A mis hermanos, que lloran.
Tengo dos hermanos. Ambos son llorones. No sé cómo carajo lo lograron, pero lo son. Nuestro padre era catastrofistamente homofóbico y, si el niño cogía una muñeca o se acercaba a la cocina, sería gay seguro. Mi papá era de esos señores que decían esa frase tan chispeante de prefiero un hijo muerto que un hijo maricón. Así que, digo, no sé cómo mis hermanos se las arreglaron para seguir llorando hasta el día de hoy que son unos hombres mayores. El mayor, incluso, llora un poquito de más, lo que ha hecho, mea culpa, que hagamos unos GIF para uso y disfrute de la familia la mar de divertidos.
El otro día vi The mask you live in (La máscara en la que vives), una maravilla de documental que sigue la vida de varios hombres de distintas edades y su lucha por encontrar un sitio, su sitio, en eso que se llama la masculinidad. Llevo tanto tiempo enfrascada pensando en la lucha de las mujeres, la mía, en lo difícil que es todo para nosotras —ya lo saben, lo he escrito aquí más de una vez— que no me había parado a pensar en lo que significa crecer teniendo un pene entre las piernas.
Maldita sea, ¿lo han pensado ustedes? ¿Han pensado lo que es ser exactamente igual a las niñitas hasta, no sé, los cuatro, cinco años, y luego tener que ser el fuerte, el que no llora, el que no juega a las muñecas, el que no es mariquita, el que pelea, el que no abraza a sus amigos, el que no es dulce, el que no debe tener miedo, el que va a gobernar el mundo? Por dios.
En un momento del documental se ve a unos hombres con sus pequeños, bebés en camino a ser niños. Ay, están tan enternecidos con sus criaturas, tan felices de esa locura cariñosa que tienen los niños a esa edad —sin importar su sexo—, disfrutan tanto, tantísimo de ese abrazo, de esos mimos, que parecen querer que no se acaben nunca y, ¿por qué tienen que acabarse? ¿Por qué los papás no pueden disfrutar del amor de sus hijos hombres por siempre? ¿Por qué tienen que marcar en un momento esa frontera imaginaria pero intraspasable de “tú y yo somos hombres y los hombres actúan de una determinada manera”? Qué dolor ese otro cordón umbilical que los arranca de un mundo tierno, el que los papás rompen con una violencia callada, pero crudelísima: “no volveremos a hacernos mimos porque eso no lo hace nuestro género”.
A tu hermana sí, pero a ti no.
Supongo que el corazón de ese padre y de ese hijo nunca más cauterizan.
Y luego el mundo, este mundo hipermasculinizado al que traemos a nuestros preciosos bebés. ¿Qué se espera de un niño? ¿Qué nos dicen las películas, la publicidad, que debemos esperar de un niño? Que sea valiente, fiero, poderoso, competitivo, conquistador, ganador, exitoso, astuto, rápido, atlético, listo, dominante, guapo. Y que no llore. Los chicos no lloran. A los niñitos no se les permite el miedo. Yo, como mujer, me rebelo contra tantas y tantas cosas que no se me permiten, pero, ¿no tener miedo? Tener miedo es para el ser humano tan natural como respirar. De hecho, hemos llegado hasta aquí por el miedo. Somos miedo. ¿Cómo un ser humano no va a tener miedo? Yo tengo miedo a cada paso, cada segundo. A ser vieja, a tener hijos, a no tenerlos, a que lo que escribo sea malísimo, a que mis hermanos se resientan por contar que son llorones, a que mi mamá enferme, a quedarme sin plata, a que mi sobrina sufra el desamor, a estar sola, a estar mal acompañada. ¿Cómo los hombres no van a tener miedo? ¿Cómo los hombres no van a llorar?
¿Qué haces, hombre, cuando eres muy desdichado o cuando eres muy feliz o cuando estás tan muerto de pánico que sientes que te has tragado una piedra? ¿Pegas a algo? ¿Bebes?
Si yo tuviera un niño correría ahora mismo a abrazarlo y a besarlo y a decirle que todos los sentimientos están permitidos. Todos. Estaría alertísima al bullying en el colegio, exigiría que todos los niños y las niñas vieran el documental The mask you live in y le diría a mi pareja que hable con el niño de amor, de sentimientos y no solamente de fútbol y matemáticas. Si yo tuviera un hijo, me aterrorizaría que no llorara para demostrar que es macho porque mis hermanos, que lloran, son los hombres más hombres que conozco.