Uno de los estrenos más recientes de Netflix es ‘Arnold’, la serie-documental sobre el actor de apellido Schwarzenegger, fisicoculturista, héroe del cine de acción y en su momento gobernador del estado de California, en Estados Unidos. Si la nostalgia está de moda, esta es la prenda perfecta.
Uno se hace varias preguntas antes de aplastar el botón y dejarla correr. ¿Cuánto más puedo ver de Schwarzenegger? ¿No fueron demasiadas las veces que me repetí sus películas en el español doblado de la televisión ecuatoriana? ¿No ha sido su vida tan pública como para dejar de preguntar al respecto? ¿Cuánto interesa la vejez de los bíceps, los tríceps y los hombros? ¿Es verdad que ya no hay nada que ver en Netflix?
Como dicen los migrantes: uno se va quedando (o se da cuenta, ya quedado, de que se quedó) Así, sin interferir, sin resistencia ni compromiso, me fui quedando en ‘Arnold’, la serie documental que Netflix le dedica a Schwarzenegger, y que se divide en tres partes de una hora de duración por cabeza: ‘Atleta’, ‘Actor’ y ‘Americano’. Suena ochentero y suena a mucha piel aceitada, pero eso es lo que es, una especie de fábula que pasó en otro tiempo, en otro mundo.
Una de las primeras confesiones que hace Schwarzenegger, nacido en una aldea de Austria que hoy por hoy apenas supera las dos mil personas, es que siempre sospechó que su verdadero padre era un soldado americano a quien su madre conoció durante la Segunda Guerra Mundial. Schwarzenegger nació en 1947, tiene 75 años, los números le dan para sostener esta tesis, pero claro, se trata más bien de inventar un comienzo para luego inventar todo lo demás.
Era un adolescente cuando salió de su país, dice, para competir con los mejores. A los 20 años ganó el título de Mr. Universo y de ahí en adelante ganó, siete veces seguidas, un título superior, Mr. Olympia, lo que vendría a ser campeón de campeones, el tipo de credencial que te permite decir soy el mejor del mundo. Tenía, dentro de la incomprensible estética del fisicoculturismo, el cuerpo perfecto, y esperaba dar el salto al cine. Que por algo en Hollywood se llama ‘Industria’ y no ‘Séptimo arte’.
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La fortuna de Arnold Schwarzenegger
Le preguntaron si quería ser actor y dijo, muy serio y consecuente, ‘¿Actor?, no; quiero ser una estrella de cine’. Para esto, le habían pasado ya dos cosas importantes: fue el protagonista del documental ‘Pumping Iron’, presentado en Cannes en 1977 y tomado muy en serio por la crítica; y se volvió millonario en el negocio de los bienes raíces, comprando y vendiendo propiedades en California, así que podía esperar un papel principal para debutar.
Si nos ponemos cronológicos, ese papel fue ‘Conan, el bárbaro’, de 1982, que lo sacó del círculo de los atletas para ponerlo en el de las películas. Pero la cinta que le dio tono global y obligó a que el mundo volteara a verlo fue ‘Terminator”, de 1984. Se lanzó como cine B, ciencia ficción de segunda clase, pero algo resonó con la audiencia (lo mismo que resuena hoy en las discusiones sobre Inteligencia Artificial) y fue de culto instantáneo y éxito comercial.
Luego, y esto podría estar en una charla TEDx, Arnold Schwarzenegger cumplió a cabalidad su papel de estrella, tomando como principio una frase del empresario Ted Turner, otro fenómeno del siglo XX, creador de la cadena de noticias CNN y revolucionario de lo que se llamaba televisión por cable. La frase en cuestión es: acuéstate temprano, levántate temprano, trabaja como un demonio y haz propaganda.
Para Schwarzenegger quedó claro, la mitad del trabajo es hacer la película y la otra mitad, o los otros tres cuartos, promocionar la película, prestarse para todos los viajes y todos los eventos, hacerse cargo y dar la cara. Su genio fue saber vender, saber venderse hasta hacernos comer el mismo cuento una y otra vez. Hizo películas de relleno, es cierto. Se nota que, como en las salas, él vendía canguil, no cine, pero le dio dignidad a un género y se convirtió en una marca.
Lo que Schwarzenegger no parece entender, es que su historia es extraordinaria, que no podemos esperar que a todo el que madrugue Dios lo ayude. Y, por su parte, lo que Netflix no parece entender es que los documentales pueden ser cine, pues, aunque invierte mucho en el género ya se va notando hace rato el mismo molde, confortable, inofensivo, tan distinto a lo que se trata de contar.