Por Óscar Molina
Un grueso cristal protege la tarjeta de presentación. El trozo de cartón blanco dice: Roberto Bolaño, poeta y vago. Bolaño chistoso, Bolaño mentiroso. Poeta es, vago ni en broma. Hay testigos y pruebas. Carolina López, viuda del escritor chileno, dijo: “Detrás de su obra hay un gran trabajo. Escribía hasta en servilletas”. Las pruebas otorgadas por ella son 230 documentos originales, entre los cuales, están 84 libretas y 15 cuadernos, grandes y pequeños, llenos de ideas, dibujos, recortes, ternura.
Los papeles intactos, antes guardados en cajas, ahora están iluminados y vigilados por los guardias del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Ellos miran que nadie fotografíe los manuscritos ni que intenten llevarse los tres pares de lentes —redondos, claro— que usó Bolaño. Cuidan que ningún fan fetichista ose robar su ejemplar del libro La sinagoga de los iconoclastas, ni que algún colegial bromista dibuje bigotes sobre las imágenes del Bolaño joven, fumador, con melena rizada. Lo del mostacho no haría falta, pues las fotos de su estadía en México lo muestran con un orgulloso bigote charro.
La intimidad que transmiten sus pertenencias le da al archivo un valor sentimental para su familia y para los lectores que, según él, son pocos: “Estoy acostumbrado, afortunadamente, a tener pocos lectores, pero fieles. Son lectores interesados en el juego metaliterario y en el juego de toda mi obra. Porque si alguien lee un libro mío no está mal, pero para entenderlo hay que leerlos todos, porque todos se refieren a todos. Y ahí entra el problema”.
En lo que no hay inconveniente es en leer su caligrafía. La letra de Bolaño es pequeña, bordada con paciencia en medio de los renglones. Ocupa toda la hoja, sin desbordarse. Sus apuntes con esfero tienen pocos tachones, como si hubiese hecho lo que hay que hacer: pensar cada palabra antes de escribirla. Su pulso no se altera ni con la desesperación. “Estoy demasiado nervioso, ya no puedo escribir (el idiota Roberto ha caído, hundido, sin control) —y demasiado roto— atrapado en esta ciudad de mierda”, escribió el 28 de abril de 1980 en la misma ciudad de mierda que ahora lo homenajea. Bolaño contradictorio, Bolaño humano.
A inicios de marzo, en la rueda de prensa que inauguró la exhibición, Carolina López, sonriente y calmada, contó que la intención era hacer un homenaje por los 10 años de la muerte de su esposo, quien hubiese cumplido 60 el pasado 28 de abril. Dijo también que el material, reunido entre 1977 y 2003, era clave para entender el proceso creativo de Bolaño. “No se hizo un orden cronológico ni por género, sino que se lo expuso tal como se lo encontró. En realidad él hacía literatura, no un archivo, aunque lo guardaba todo”.
En 1998 Bolaño le envió una carta mecanografiada al editor de Anagrama, Jorge Herralde, para contarle sobre su situación creativa. “Querido Jorge: Creo que no podré llegar con mi novela a la fecha magnética del 15 de julio. Estoy en ello, trabajando duro, pero el texto resiste como el conejo de Duracell, y por cada página que destruyo salen dos. Estoy cansado de escribir tanto. Añoro los cuentos y las novelas de 120 páginas. Peor: se me ocurren excelentes argumentos de novelas de 120 páginas. O de 100… El novelón me tiene colgado del cuello y lo único que puedo hacer es tener paciencia. Y repetirme, eso sí, que nunca más haré nada tan extenso. Por supuesto eso no evita las pesadillas”. En otra carta le cuenta: “Los detectives salvajes siguen creciendo. Cada día que pasa están más grandes, más sanotes, más maleducados y más indomables”.
Los detectives salvajes es su obra más conocida, pero existen varias que todavía permanecerán inéditas. López dijo que entre los 1 500 papeles del archivo (de los cuales está expuesta una quinta parte) encontraron 26 cuentos, cuatro novelas, más fotos familiares y otros documentos electrónicos con 200 páginas de narrativa y 100 de poesía. Ella no tiene prisa en editarlas, aunque los lectores sí en conocerlas. Tal vez esas líneas desconocidas, al igual que otras publicadas, estén dedicadas a su hijo Lautaro. En unos de sus diarios, de enero de 1992, le escribió a su primogénito: “Llegará el día en que no hagamos tantas cosas como ahora hacemos juntos. Dormir abrazados, cagar el uno al lado del otro sin vergüenza alguna”. Bolaño oculto, Bolaño transparente.
Aunque la muestra no tiene un orden cronológico, sí mantiene uno geográfico. Los documentos están repartidos según las tres ciudades de Cataluña en las que vivió el autor: Barcelona, Girona y Blanes. Bolaño nació en Chile, pero allá no creció; ni la persona ni el autor. En Barcelona vivió en la ahora mítica calle Tallers y trabajó como vigilante nocturno en el camping Estrella de Mar. En Girona recortó las noticias extrañas (Seis niños atraviesan el desierto en busca de cariño y de fútbol, Un poeta chileno ha sido muerto de hambre por su mujer) que luego inspiraron relatos. En Blanes, en cambio, dejó de usar la máquina de escribir y compró el computador en que escribió la novelas 2666 y Los sinsabores del verdadero policía, que fueron publicadas póstumamente. “Toda literatura lleva en sí un exilio. Lo mismo da que el escritor haya tenido que largarse a los veinte años o que nunca haya salido de su casa”.
Toda literatura, según él, también conlleva una derrota de antemano. En el Archivo Bolaño, que estará expuesto hasta el 30 de junio, están disponibles las 167 entrevistas que le hicieron y que él conservó. En una de ellas, fechada en 1999, Bolaño declara sin titubear: “La literatura, a mi modo de ver, es un oficio bastante miserable, practicado por gente que está convencida que es un oficio magnífico. Y allí hay una paradoja bestial, un equívoco bestial. Es un equívoco como si alguien ve a una persona muerta con cuatro balazos en la cabeza, diez balazos en la espalda y un cartel que dice Te maté por tonto; lo ve y dice: ¡Uy, sufrió un accidente!”. Bolaño inconforme, Bolaño guerrero.
Si Bolaño no hubiera batallado para conquistar su mundo propio, si en realidad hubiese pensado que escribir era inútil, hubiera dejado la servilleta vacía, sin un poema encima. “De lo perdido, de lo dulce irremediablemente perdido solo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana de mi escritura, líneas capaces de cogerme del pelo y levantarme cuando mi cuerpo ya no piensa aguantar más”. Bolaño tenaz, Bolaño salvaje.