Basquiat: de la calle a la gloria

Por Daniela Merino Traversari ///

Fotografías Guggenheim de Bilbao y archivo ///

Sus pinturas parecen las de un niño: de contenido directo, explosivo e inmediato. Si no tenía un lienzo a la mano, pintaba donde podía: en la puerta de una refrigeradora, sobre llantas de automóviles o ventanas encontradas en las calles de Nueva York. Su vida fue como la de los verdaderos artistas románticos: intensa y de una sensibilidad insostenible, pero, a diferencia de aquellos artistas que no llegaron ni a oler su propia fama, Jean Michel Basquiat saboreó la suya y se empachó de ella. Su vida se consumió instantáneamente, murió con tan solo veintisiete años (la edad maldita de los roqueros) por una sobredosis de heroína.

De la mano de Madonna se paseaba por las calles de Manhattan, era el consentido de Andy Warhol, modelaba para los grandes diseñadores e impresionaba a las más altas esferas del mercado del arte, pero como era negro también sufría las concebidas discriminaciones a su raza. Jean Michel Basquiat era una verdadera máquina de creaciones pictóricas, el “niño prodigio” de su generación, el artista que se transformó en leyenda porque sus pinturas rompieron radicalmente con el arte anterior. Hoy, el Guggenheim de Bilbao presenta una retrospectiva del artista con la intención, quizá, de mostrar que sus pinturas, treinta años después, siguen teniendo la misma relevancia política y social.

 

SAME OLD SHIT

El Nueva York de los años ochenta era crudo y rudo a lo Eddy Murphy: chaquetas de cuero, prostitutas, drogas, violencia y basura en la calle. La cinta Taxi Driver nos muestra un buen retrato de la metrópoli en aquella época. Esta crudeza no era del todo destructiva, pues generaba una energía creativa que se plasmaba en forma de grafiti en todos los lienzos públicos de la ciudad: tapias, vallas publicitarias, andenes, túneles y vagones del metro, haciendo del lenguaje una explosión gráfica, aguda, que apelaba a un grito de transformación tanto en la sociedad como en el mundo del arte.

Esta energía cuajó en un gremio de artistas de pensamiento similar: músicos, escritores, cineastas experimentales, los que se dieron a conocer como los Downtown 500 (pues no eran más de 500) y se movían alrededor de la zona de Soho y de The Bowery, en el downtown de Manhattan donde había muchas galerías de arte y desde donde influenciaban las corrientes artísticas de la época. La zona se convirtió en un jardín de juegos para los artistas emergentes, y Nueva York en el imán perfecto para las almas perdidas y las personalidades excéntricas.

Uno de estos grafiteros fue Jean Michel, quien, luego de haber sido expulsado del colegio un año antes de su graduación, decidió abandonar su casa y vagar dos años por las calles de la ciudad, viviendo en edificios abandonados o con sus amigos en el Bajo Manhattan. Sus grafitis tenían mucha carga poética y filosófica, pero más que nada satírica, casi siempre en contra del establishment. Junto a su amigo Al Días utilizaban el seudónimo SAMO, siglas para SAMe Old Shit (la misma vieja mierda) con el que firmaban sus grafitis de mensajes crípticos, como “SAMO salva idiotas” o “SAMO pone fin al lavado de cerebro religioso, la política de la nada y la falsa filosofía”. Un artículo sobre la escritura callejera de SAMO publicado en The Village Voice fue el primer indicio de que el mundo del arte se interesaba por él.

En 1979 SAMO llega a su final, cuando el artista escribe en las paredes de Soho: “SAMO está muerto”. Acto seguido, Basquiat incursionó en el mundo de la música, sin mucho éxito, fundando una banda denominada Gray, en la que tocaba el clarinete y el sintetizador. Frecuentaba pubs como CBGB y el Mudd Club, pero pronto la banda se desintegró, mientras que en el East Village una nueva subcultura se gestaba: el hip hop.

 

UN TRAZO SUBVERSIVO

Todos estos ingredientes, más la educación de una madre amante del arte y la cultura, fueron el caldo de cultivo perfecto para que Basquiat se desarrollara como uno de los artistas más importantes de la década de los ochenta. Su madre solía llevarlo a los museos desde muy temprana edad (a sus cortos seis años Basquiat ya era miembro junior del Museo de Brooklyn), le hacía leer poesía y más tarde lo impulsó a escribir la suya propia. Cuando el niño sufrió un grave accidente al ser atropellado por un automóvil, su madre le regaló un libro de anatomía: La anatomía de Gray, obra que influenció fuertemente en su trabajo (su banda se llamó Gray y en algunos de sus trabajos pictóricos existen claras referencias a este texto).

La separación de sus padres y la huida de casa le enseñan a vivir en el límite de la existencia, comenzando el recorrido del struggling artist (el artista sufridor) que hará todo para jamás vivir una vida convencional. Para sustentarse Basquiat elabora camisetas y postales que vende en el Soho y en el Washington Square Park. En una ocasión logra venderle una postal a Andy Warhol, quien almorzaba en un restaurante. Warhol es su ídolo y en poco tiempo ambos artistas se volverán amigos inseparables.

Entonces el vagabundo Basquiat se dedicó a la pintura. Sus influencias fueron múltiples. Jamás abandonó el lenguaje grafitero, esos trazos gruesos y poco estéticos, además de la connotación subversiva del propio lenguaje. Tampoco tenía reparo en absorber y transformar los gestos pictóricos de ciertos artistas famosos, por ejemplo, las toscas figuras de Willem de Kooning o de Jean Dubuffet, los brochazos intensos de Franz Kline, la caligrafía de Cy Twombly o los combine paintings de Robert Rauschenberg. Para Basquiat la influencia era la idea de alguien más entrando en una mente nueva, y esa mente era la de él, una mente ávida, despierta, alerta a todo lo que podía ser reciclado y reutilizado para su arte, para el descubrimiento de su propia estética. Quizá por ello sus lienzos mantienen esa frescura pictórica, esa gestualidad infantil que nos atrae pero que al mismo tiempo nos desubica, ya que tampoco son de fácil asimilación.

Pero sus referencias no fueron solo pictóricas. Sus obras presentan diálogos con músicos y científicos. Charles Darwin y Gregor Mendel aparecen allí, al igual que Charlie Parker, Miles Davis y John Cage. Las palabras en los lienzos de Basquiat son de uso común, y son la herencia directa de su práctica con el grafiti, acentuándose aún más al ser tachadas intencionalmente, para generar más curiosidad en los espectadores, para acentuar la relevancia de su significado.

 

EL NIÑO RADIANTE

Al inicio de su carrera, Basquiat tuvo la oportunidad de presentar su trabajo en algunas exposiciones colectivas, en The Times Square Show (1980), donde participaron varios artistas que estaban fuera del mainstream —o del arte convencional— y una en P.S. 1 del Instituto de Arte y Recursos Urbanos de Nueva York en una exposición titulada New York/New Wave, donde participarían artistas emergentes del jet set, entre ellos, el famoso fotógrafo Robert Mapplethorpe, con sus provocadoras fotografías de homosexuales, junto a las cuales Basquiat exhibiría sus obras. Esta fue la exposición que le abrió las puertas de las altas esferas del arte al joven pintor. Luego, sus muestras individuales no cesarían en Estados Unidos ni en Europa y su fama se acrecentaría minuto a minuto, llegando a vender diariamente sus obras entre 5 000 y 30 000 dólares.

Basquiat era un artista muy prolífico. Una verdadera máquina creativa. Al igual que los grandes románticos, parecía que vivía para pintar, para pintar durante el día y divertirse durante la noche. Llegó a crear 2 000 obras en su corta vida, entre pinturas, dibujos y collages. El crítico de la afamada revista Artforum, Rene Ricard, escribió un artículo sobre él titulado “El niño radiante”. Basquiat era muy famoso, no necesariamente por su arte sino por ser famoso. Su fama le daba más fama. Su fama era la de una celebridad de Hollywood, pero no la de un artista plástico respetado, porque a pesar de haberse tragado al mercado del arte, museos como el Whitney o el MOMA no lo tomaban en serio y al momento de buscar un taxi en la Quinta Avenida no le paraban por el simple hecho de ser negro.

Al mismo tiempo, sus pinturas fueron exotizadas, enaltecidas por mostrar una raza alterna, una cultura “salvaje y primitiva” que existía fuera de las esferas sociales a las que el arte estaba acostumbrado. En este sentido el arte de Basquiat es una ruptura drástica con el minimalismo conceptual del momento. El artista muestra permanentemente en sus lienzos sus orígenes haitianos y puertorriqueños, y para muchos críticos, esto, junto a su arte callejero, más la crudeza de sus trazos (que fácilmente puede pasar por carencia académica), son sinónimo de primitivismo. Este contexto alrededor de su obra genera en él una paranoia incontrolable.

Luego de unos pocos años de fama, el pintor comienza a sentirse utilizado por las galerías y los comerciantes del arte, tratado con desigualdad y su confianza en un mundo que al comienzo lo acogió con calidez comienza a descender drásticamente. El detonante final para la destrucción es la muerte de su íntimo amigo Andy Warhol, evento que lo marca trágicamente y acentúa su adicción a la heroína, hasta que en 1987 muere por sobredosis.

Su sensibilidad romántica no pudo sostener el exorbitante precio de la fama y sus años de juventud se consumieron casi de una manera suicida. Cuando el arte y el mercado se cruzan de manera tan insólita, no hay forma de que el artista sobreviva. Parecería ser una fórmula matemática. Pero todavía hoy, en Bilbao o donde sea, el arte de Basquiat provoca la misma conmoción, la misma ansiedad, la misma perplejidad que generaba treinta años atrás, contribuyendo a la leyenda de su biografía. En su caso, obra y artista son casi indistinguibles. El arte imitando a la vida y al revés.

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