Arrieros de caña y contrabando.

Fotorreportaje de Martín Jaramillo Serrano.

Edición 449 – octubre 2019.

Esta historia sucedió hace no mucho tiempo, cuando el campo todavía quedaba muy lejos de las ciudades y los caminos se hacían a pie o a lomo de bestias durante días y noches. La Ley de Estancos monopolizaba para el Estado la producción y comercialización de aguardiente y forzaba al contrabando y la producción ilegal a muchas familias, por ser una mejor alternativa frente a las pobres ganancias del jornal campesino. Hubo en San José de Minas, una parroquia al norte de Quito, un grupo de muchos hombres y pocas mujeres que dominaron el arte de arrear hasta 100 litros de aguardiente en un solo caballo por caminos durísimos, largos y peligrosos, entre lodazales, culuncos, precipicios, hambre y sed. Esquivando guardas de estanco que podían encarcelarles, robar sus cargas o incluso dispararles; los arrierros sacaban ilegalmente la gran producción de aguardiente de esta parroquia hacia Otavalo y las afueras de Quito.

Arrieros-1Finca El Naranjo en la parroquia San José de Minas del Distrito Metropolitano de Quito.

Arrieros-2Antiguo camino del contrabando entre San José de Minas y lo que fue el poblado de Las Palmas.

Arrieros-3

Culunco en el antiguo camino del contrabando entre Palma Real y el páramo de Aparejos.

Arrieros-4A los doce años, Pedro Manuel Almeida Ruiz salió de la escuela para buscar su vida en las montañas de Palma Real. A los dieciocho se fue al ejército y se convirtió en uno de los mejores jinetes de la caballería. Cuando volvió a su tierra y no encontró trabajo se metió al contrabando. A veces compraba trago a los guardas de estanco, que tenían que vender cuando el Estado no les pagaba sus sueldos. Por veinte años contrabandeó. Recogía el trago a lomo de mula de las fábricas clandestinas de Palma Real, aunque también había trago en Minas, en Palma Real era más barato por la enorme producción. Anduvo con varios arrieros vendiendo en Otavalo en chicherías, cantinas, moteles y pensiones, también en Ibarra. Dejó el contrabando cuando se liberó la prohibición en la década de los ochenta. Murió en noviembre de 2018 a los 77 años.

Arrieros-5 Leonardo Herrera tiene 86 años y once hijos. Junto a su fallecido hermano Pepe Vera, es reconocido como uno de los arrieros más fuertes y aguerridos del contrabando. Se metió al negocio ya casado, a los veinte años, y estuvo en él por treinta años. Dice que otros arrieros se le juntaban para sentirse más seguros. Sacaba cuatro o cinco cargas de aguardiente a Otavalo, Cotacachi, Ibarra, a toda Imbabura, a caballo. Tenía una recua completa. Con él trabajaban hasta siete personas para ayudarle a arrear, todo lo que tiene lo sacó del contrabando. Lo que más recuerda es lo cansado que era, porque se andaba sin comer y sin dormir, escapando de los guardas. Nunca le cogieron. “Era una vida durísima y triste. El hecho de no dormir, de estar mojado, preocupado, con miedo, con hambre y sed”.

Arrieros-6Pedro Rafael Rengifo se dedicó a la arriería desde los catorce años, hasta la última vez que le atraparon los guardas, por Selva Alegre. Volvería a contrabandear si tuviera treinta años, hoy tiene 78. Su caballo preferido se llamaba Ni Por Oro, era de color alazán-tostado, de hocico chiquito y crin amarilla, alto, bien comido, grueso. Nunca se quedó en ningún camino, nunca se rindió. Si sentía que se hundía en el lodo se ponía a galopar para salir y se sacudía. Llegaba a cargar 110 litros, la carga completa. Se iban hasta la hacienda El Milagro, donde se une el Guayllabamba con el Íntag, una jornada de cuatro de la mañana a cinco de la tarde, trece horas sin parar. Al otro día salían a San Pablo y de ahí a Otavalo, un total de tres días de viaje.

Arrieros-7 José Miguel Pillajo tiene 69 años, empezó a trabajar a los cuatro años, le pagaban cinco reales por traer los caballitos, pero él más iba por montar. A los 15 ya se inició como arrierito de ayuda, atajando a las bestias y poniendo las cargas uncidas en los caballos. A los 20 años, ya con caballo propio se apegó al finado Galo Dávila para empezar en el contrabando. Primero caminaba con alpargatas, luego a puro zapato de lona de 25 sucres. También salía con botas. Llegó a ser uno de los más reconocidos arrieros, de los más valientes y con más conocimiento del oficio, dice que era porque le gustaba. Se dedicó como 15 años a la arriería. Le gustaba cuidar los caballos y era bueno aderezando las albardas. Sabía zurcir las albardas y uncir bien la carga. “Volvería al contrabando de mil amores, por el amor a los caballos, para poder llevarles bien bonito”.

Arrieros-8Plutarco Reinaldo Benalcázar Manosalvas tiene 92 años. Empezó en la arriería a los cuarenta, cuando ya tenía su familia. Aprendió de su papá, que era arriero de granos, de cabuyas, de lo que hubiera. Se dedicó unos diez años, trabajando con su propia recua de ocho mulas y un caballo, más gente contratada. Recuerda arrear panela y aguardiente. Su trabajo era cargar trago para los Rengifo y entregarlo en el páramo de Aparejos. Dice que lo más sucio de la vida era la arriería, por lo fuerte del trabajo, “es la vida más amarga”. Andaban con los pantalones enlodados, con alpargatas de cabuya que a cada paso se zafaba el cordón. Él trabajaba por la educación y la alimentación de sus seis hijos. Algunas veces se le rodaron las mulas e incluso se le murieron. Ahí tocaba cargar los dos tercios de 50 litros cada uno hasta buen puerto.

Arrieros-9 El aparejo es el conjunto de herramientas y accesorios del arriero para la montaña.

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