Asfixia

Ilustración Asfixia.
Ilustración: María José Mesías.

No sé en qué momento la sed de justicia pasa esa frontera peligrosa en que se convierte también en una tentación de martirio. Un sentimiento moral muy elevado corre siempre el riesgo de desbordarse y caer en una exaltación del activismo frenético. Una confianza optimista muy marcada en la bondad de fondo de los seres humanos, si no está atemperada por el escepticismo de quien conoce más en profundidad las mezquindades ineludibles que se esconden en la naturaleza humana, lleva a pensar que es posible edificar el paraíso aquí en la tierra, con la ‘buena voluntad’ de la inmensa mayoría”.

Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos.

Vivimos en una espiral de autodestrucción. Las señales de alerta son visibles, y están ahí desde hace rato, solo que preferimos vivir en el letargo de nuestra zona de confort —que a veces se ve interrumpida de forma abrupta y radical como en el último paro— porque es más sencillo estar ahí en la modorra de la mediocridad, en el ambiente cálido de nuestro metro cuadrado, pensando que estamos bien o, al menos, protegidos.

Los políticos y la sociedad en el cómodo sopor, hasta que la conmoción les hace despertar de forma atarantada.

De vez en cuando, nos ponemos serios y con absoluta convicción decimos como Apuleyo, Montaner y Vargas Llosa —libro que leímos hace años y con el que nos sentíamos iluminados— que todos somos unos perfectos idiotas por acá en las repúblicas bananeras y que, por eso, estamos como estamos o que vivimos en “letrinoamérica” como decía un amigo por ahí. Listo, sentenciados. Somos unos imbéciles…

Como la ignorancia y la bobera son arrogantes, hasta ahí llega la reflexión. Que no nos perturben nuestras fiestas pospandémicas los indios de mierda o “perfectos idiotas” que han venido otra vez a destruir nuestra ciudad, que acá les recibimos con armas, porque la paz de nuestras urbanizaciones —el último reducto de Adán— ese sí no nos lo van a joder.

Pero las cosas son aún más complejas. Uno mira el país y, con la temperatura elevada, se quema también. Si yo digo que, como país somos inviables, entonces los defensores del paro me dicen que la culpable de la masacre soy yo, que he contribuido a la narrativa de que a los indígenas hay que aniquilarlos.

Respiro, no es posible, me asfixio…

Se asfixian también miles de manifestantes que vinieron en 2019, volvieron en 2022 y seguramente retornarán en noventa días, sin que nada realmente cambie, a pesar de los quince centavos de subsidio a la gasolina. Se asfixia el Gobierno que, mientras intentaba llegar al poder, nunca se puso a pensar en el país roto que heredaría.

Estamos entubados como sociedad porque, mientras respiramos oxígeno temporal, nos olvidamos de que con el racismo a flor de piel somos inviables y así seguiremos mientras el 40 % de nuestra población indígena esté en la pobreza extrema. Por último, se queda sin aire el movimiento indígena, si cree, como Iza, que la alternativa es el comunismo indoamericano o la violencia total.

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