La exposición Arquitecturas precolombinas: representar y habitar el pasado, que muestra el Museo Casa del Alabado, ofrece una aproximación a las formas en que los pueblos originarios pensaron y representaron el hábitat de su época.

Se cree que la casa que alberga el Museo del Alabado es una de las más antiguas de Quito. En el dintel de piedra de la entrada principal se lee, en un español antiguo y un tanto confuso, la siguiente inscripción: “Alabado sea el santísimo sacramento. Acabose esta portada a 1 de julio de 1671 años”. Especialistas han dicho que probablemente ese año sea el de la terminación de la casa, y se presume que su construcción inicial data de finales del siglo XVI.
Elementos distintivos como el patio central, los cuartos alrededor en ambas plantas, las columnas de piedra y madera, las paredes de adobe, la balaustrada, los moriscos, determinan la tipología de las casas coloniales del Quito antiguo. En la ciudad existen catorce casas de ese tipo, según el estudio más reciente hecho por el Instituto Metropolitano de Patrimonio.
Lo cierto es que la dilatada historia de esta casa abarca tres temporalidades: el pasado precolombino evocado por la colección de piezas, la época colonial en la que fue construida y la contemporaneidad en la que cobró la vida que tiene ahora tras un intenso proceso de remodelación. Dicha riqueza y complejidad hicieron que fuera la misma casa una de las inspiraciones para crear la exposición Arquitecturas precolombinas: representar y habitar el pasado.
Paralelamente, otro aspecto que la motivó fue la necesidad de explorar en la reserva del museo (cosa que ocurre dos veces por año para las exposiciones temporales), de alrededor de cinco mil piezas, para encontrar temas y preguntas de investigación. “La casa tiene más de cuatrocientos años, pero la colección tiene más de seis mil, entonces nos preguntamos cómo hacer la conexión entre la casa y las piezas de la colección que representan arquitectura; pero la intención no solo fue mostrar esas piezas, modelos o maquetas arquitectónicas, sino presentar las interpretaciones de otros frente a esas representaciones”, explica Lucía Durán, directora del museo.
Para el caso, los otros caben en tres ejes, que son los mismos en los que se articula la muestra: colonizadores y primeros cronistas, viajeros ilustrados del siglo XVIII y los primeros arqueólogos. Las interpretaciones que han circulado desde esas miradas, correspondientes a determinados contextos históricos y a unas ciertas aptitudes de análisis dadas por las disciplinas en juego, arrojan luces sobre las formas de habitar los territorios precolombinos y permiten ponerlas en relación con las usanzas contemporáneas de la arquitectura, el urbanismo, el diseño, la historia y la arqueología. Acaso en esa línea de tiempo, rica como terreno de exploración y cuestionamientos, radica uno de los principales aportes de la exposición.
Ejes y miradas
En el siglo XVI colonizadores como Francisco de Jerez, considerado el cronista oficial de la conquista y autor de Verdadera relación de la conquista del Perú y provincia de Cusco, llamada la Nueva Castilla (Sevilla, 1534), y Pedro Cieza de León, autor de la extensa Crónica del Perú, y de quien se dice fue el primero en llevar la papa a Europa en 1560, apuntaron en sus reportes mucho de lo que captó su atención cuando estuvieron en el territorio que hoy es el Ecuador.
“A ellos les fascinó la monumentalidad de las ruinas de sitios como Ingapirca, pero también les fascinó las viviendas balsa. En el territorio precolombino las balsas llegaron a tener estructuras tan grandes que albergaron cientos de personas; en ellas viajaban las conchas spondylus y los productos de los Andes hacia Mesoamérica”, explica Lucía Durán. Los pueblos precolombinos, como muestra la exposición, representaron esas balsas en piezas de cerámica y en diseños plasmados en objetos utilitarios.

Pero esas naves, que fueron medios de transporte y comercio, y a la vez brindaban albergue, también atrajeron el interés de los viajeros y científicos del siglo XVIII, lo cual demuestra la relevancia que tuvieron a lo largo del tiempo.
En la muestra se presentan ilustraciones de distintos modelos y épocas, recogidas, por ejemplo, en el libro de 1784 Relación histórica del viaje a la América Meridional, de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, científicos que formaron parte de la expedición hispano-francesa (1735-1746) organizada por la Academia de Ciencias de París y de la que también formaban parte La Condamine y el naturalista Jussieu. Asimismo, años más tarde, ilustraciones y grabados de las viviendas balsa aparecieron en obras de Alexander von Humboldt y Teodoro Wolf.
Al hábitat lo constituye no solo la morada sino también el entorno, y algo que cautivó a los científicos fue cómo Andes, Costa y Amazonía se juntan en la estrecha geografía de este país. Definido originalmente para la Sierra ecuatoriana, el concepto de microverticalidad señala que la región andina posee una diversidad de ecosistemas en franjas de territorio contiguas. Esto permitía, como lo explicaría mucho más adelante el etnólogo alemán Udo Oberem, que los habitantes de un pueblo tuvieran campos situados en diferentes pisos ecológicos alcanzables en un mismo día, con la posibilidad de regresar al lugar de residencia por la noche.
Los pueblos asentados en los distintos ecosistemas debieron desarrollar arquitecturas y dinámicas de ocupación del territorio que permitieran la interconexión entre ellos. Prácticas prehispánicas como estas, que en sí mismas constituían la expresión de un conocimiento, incentivaron estudios de Humboldt, que a su vez serían una fuente para investigaciones posteriores.
El tercer eje recoge los estudios que sobre la arquitectura precolombina hicieron los primeros arqueólogos, aquellos pioneros en el Ecuador a finales del siglo XIX y los que fueron consolidando la disciplina durante la primera mitad del siglo XX. Ese grupo incluye al arzobispo González Suárez, Jacinto Jijón y Caamaño, Max Uhle, Otto von Buchwald, Marshall Saville, y si la temporalidad se extiende, como es el caso para los intereses de la exposición, caben, entre otros, Olaf Holm, el guayaquileño Jorge Marcos y el misionero josefino Pedro Porras, puntal de la investigación arqueológica en la Amazonía.
Los espacios de la exhibición
Las salas de la exposición no recogen por separado las miradas planteadas por esos tres ejes, sino que están organizadas por la producción de representaciones sobre arquitectura que los pueblos originarios hicieron en las diversas zonas geográficas. La sala principal corresponde a la Costa, y una segunda sala junta a Sierra y Amazonía. En ellas se muestran aleatoriamente las piezas y documentos que expresan las varias miradas. “Hay muchos más objetos y representaciones en las culturas de la Costa, y esos objetos te hablan de forma más clara porque son muy ricos en detalles”, dice Carlos Montalvo, investigador del museo y curador de la muestra.

En la sala dedicada a la Costa también existe un área donde se presentan documentos (libros, planos, fotografías, ilustraciones) que apoyan la información que los objetos por sí solos no necesariamente ofrecen. Es la misma lógica que rige en la sala dos y que, en general, se usó como método de investigación y curaduría para relacionar las piezas con la información arqueológica pertinente.
“Por ejemplo, tenemos una botella silbato con representaciones de cabañas que al parecer son de planta circular; con eso buscamos quién ha excavado cabañas de ese tipo y vemos que el arqueólogo Jorge Marcos ha reportado que dichas construcciones tienen tales características.
Así podemos tratar de identificar cuáles de esos datos arqueológicos que señala Marcos están presentes en las piezas”, explica Montalvo. También en la sala dos, junto a piezas de diversa índole como vasijas, botellas con motivos arquitectónicos, o la fascinante maqueta de un bohío de la cultura Caranqui (500-1450 d. C.), se muestran libros y citas de libros, planos, fotos e ilustraciones que apoyan el diálogo entre arqueología y arquitectura.
Como complemento a estas salas centrales, en una tercera se muestra un video realizado en tecnología Lidar, un sistema láser de teledetección y medición de la superficie y el interior de la Tierra que funciona de manera aerotransportada. Esto permite crear mapas y modelos en 3D, como el del video de la muestra, de territorios que ya no se encuentran visibles a nuestros ojos. “Esta tecnología nos permite analizar, por ejemplo, en la Amazonía, ya no solo la arquitectura, sino el manejo del territorio, la organización sociopolítica. Esa idea de la selva virgen, pura, es falsa.
La arqueología nos muestra, con la ayuda de esta tecnología, que la Amazonía era un territorio densamente poblado e interconectado, con vías, con estructuras y, gracias a eso, podemos volver a imaginarlo”, dice Lucía Durán.

Más preguntas que respuestas
¿Por qué, como se señala en una de las paredes de la exhibición, son escasas las representaciones de arquitectura entre la vasta producción de cerámica precolombina? ¿Qué llevó a que en una época tardía desaparecieran las representaciones de arquitectura en la Costa, pero aparecieran en la Sierra? ¿Cómo el territorio y el paisaje condicionan el habitar en cuanto a materias primas, a clima, a dimensiones y funcionalidades, a referencias geográficas? ¿Las piezas que representan arquitecturas son solo figurativas o son maquetas de estructuras que existieron? ¿Muestran el uso de ciertos materiales y una determinada distribución de espacios y, si es así, esas estructuras fueron espacios domésticos o se trataba de lugares rituales y estratégicos y, por lo tanto, denotaban jerarquías y castas?
Pese a la rica información compartida en la exposición, o, mejor dicho, gracias a ella, preguntas de este tipo quedan latentes tanto para los visitantes cuanto para los mismos investigadores. “La arqueología es una disciplina altamente especulativa.
Lo que hacemos es intentar reconectar las piezas con los contextos de los que fueron extraídas, o de relacionarlas con piezas de otras colecciones. A partir de pequeños hallazgos, vamos encontrando respuestas, pero esas respuestas son siempre hipótesis”, dice Lucía Durán. Carlos Montalvo lo corrobora: “Mientras más veamos la interacción del público con la exposición, más preguntas tendremos, y más adelante intentaremos responderlas en diálogo con otras disciplinas”.
Este acercamiento sin certezas absolutas incentiva la posibilidad de imaginar el hábitat del pasado. Lo visualizamos en cuanto a su forma, pero también como parte de un sistema de relaciones humanas y con el entorno, y de una estructura de poder y organización colectiva que acaso podrían dejarnos algunas enseñanzas para un presente caótico y voraz en lo social y, no se diga, en lo urbanístico.