Arte y cultura de Google: grandes museos en tu pantalla

Por Alexandra Kennedy – Troya.
Fotografías: cortesía del Museo Hermitage, fotos de Vladimir Terebenin, Pavel Demidov y otros archivos.
Edición 456 – mayo 2020.

Mucho turismo de estos últimos años ha girado en torno a museos, galerías, centros culturales y fundaciones; y la oferta se ha vuelto cada vez más sofisticada. Pero hoy sus puertas están cerradas a machote; entrar supone acudir a la información online existente, que no es poca ni es de ahora.

Por ello el proyecto Arts and Culture de Google (artsandculture.google.com) resulta un mundo apasionante en muchos sentidos. No solo que nos pone al alcance de la mano centenas de museos de todo el mundo con una selección cuidadosa de algunos de sus fondos, sino que además nos ofrece un menú diario para informarnos sin aburrirnos. Va desde los típicos tours de sala de algún famoso museo hasta descubrir los sabores del Japón; desde la muestra múltiple sobre el extraño y maravilloso mundo de los dinosaurios hasta la recreación de nuevos cuentos inspirados en Harry Potter. Estas actividades en casa —que cambian permanentemente— nos involucran de manera directa y sencilla en las historias del Big Bang, nos llevan por las gemas escondidas de algunas galerías o nos detienen a mirar algún estrambótico baile de 1920 que podríamos animarnos a seguir. Por si fuera poco, también puedes jugar adivinando…

Así, para este artículo, llevo horas, días, yendo del dengue al merengue, revisando viejos museos y conociendo nuevos. Y cada museo, cada colección, te estimula a detenerte y pensar en su origen, en la arquitectura que contiene su patrimonio, en las culturas “otras” (africanas o americanas) trasladadas a los centros del mundo (Londres, Tokio o Nueva York), en las nuevas formas de conocimiento y ocio.

Escojo tres museos de arte que muchos de los que todos hemos escuchado hablar: el Hermitage en San Petersburgo, el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio (Momat) y el Tate Britain en Londres; lo suficientemente lejos geográficamente hablando, pero próximos en sentido cultural debido al poder entretejido por estas naciones que les ha permitido literalmente apropiarse de un pequeño universo en cada uno de estos recintos culturales. Tras viajes, conquistas, riquezas y dominación: el mundo en sus manos.

EL HERMITAGE DE CATALINA II

www.hermitagemuseum.org

DONNA NUDA, Escuela de Leonardo da Vinci, óleo sobre lienzo, Italia. Museo Hermitage de San Petersburgo.

Muchos de estos tradicionales lugares concebidos como tales desde el siglo XVIII, el de las Luces, han ocupado desde entonces espléndidos lugares de la ciudad y los han caracterizado. Tal es el caso del museo del Hermitage que posee alrededor de tres millones de obras y cuyos fondos se encuentran repartidos en cuatrocientas salas de los cinco edificios patrimoniales de la ciudad: el Palacio de Invierno, el Pequeño Hermitage, el Gran Hermitage, el Gran Teatro y el Nuevo Museo, este último, el más reciente, diseñado por el gran arquitecto neoclásico alemán, Leo Von Klenze, entre 1842 y 1851.

Buena parte de sus fondos pictóricos, de grabado y de escultura, nos cuentan la historia de una nación atenta a los modelos europeos y a las visitas que los traían. Catalina II la Grande, emperatriz de Rusia desde 1762 hasta 1829, fue una apasionada coleccionista que continuó el proyecto de Pedro III de hacer de San Petersburgo una ventana hacia Occidente en la costa del Báltico.

COMPOSICIÓN VI COMPOSICIÓN VI, obra de Vasili Kandinski, óleo sobre tela, 1913. Museo Hermitage de San Petersburgo.

Atenta y curiosa, recibió un día la visita de la inglesa duquesa de Kingston, a quien atendió generosamente. Por ella conoció sobre los relojes de James Cox y sus fabulosos mecanismos. A sabiendas de sus sofisticados gustos, el hijo de Catalina la Grande, el príncipe Potiomkin, comisionó uno para ella. Se le conoce como el Reloj del Pavo Real en bronce y plata; es el único autómata grande del siglo XVIII que no ha sido alterado y cuyo tic tac aún puede ser escuchado. Lo interesante de esta historia es que pocos años antes de haber recibido este regalo, Catalina, coleccionista y mecenas, ideó y abrió el primer museo de Rusia con su gran colección de pintura europea.

RED BOY, obra de Steve McCurry, India, 1996. Museo Hermitage de San Petersburgo.

El origen de estos tradicionales museos es precisamente este, la apertura al público de las colecciones reales y de aristócratas ricos cuya pretensión es educar al pueblo bajo unos modelos ideales de “civilización” a seguir. Durante el siglo XIX, el museo será visto por los dirigentes como verdaderos centros de construcción de la identidad nacional, templos de cultura, motores del progreso.

Hasta la Revolución rusa en 1917 y la deposición y muerte de los zares y su familia, el museo se había enriquecido notablemente en las áreas de arqueología, numismática (uno de los fondos más nutridos), artesanía rusa y del Báltico. En la actualidad este es uno de los museos más activos de la región.

TOKIO Y EL ARTE MODERNO

www.momat.go.jp

MADRE Y NIÑO, obra de Uemura Shoen, pintura sobre seda, 1934. Museo de Arte Moderno de Tokio.

En otros casos los museos han cedido a la tentación de construir espacios de punta para la época y abrir concursos internacionales para tales menesteres. Tal es el caso del edificio futurista del Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio (Momat) construido en 1952 por los famosos Kunio Maekawa con adiciones posteriores de Yoshiro Taniguchi. De colecciones más modestas que el museo anterior, pero potente ya que alberga cien mil piezas que van de la época Meiji (1868-1912) hasta 1980, no solo de arte japonés sino asiático en general. Hay cuadros muy significativos de artistas tan connotados como Tomioka Tessai, Yorozu Tetsugoro, Kishida Ryusei y Kitaoka Fumio.

A diferencia del anterior, el coleccionista que dio origen al museo fue un hombre de negocios, Matsukata Kojiro, que tras sus estudios en la Universidad de Yale en Estados Unidos y su vuelta vía Europa, conoció una gran cantidad de centros de arte. Se convirtió en breve en el primer presidente de la Kawasaki Heavy Industries Ltd. en Kobe. Durante sus años en Londres a mediados de la Primera Guerra Mundial, constituyó una empresa de construcción de barcos, cosa que le permitió amasar una gran fortuna y con ello adquirir cientos de grabados japoneses en madera (ukiyo-e) y decenas de obras de arte europeo de época, desde tapices hasta mobiliario, que ahora conocemos como la colección Matsukata que diera origen al Momat.

QUO VADIS, obra de Noboru Kitawaki. Muestra a un soldado indeciso sobre su futuro, 1949. Museo de Arte Moderno de Tokio.

Cuando todos nos encerramos tras el anuncio de la mortal pandemia del coronavirus, este museo de múltiples exhibiciones temporales había montado una muestra perfecta para el momento en curso. Se trata de Kitawaki Noboru: mirar el universo en una semilla. Artista vanguardista que vivió en Kioto y produjo su mejor obra durante 1930 y 1940. Su imaginería fantástica le asoció al surrealismo vigente, pero en esta exposición se indaga en su interés en la decodificación de las leyes invisibles del universo utilizando para ello los principios del surrealismo, las matemáticas, las ciencias naturales de Goethe y la adivinación china. Esto, creía Noboru, se podía constatar en una semilla que germina, crece, florece, da frutos y produce nuevas semillas.

EN LA TATE DE LONDRES

www.tate.org.uk

OFELIA, obra de John Everett Millais, 1852. Tate Gallery de Londres.

Al otro lado del mundo, en Londres, aparece otro hombre de negocios, Henry Tate, quien hizo su fortuna refinando azúcar. Alrededor de este coleccionista y mecenas de los grandes pintores prerrafaelitas ingleses se ha suscitado un largo y enjundioso debate público. La familia Tate está asociada a la tenencia de esclavos en sus plantaciones e industrias del azúcar, amén de la trata de esclavos. Lo hicieron por dos centurias en América, como muchos otros empresarios ingleses que se aprovecharon de las regiones colonizadas por el imperio británico para plantar y comerciar con azúcar, café, chocolate, algodón, caoba, índigo y otros ítems tropicales apetecidos por el mercado inglés y europeo.

Si sus familias lo hicieron, dicen sus defensores, no así los creadores de la que fue inicialmente la National Gallery of British Art (1897-1932): Henry Tate y Abram Lyle. Desde 1932 se le conoció como la Tate Gallery, y en el año 2000 se le bautizó como Tate Britain para diferenciarla de otras divisiones de esta gran empresa cultural. Su localización es la misma, el Millbank de la City de Westminster en Londres y ha permanecido allí desde su creación. Su acervo es de setenta mil obras y sus fondos albergan únicamente arte británico desde el año 1500 hasta nuestros días.

EL NAUFRAGIO, obra de William Turner, 1805. Tate Gallery de Londres.

Esta colección es un verdadero atractivo para los aficionados al arte del siglo XVIII, empezando con el famoso Turner que inspiraba tanto a impresionistas como a surrealistas, hasta los prerrafaelitas del XIX que tanto dieron que hablar por su desenfadada forma de retornar sus ojos al medievo en busca de valores “puros” y “primitivos” para la relajada sociedad inglesa.

Estos a su vez fueron grandes catalizadores para los pintores y poetas malditos del modernismo. Henry Tate, de toda la obra que donó, seleccionó la Ofelia de John Everett Millais, personaje central del Hamlet de Shakespeare. Ella se dejó morir después de enterarse que su amante, Hamlet, había matado a su padre; así, recogiendo flores en el campo cayó al río y murió. Ella está representada como flotando en el río que la lleva; sostiene flores de una simbología de época: las amapolas que significan muerte, las margaritas, inocencia y los pensamientos, amor en vano. Fue realizado in situ, en un río de Surrey, y la crítica admiró el realismo en la representación de la naturaleza, así como la poética de su muerte.

No me he detenido en días porque la página Arts and Culture de Google permite seguir la exploración por personajes, épocas, color y tantas otras entradas que sería imposible enumerar. Del Ecuador, el único museo representado es la Casa Museo El Alabado en Quito. Y brillan por su ausencia los museos pequeños de las zonas periféricas del mundo.

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