La mayoría de clientes traen sus propios envases y compran leche a diario para llevar a sus casas, otros beben de un trago las jarras de leche fresca o fermentada de pie en la calle delante del mostrador.
Por Laura Fornell

Las vacas son muy importantes para la cultura de Ruanda y simbolizan la riqueza, la prosperidad y la identidad, usándose todavía a día de hoy para pagar una dote matrimonial o para hacer un regalo. Desde que el Gobierno de Paul Kagame implementó el programa llamado Girinka en 2006, después de ver el alcance de la desnutrición y el retraso en el crecimiento entre los niños ruandeses, la producción y el consumo de leche se ha duplicado. El programa se estableció con el objetivo central de reducir las tasas de desnutrición infantil y aumentar los ingresos familiares de los agricultores pobres. Estos objetivos se alcanzan directamente mediante un mayor acceso y consumo de leche, al proporcionar a las familias una vaca.
La leche es, como resultado, también muy importante culturalmente. A mediados de los años noventa, la ciudad de Kigali en Ruanda, estaba llena de pequeños quioscos metálicos y de madera con el cartel de Amata na Fanta Bikonje (leche fría y refrescos), pero desaparecieron con la planificación urbanística para embellecer las calles de la capital, dando paso a los actuales locales conocidos como bares de leche.
Cuando Hasna Biryogo, de 33 años, se casó hace tres años y proyectó formar una familia, dejó su empleo de dependienta y decidió montar su propio negocio, pensando sobre todo en lo que les podría ofrecer a sus futuros hijos. Abrió un bar de leche en Nyamirambo, el barrio musulmán de Kigali. Sí, un bar de leche. Por extraño que pueda sonar, se trata de un negocio ampliamente extendido en la capital de Ruanda, en el que básicamente se sirve leche, ya sea fresca o fermentada. Son los llamados Amata Meza o Milk Zone.

Su local es sencillo y limpio, de un blanco casi impoluto. Un tanque refrigerador de leche de trescientos litros domina toda la estancia. Un par de mesas y varias sillas blancas de plástico, junto con un pequeño mostrador al fondo, conforman el resto del espacio. “Mi inversión inicial hace tres años fue la compra de este contenedor y un pedido de doscientos litros de leche”, nos dice, sin dejar de atender a sus clientes en un ir y venir del tanque a las mesas con una jarra grande de leche en la mano, “y desde entonces no he parado de vender”, añade orgullosa.
Atiende ininterrumpidamente desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche, y durante todo el día hay un goteo constante de clientes que consumen unos doscientos litros de leche al día. “Los clientes que vienen al mediodía se toman la leche aquí, sola o acompañada con algún tentempié y ya les sirve de comida, mientras que la mayoría de los que vienen por la tarde llenan sus bidones de leche para llevársela a casa”, comenta satisfecha Hasna. Además, todas las mañanas antes de abrir, Hasna lleva leche a varios hoteles, restaurantes y cafeterías de la zona.
Hasna nos cuenta que su leche proviene de Nyanza Milk Industries Ltd., la segunda empresa de productos lácteos del país, y que el mercado de los Amata Meza en Kigali se reparte básicamente entre las dos industrias más importantes del sector, Inyange Industries Ltd. y Nyanza Milk Industries Ltd., que abren franquicias de bares de leche por toda la ciudad, y los Amata Meza independientes de otras lecherías más pequeñas o familiares que se abastecen de pequeños ganaderos.

Solo tenemos que caminar un par de calles para encontrarnos con la Inyange Milk Zone de Alexis. Son las doce del mediodía, hora punta, y una veintena de conductores de boda-boda, las mototaxi que inundan la ciudad, se toman un descanso y charlan animadamente, mientras toman su ración de leche, que a muchos les servirá de sustituto del almuerzo de ese día. Alexis Musoni, de veintiséis años, trabaja en uno de los 76 Inyange Milk Zones que hay actualmente en Kigali. Inyange Industries, la principal empresa de procesamiento de productos agrícolas de Ruanda, abrió en 2014 su primera Milk Zone en Kigali, vendiendo leche pasteurizada a la mitad del precio de su leche envasada, e iniciando en ese momento la proliferación de bares de leche en la capital ruandesa, que se han ido replicando por todos los distritos de la ciudad.
“Desde que abrimos no hemos parado de servir a nuestros clientes desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche”, nos dice Alexis, mientras llena un bidón de leche para llevar del enorme refrigerador de acero que ocupa prácticamente todo el local. En el reducido espacio apenas hay sitio para el gran contenedor de leche fresca, una nevera con otros productos lácteos de la compañía, como yogures y algunos zumos, una estantería con agua mineral, una silla y un pequeño mostrador haciendo de barrera delante de la puerta. La mayoría de sus clientes traen sus propios envases y compran leche a diario para llevar a sus casas, otros beben de un trago las jarras de leche fresca o fermentada de pie en la calle delante del mostrador, mientras que otros se toman su tiempo en las mesas del bar vecino, a quien la llegada del Milk Zone le ha animado su negocio y le ha traído nueva clientela.
Elie Niyishobora, de veintitrés años, entró recientemente en este mercado. Se asoció con su amigo de la infancia Athanase Hafashimana, de veinticuatro años, y después de pensar qué negocio podían montar juntos, decidieron abrir un pequeño Amata Meza ya que no requería de una gran inversión. “Al principio el negocio funcionaba muy bien, pero hemos ido perdiendo clientes las últimas semanas”, nos dice Elie con una sonrisa de resignación. Su local es pequeño y oscuro, con mesas y taburetes bajos y un mostrador con todo tipo de aperitivos para acompañar la leche y varios termos con leche caliente, white coffee (leche caliente con un poco de té) y gachas a base de cereales. Cada mañana llega el repartidor de leche en su bicicleta y le entrega diez litros de leche de una granja cercana, que es todo lo que Elie consigue vender en un día, a diferencia de sus vecinos Hasna y Alexis, que venden entre 150 y 200 litros diarios.
Delante del popular mercado de Kimironko, en Kigali, hay un bar de leche en el que no para de entrar y salir gente. El local es amplio y, aparte del gran contenedor de leche que hay en la entrada, hay varias mesas en las que se aglutinan los clientes. Nos cuesta encontrar sitio hasta que una señora de unos cincuenta años nos hace señas desde el fondo del local y nos hace un hueco a su lado. Con un francés perfecto Marie Médiatrice Mukamabano nos cuenta su vida, mientras da sorbos de una jarra grande de ikivuguto (leche fermentada). “He venido a la ciudad a visitar a un amigo y, antes de coger el autobús de vuelta, he entrado al Amata Meza para tomar leche, ya que es barata, alimenta y me quita el hambre”, nos dice entre risas. Esa jarra de leche será su comida hasta que regrese a su casa en el distrito de Rwamagana, a unas dos horas de Kigali.
El trajín del local es incesante, mientras un niño con uniforme de escuela moja tranquilamente su magdalena en la jarra de leche caliente que tiene delante y dos hombres empiezan a entrar bidones de leche que descargan de un pequeño camión, la pareja que regenta este negocio no para de servir leche. Antoine Muyange, de 37 años, atendiendo las mesas y Madeleine Uwera, de 34 años, sirviendo leche para llevar desde una ventana que da a la calle.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estableció el día 1 de junio para celebrar todos los años el Día Mundial de la Leche. Su finalidad es sensibilizar sobre la importancia del consumo de la leche y sus beneficios nutricionales, así como recalcar las significativas contribuciones que tiene el sector lácteo a la sostenibilidad, el desarrollo económico, los medios de vida y la nutrición. En Kigali, gracias al saludable negocio de los bares de leche ampliamente extendido, se diría que lo celebran todos los días del año.
En el Ecuador se produce más leche que la que se consume
En el Ecuador la producción de leche se ha incrementado notablemente. Hoy se producen alrededor de 6,6 millones de litros diarios de este alimento, un millón más que hace dos o tres años, según la Encuesta de Superficie y Producción Agropecuaria Continua (Espac). Pichincha es la provincia que produce más: 16,33 % del total nacional. Asimismo, en el país se registran alrededor de 297 mil productores lecheros y el 42 % se concentra en pequeñas unidades de producción agropecuarias, es decir, pequeños y medianos productores con propiedades menores a cien hectáreas.
Sin embargo, el consumo no va a la par, pues datos del Centro de la Industria Láctea revelan que en el país se consumen solo 5,2 millones de litros al día y entre 90 y 95 litros per cápita al año, muy por debajo de los países desarrollados, donde el consumo es mayor e incluso supera los 150 litros por año recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), una meta que el Ecuador busca alcanzar desde hace algún tiempo pero que aún es esquiva.

Y si bien es cierto que cada día hay más producción de leche por la mejora constante en la genética de las vacas, el problema es que la industria formal no logra absorber esa leche porque el mercado no consume todo lo que podría y esta sobreproducción termina en el mercado informal. Durante la pandemia esa problemática se profundizó, pues la demanda en el sector formal se redujo debido a las complicadas condiciones económicas de los hogares que prescindieron de algunos alimentos como la leche y sus derivados (queso, yogur, mantequilla, etc.).
A esto se suma que, a diferencia de otros países, como Nueva Zelanda, Costa Rica y Colombia, donde el mayor paquete accionario pertenece a los ganaderos, en el Ecuador tan solo empresas como Pasteurizadora Quito y El Ordeño tienen en sus paquetes accionarios presencia de productores. Las demás industrias se han formado de capitales privados en los que los directorios y sus decisiones no contemplan las necesidades de los dueños del ganado. Todo ello ha acarreado una serie de dificultades difíciles de solventar y los pequeños productores terminan siendo los más perjudicados.
Actualmente, y hasta que el Estado, los empresarios y los productores encuentren una vía que mejore la situación, el enfoque está en aumentar el consumo local, exponiendo las ventajas del consumo de la leche y todos sus beneficios nutricionales. Uno de ellos, y quizá el principal, es el aporte de calcio y proteína en la dieta de los infantes por un bajo costo. Los defensores de la leche apelan a ello para potenciar su consumo.
El Ecuador es un país con recursos naturales y mano de obra aún dispuesta a trabajar los campos. La posibilidad de ser un país competitivo en la exportación de leche y posicionarse en mercados internacionales requiere la cooperación toda la cadena productiva y de consumo. La actual crisis económica y sanitaria ha puesto sobre el tapete el valor del trabajo agrícola y pecuario. Que la producción lechera sea un negocio rentable y motivante hace rever la necesidad de atender y solucionar sus deficiencias.