Por María Fernanda Almeida.
Edición 444 – mayo 2019.
Si bien se la practica hace 49 años en el mundo y hace veinticinco en el Ecuador, la donación de semen para tratamientos de inseminación artificial y fertilización in vitro es un tema que sigue manteniéndose bajo reserva. En nuestro país existe un vacío legal al respecto. ¿Se trata de un acto de altruismoo de un negocio?
La primera vez que JR donó su semen en un centro privado, en Quito, fue una tarde calurosa de 2002. Tomó su bicicleta y pedaleó tan rápido como pudo hasta llegar a una clínica en la avenida Mariana de Jesús, al norte de la ciudad. Para lucir más formal, se agarró en una cola su cabello largo y crespo. Llevaba un jean, zapatos deportivos y una camiseta con una frase sobre el Ecuador y los derechos humanos. “Estaba asustado, tenía la imagen de que me iban a meter en un cuarto con una pila de revistas eróticas para animarme, algo un poco bizarro”, comenta JR. No hubo nada de eso. Tan solo le entregaron un frasco para que pusiera una muestra de orina y lo guiaron al baño.
Tiempo antes, cuando llegó por primera vez a ese lugar, lo hizo acompañado de su amigo Leo. Habían escuchado hablar de los ingresos que dejaba la donación de esperma y quisieron arriesgarse. Cuando les explicaron que debían someterse a exámenes rigurosos, a consultas periódicas y a un sinfín de trámites, Leo desistió, pero JR, con su billetera vacía, se mantuvo en la idea.
Le practicaron exámenes de sangre, VIH, hepatitis y sífilis para descartar enfermedades de transmisión sexual; rindió pruebas psicológicas y llenó formularios especificando sus rasgos físicos: color de piel, de cabello, de ojos. Después de algunas semanas lo llamaron para decirle que sus muestras habían sido buenas y que era un donante idóneo. Le pagaron 180 dólares.
Donó dos veces más en el Ecuador y una última en Colombia. “A medida que fui creciendo me vinculé a temas de derecho humanos y mi idea inicial sobre la donación cambió. Me enteré de que había muchas mujeres que querían ser madres, o parejas que deseaban tener un hijo y eran estériles, entonces empecé a donar para esas causas”, explica JR, quien también incentivó a su novia para que ofreciera sus óvulos, pero ella se negó.
Luego de casarse, JR se preguntaba constantemente si había sido una buena idea donar sus espermatozoides. A su pareja le atormentaba pensar que su marido, con quien aún no tenía hijos, probablemente ya tuviera un primogénito creciendo en otro vientre.
El Ecuador y el origen
La donación de semen para tratamientos de inseminación artificial y fertilización in vitro se masificó en el mundo hace 49 años. La primera técnica consiste en introducir, mediante un catéter, el semen de un hombre en el fondo del útero de una mujer para lograr el embarazo. La segunda técnica es más compleja, pues se trata de fecundar el óvulo con un espermatozoide fuera del cuerpo de la madre para, una vez fecundado, implantárselo en el útero. La fecundación de ese óvulo puede hacerse con semen de la pareja, pero también con semen de donante.
Hoy se conoce que la primera inseminación artificial con donante que se realizó en el mundo fue en 1884. Una pareja con problemas para concebir visitó al doctor Pancoast en el Jefferson Medical College de Filadelfia, Estados Unidos. Tras varios análisis, el galeno concluyó que la mujer era fértil, pero el hombre padecía de azoospermia, la falta de producción de espermatozoides.
Pancoast, quien también dictaba cátedra, comentó el caso con sus estudiantes. Uno de ellos sugirió utilizar el semen de Adisson Davis Hard, el alumno más apuesto del grupo, e inseminar a la mujer. Pancoast la citó para una evaluación. La anestesió sin que se diera cuenta y la inseminó. Ella quedó embarazada. Años más tarde, Adisson Davis Hard envió una carta a la prestigiosa revista Medical World para revelar lo ocurrido.
La revelación generó un caldeado debate entre abogados, teólogos y médicos. Por años cuestionaron la inseminación artificial, considerándola una ofensa que ameritaba pena de prisión. Incluso se llamó adúlteras a las mujeres que concebían un hijo con donante. Para 1964, por primera vez, una corte del estado de Georgia promulgó un estatuto legitimando a los niños nacidos con donante mediante inseminación artificial. En los años setenta se masificó la donación anónima y se legalizaron las técnicas de reproducción asistida. En 1972 se creó en Francia el Centro de Estudio y Conservación del Semen Humano (Cecos) para recolectar donaciones anónimas.
En el Ecuador se empezó a masificar la donación de gametos (espermatozoides y óvulos) y las técnicas de reproducción asistida hace veinticinco años. Según datos de la Sociedad Ecuatoriana de Medicina Reproductiva (Semer), en el país existen veinte centros de atención privados de reproducción asistida y fertilidad: doce en Quito, cuatro en Guayaquil y cuatro en Cuenca. Semer indica que los problemas de infertilidad en el Ecuador responden en 45% a causas masculinas que tienen que ver principalmente con la ausencia en la producción de espermatozoides, y en 55% a causas femeninas relacionadas con anomalías en su útero, ausencia de ovulación, elevación de la prolactina (hormona que estimula las glándulas mamarias para producir leche), que provocan alteraciones en el ciclo menstrual, ciclos anovulatorios e infertilidad.
Según el Registro Latinoamericano de Reproducción Asistida, entre 1994 y 2014, en el Ecuador nacieron 2 372 niños con técnicas de reproducción asistida. En Latinoamérica se registraron 162 448 nacimientos. Brasil lidera la lista con el 43% de los casos (70 193), y Costa Rica presenta el menor número de nacimientos con 0,001% (15).
También existe la posibilidad de recurrir a bancos de semen extranjeros. El precio por el envío de una muestra congelada con un tanque de nitrógeno puede costar desde 500 dólares. Una vez que llega al país mediante de un servicio postal, la persona interesada acude a un centro médico para que se le realice la inseminación artificial o la fertilización in vitro. El banco de semen más grande del mundo es danés y se llama Cyros. En él hay más de mil donantes. No solo se pueden conocer los rasgos físicos de los candidatos, sino también su formación académica, sus gustos musicales, detalles sobre su inteligencia emocional, sus pasatiempos y hasta el tono de su voz. Chile y Brasil están entre los países latinoamericanos que solicitan este servicio con más frecuencia.
¿Soy idóneo?
Encontrar donantes es más difícil de lo que uno imagina. Newton Rubio Valarezo es médico y director del Centro de Reproducción Humana y Ginecología Ginemedex-Fertimedex, ubicado en el centro norte de Quito. Instalado en su amplia oficina, comenta que, del total de consultas mensuales que recibe, 7% es de parejas o mujeres solteras que buscan concebir solo con donante. El resto de pacientes visita este centro para someterse a estudios de fertilidad, preservación de la fertilidad o para buscar tratamientos de reproducción asistida sin donante. Rubio menciona un detalle interesante: “Por la cantidad de extranjeros que hay en el Ecuador, hay más donantes de Colombia y Venezuela. Nacionales, muy pocos”.
Para ser considerado un candidato idóneo, uno de los requisitos es tener entre dieciocho y 35 años, y no registrar antecedentes de enfermedades graves. Además, estar dispuesto a realizarse exámenes físicos y psicológicos, para descartar problemas mentales. El donante debe entregar al menos tres muestras para que los especialistas cataloguen si su semen es de buena calidad. “La muestra se analiza con base en tres parámetros: el número de espermatozoides por mililitro, al menos se necesitan quince millones; la movilidad que tienen los espermatozoides y el porcentaje de ellos que son normales en su cabeza, cuello y cola. Así se determina la calidad espermática”, explica Rubio.
Eso no es todo. La muestra se congela a menos 196 °C. Después se hace una prueba de descongelamiento para ver si el esperma sigue con vida. Si es así, esa muestra se guarda y se la vuelve a analizar después de seis meses. Ese es el tiempo establecido por los expertos para detectar si hay alguna enfermedad infecciosa o contagio de sida.
El pago Todo depende de la clínica, el doctor y los requerimientos. Por ejemplo, en el centro del doctor Newton Rubio, a los donantes se les paga entre 105 y 120 dólares por una muestra que incluye tres dosis de semen, mientras que en el Centro Ecuatoriano de Reproducción Humana, también ubicado en Quito, los donantes reciben entre 70 y 80 dólares.
Hugo Behr, presidente de Semer y director del Instituto Behr de Reproducción Asistida, en Guayaquil, comenta que los pagos por donación no están normados y quedan a criterio del médico. Él, por ejemplo, paga entre 200 y 250 dólares. Cree que no existe el riesgo de lucrar con la donación pues, según los protocolos internacionales y los códigos de ética, una persona puede donar máximo seis veces en su vida. El objetivo es evitar que dos personas procreadas con el semen de un mismo donante puedan concebir entre ellas, lo que provocaría enfermedades genéticas.
El precio de los tratamientos de reproducción asistida con donante también depende del especialista. Según Behr, en el Ecuador una inseminación artificial cuesta entre 800 y 1200 dólares, y una fertilización in vitro puede superar los cinco mil.
El primer caso confirmado de inseminación artificial con semen de donante (IAD) fue llevado a cabo en 1884, por WILLIAM PANCOAST, en el Jefferson Medical College de Filadelfia, Estados Unidos. La inseminación fue practicada frente a una audiencia de estudiantes de Medicina y se usó la muestra de semen del estudiante “más guapo de la clase”.
¿Qué dice la ley?
Si bien la Constitución del Ecuador garantiza el acceso a programas y servicios de salud reproductiva, no especifica nada sobre la donación de gametos, menos aún sobre las técnicas de reproducción asistida. La Ley Orgánica de Salud menciona que el Ministerio de Salud deberá regular, controlar y vigilar los procesos de donación y trasplante de órganos, tejidos y componentes anatómicos humanos, así como los bancos de células y tejidos. El doctor Hugo Behr asegura que entre los componentes anatómicos humanos no se incluyen las células sexuales (espermatozoides y óvulos).
Sin embargo, para el genetista César Paz y Miño, los artículos, redactados tal como están, permiten muchas interpretaciones. “Estás hablando de donación, entonces por qué no incluir a los espermatozoides y óvulos, que son productos anatómicos. La anatomía es el estudio del cuerpo, dentro de eso uno podría decir que los componentes del cuerpo son las gónadas, y las gónadas producen óvulos y espermatozoides. La ley es ambigua”.
La Ley Orgánica de Donación y Trasplante de Órganos, que podría pensarse es la adecuada para tratar estos casos, señala en su artículo 9 que las disposiciones contenidas “no serán aplicables a los casos de sangre humana, sus componentes diferenciados, espermatozoides y óvulos”.
Especialistas en fertilidad y técnicas de reproducción concuerdan en que, al no haber un marco legal claro, su práctica se rige por protocolos internacionales de la Organización Mundial de la Salud, la Federación Internacional de Sociedades de Fertilidad y la Sociedad Americana de Medicina Reproductiva, entre otros organismos. Y para que sus centros operen en el país, deben contar con un permiso de funcionamiento.
La Agencia de Aseguramiento de la Calidad de los Servicios de Salud y Medicina Prepagada (Acess), adscrita al Ministerio de Salud, entrega anualmente este permiso a los centros de reproducción humana asistida después de realizar una evaluación técnica de la infraestructura, el talento humano, el equipamiento y las condiciones higiénicas sanitarias. Posteriormente, se hacen controles periódicos para verificar que se mantengan las mismas condiciones.
En su oficina de la Plataforma Gubernamental, al sur de Quito, Cecilia Falconí, directora ejecutiva del Consejo Nacional de Salud (Conasa), reconoce que hay un vacío en la ley, pero asegura que el Ministerio de Salud sí ha puesto sus ojos en la “industria de la medicina reproductiva”, como ella la denomina. “Se necesita mucha más regulación. Lo que sí hay es un buen control sobre los establecimientos de salud. Si un doctor tiene una clínica de reproducción humana asistida, esa clínica necesita un permiso de Acess y es sometida a control. Existe un marco regulatorio, pero no es lo suficientemente detallado para el desarrollo de la industria”.
El proyecto de Código de Salud en el que se proponen varios artículos sobre este tema está estancado en la Asamblea Nacional desde hace siete años. En él, el artículo 196 habla, por primera vez, de la reproducción humana asistida. Avala las técnicas de fertilización siempre y cuando cumplan con las normas, requisitos y regulaciones que determinará la autoridad sanitaria nacional. Autoriza los procedimientos en establecimientos que cuenten con protocolos explícitos de consentimiento informado y propone un registro de donantes-receptores.
En 2016 la entonces legisladora María Alejandra Vicuña presentó un proyecto de ley para asegurar el buen manejo de las muestras de células sexuales en las técnicas de reproducción humana asistida. El propósito era impedir confusiones en la inseminación artificial y evitar malformaciones y problemas genéticos.
Otro tema controversial que se menciona en el código es la prohibición de contraprestaciones económicas (dinero) o compensaciones (algún bien o servicio) a cambio de la donación de gametos y embriones. Cecilia Falconí, del Conasa, y varios legisladores, se preguntan por qué debería pagarse por la donación de células sexuales mientras que no se paga por la donación de órganos, tejidos y sangre.
“Tiene que darse una compensación económica a los donantes para cubrir los gastos y lo que se está haciendo. No hay comercio con la donación, no es que va a haber agencias que ofrezcan mujeres que venden óvulos o centros con hombres que ofrecen su semen. ¿Quién va a querer faltar a su trabajo para asistir varias veces al laboratorio, quién se va a pagar los gastos de transporte o de exámenes que la donación requiere?”, reflexiona Hugo Behr, de Semer.
En entrevista para este reportaje, la asambleísta Gabriela Rivadeneira sostuvo que se trata de un tema sensible que aún debe discutirse en la Comisión de Salud. De lo que está segura es de que la reproducción asistida mueve importantes cantidades de dinero y segrega a los sectores más vulnerables, con el riesgo de que la salud se convierta en un negocio. Por eso, dice, hay mucho que normar.
El debate aún sigue en pie, pues una regularización debe ir más allá de otorgar un permiso de funcionamiento a los centros de fertilidad. Mientras que médicos y legisladores se ponen de acuerdo en el articulado y apoyan un proyecto de ley que lleva más de dos mil días en discusión, aún quedan preguntas que inquietan.
¿Quién verifica que la aplicación de las técnicas de reproducción humana y la conservación y manipulación de gametos sea la correcta? ¿Quién controla eventuales costos desproporcionados en los tratamientos de fertilidad? ¿Quién respondería por posibles casos de mala práctica? Y yendo más allá, ¿quién resolvería la filiación (vínculo legal entre padres e hijos) de los niños concebidos con donante? De momento, la respuesta es: nadie.