Borges y la narración policial

Por Vladimiro Rivas Iturralde ///

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Sus cuentos: Conocí a Borges de una manera borgeana. Mi padre, abogado, debe haber sido la única persona en el Ecuador que poseía la revista Sur de Buenos Aires. Cuando nos mudamos de la provincia a Quito, yo tenía trece años. En la nueva casa me encargué de colocar en su lugar los libros de la biblioteca. Una tarde, ya cerca del crepúsculo, mientras acomodaba cronológicamente la revista Sur en los estantes, abrí al azar el número 92. Me topé con un título deslumbrante: “La muerte y la brújula”. La revista solía poner la firma del autor al final del texto publicado, nunca al comienzo. De modo que, sin saber quién era el autor, empecé a leerlo. Me abismé ante esa historia policial con trasfondo metafísico. Una serie de asesinatos místicos en una Buenos Aires tan real como fantástica trazaba, por los lugares donde se habían cometido, un rombo perfecto, cuyos vértices se correspondían con las cuatro letras del Tetragrámaton, el impronunciable nombre del Dios de los hebreos. Cuatro maestros que forman el velado tetrágono de la Divinidad son asesinados. Había en esos crímenes seriales tal combinación precisa de geometría, de enigma y desafío al investigador, de trasfondo religioso y metafísico, pero también de metáfora impía, que me cautivó. Por otra parte, jamás había leído una prosa semejante. Elegante, precisa, audaz. Fue para mí una gran lección de escritura. El autor escribía, por ejemplo: “Un caballo bebía el agua crapulosa de un charco”. Jamás imaginé que podría adjetivarse al agua como “crapulosa”. En fin, faltando poco para terminar de leer el asombroso relato, un apagón me sumió en la oscuridad. Descorrí las cortinas, me trepé a una silla y seguí leyendo, aproximando la revista a los agónicos rayos del sol, las inquietantes líneas finales: “La última letra del nombre de Dios ha sido articulada”. Estaba firmado por un tal Jorge Luis Borges. La emoción fue tal, que la revista se me cayó de las manos. Sumido ya en la oscuridad, sabría más tarde que había conocido al ciego Borges de una manera borgeana. Entonces me di a la tarea de leer todo lo que del tal Borges había en la colección. Fui descubriendo minas de oro literario. Abundaban las historias de inspiración y factura policial: “El jardín de senderos que se bifurcan”, “Emma Zunz”, “La espera” y los cuentos fantásticos y filosóficos que, como toda historia policial, encerraban un enigma: “La busca de Averroes” y “El aleph”, por ejemplo. Incluso su cuento juvenil de costumbrismo lingüístico, o de “entonación orillera”, como Borges la califica, “Hombre de la esquina rosada”, poseía una estructura policial: la identidad del asesino solo se revelaría en la línea final.

 

Rechazo al realismo: Sus cuentos de factura policial, lo mismo que sus cuentos fantásticos, eluden el realismo, evitan el periodismo y la crónica roja y toda referencia a la realidad cotidiana. Sus cuentos policiales son abstracciones casi geométricas, son laberintos intelectuales. “La muerte y la brújula”, por ejemplo, es un cuento con forma romboidal: los espacios donde se desarrollan las acciones forman un rombo en el interior de la narración. Borges cultiva, aun en sus cuentos policiales, la irrealidad —no la inverosimilitud—, de ahí que encontremos más parentescos en sus cuentos —aun los policiales— con los de las Mil y una noches que con la crónica roja del periódico. Abundan las referencias a otras culturas: la hebrea, árabe, china, japonesa. Las narraciones policiales de Borges están más cerca de la poesía, la lógica matemática y la metafísica que del periodismo.

 

Los cuentos con Bioy Casares: Hay que mencionar también sus “Seis problemas para don Isidro Parodi”, cuentos ingeniosos y paródicos, escritos en colaboración con Adolfo Bioy Casares, bajo el seudónimo común de H. Bustos Domecq. Aquí, los dos autores se ríen de sí mismos y del género policial. Isidro Parodi es un preso, un sedentario detective que desde la cárcel resuelve los problemas policiales que se le plantean. Estos cuentos están concebidos como problemas de lógica que se resuelven por razonamiento y predomina en ellos la frialdad narrativa de Bioy.

 

Las antologías: También en colaboración con Bioy Casares compiló dos sabrosas antologías del cuento policial. La más famosa, Los mejores cuentos policiales, publicada por Emecé en 1962, constituye una antología muy personal, donde el gusto de los antólogos predomina sobre el prestigio o popularidad de algunos cuentos excluidos de la antología.

 

Borges, editor: En la década del cuarenta, Borges y Bioy Casares crearon la más famosa colección de novelas policiales publicada en lengua castellana: “El séptimo círculo” de la editorial Emecé. En esa prestigiosa colección leí El cartero llama dos veces de James Cain, ¡Hamlet, venganza! de Michael Innes y El tercer hombre y El ídolo caído de Graham Greene.

 

¿Qué revela en Borges este culto por lo policial?: En primer lugar, una visión del mundo, una weltanschauung: el mundo en sí mismo es un misterio, un enigma filosófico, cuyas incógnitas favorecen los juegos literarios. Recordemos que para Borges la filosofía era una rama de la literatura fantástica. Por ejemplo, se preguntaba: ¿Qué son los dragones y los minotauros comparados con el dios trino y uno de la Escolástica, que, solitario, permanecerá para siempre sin tiempo?

En segundo lugar, el cuento policial es un medio de conocimiento, una exploración en el misterio, un intento —vano— por descifrar el universo, ese enigma.

En tercer lugar, es una escuela de escritura. Un cuento policial muy bien escrito puede ser una lección de rigor y disciplina. Enseña al escritor de ficciones a inventar tramas. Esto nos lleva al siguiente punto: sus opiniones sobre lo policial, que conllevan una poética personal.

 

Sus opiniones (su poética): Señala Borges en una nota sobre Le roman policier de Roger Caillois que “Interjecciones y opiniones, incoherencias y confidencias, agotan la literatura de nuestro tiempo; el relato policial representa un orden y la obligación de inventar”[1].

Entiendo que al reprobar la literatura interjectiva, Borges se refiere a la definición de poesía que Valéry formuló alguna vez: “La poesía no es más que el desarrollo de una exclamación”. La literatura interjectiva es puramente admirativa, exclamativa, apela a la desmesura, y excluye el razonamiento y la sobriedad. Ejemplo: la poesía de Claudel o de Dávila Andrade.

La opinión sí razona pero solo enuncia un punto de vista sobre las cosas: no inventa. Ejemplo: La montaña mágica de Thomas Mann, dominada por el pensamiento filosófico y la opinión, muy inteligente, por cierto, pero carente de trama, de invención.

Cuando Borges menciona la incoherencia, creo que reprueba, sin nombrarlo, al surrealismo y sus derivados, corriente literaria en la que predomina lo irracional, la libre asociación, y rehúye el orden y el razonamiento.

Finalmente, señala Borges, existe en la literatura contemporánea un predominio, no necesariamente feliz, de la literatura confidencial: diarios, biografías, confesiones, carentes, en términos generales, de invención y creatividad.

Sin embargo, en otra nota, sobre una novela de Eden Phillpots, Borges señala con asombro que haya lectores como Pedro Henríquez Ureña, a quienes ningún género literario les desplace. Borges señala que dos le disgustan: la fábula y la novela policial. De esta última le incomodan la extensión y los inevitables ripios. “Toda novela policial”, escribe, “que no es un mero caos consta de un problema simplísimo, cuya perfecta exposición oral cabe en cinco minutos, pero que el novelista —perversamente— demora hasta que pasen trescientas páginas. Las razones de esa demora son de orden económico: el novelista quiere elaborar un volumen, o sea un objeto lucrativo considerable”[2]… y termina señalando que el inventor del género policial moderno fue un poeta y cuentista, maestro de la brevedad: Edgar Allan Poe, quien tuvo en Chesterton al más inventivo de sus continuadores.

 

Conclusión: De lo dicho anteriormente se infiere que Borges defiende el cuento policial, más que la novela policial. Y todas estas reprobaciones y defensas forman parte de su poética personal. Borges, como queda dicho, ingresó en el género policial por cinco puertas: como autor, coautor, antólogo, editor y teórico.



[1] Jorge Luis Borges, “Roger Caillois. Le roman policier”, Sur, Nº 91, Buenos Aires, abril de 1942.

[2] Jorge Luis Borges, “Eden Phillpotts. Monkshood”, Sur, Nº 65, Buenos Aires, febrero de 1940.

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