de hasta doce metros y veinte toneladas. Sigue siendo de verdad increíble que mientras los tiburones ballena son masacrados por sus aletas (que obtienen los más altos precios en los mercados pesqueros de Asia) no sepamos casi nada sobre su ecología y, por tanto, sobre cómo y dónde puede protegérselos mejor. De hecho, algunos de los individuos que llegamos a conocer tenían en sus hocicos lo que parecían ser heridas hechas por el hombre. Parecían cortes con machete (tal vez para desalentarlos de robarse pesca en algún lado) o por haberse clavado en las telarañas, filosas como cuchillos, de las redes de arrastre de la pesca oceánica.
Aquí en la bahía de Cenderawasih, los tiburones ballena parece que están bien. Proveen un recurso económico muy importante a los habitantes locales mientras brindan una experiencia excepcional a los ecoturistas de aventura.
Mis últimas horas con los tiburones, antes de regresar al norte, fueron las mejores. Un macho grande vino al área de alimentación desde atrás de donde yo estaba y esta vez, en vez de un gentil empujoncito, me levantó hacia arriba y afuera del agua por un segundo, ¡llevándome colgado en su nariz! Después me dejó de vuelta en el agua con gentileza, hizo contacto visual, se disculpó y se dio la vuelta alejándose para dar el encuentro a un nuevo macho subadulto que había llegado. El joven estaba envuelto en un buqué parecido al confeti de unos trevallis sorprendentemente amarillo dorados, pequeños peces dorados que estaban como un enjambre alrededor del tiburón, mientras unos cuantos parecían pilotearlo a pocos centímetros frente a su boca. Fue verdaderamente exquisito y toda la experiencia saltó al primer lugar de mis mejores encuentros con la vida silvestre. Sí, son peces, ¡pero amo a los peces! Aunque, en el caso de los tiburones ballena de Cenderawasih, les doy el estatus de “mamíferos honorarios”. (Traducción: Gonzalo Ortiz Crespo)