Por Iván Garcés ///
Este proyecto fotográfico no respondió a una motivación específica y fue más bien el resultado de mi necesidad compulsiva y constante de hacer fotografía. Fotografío casi todo. Pero con los árboles he desarrollado una relación profunda de entendimiento. A esto se debe que desde 2009, aproximadamente, empecé a observarlos y a retratarlos.
En ese mismo año, viajé a la frontera norte del Ecuador, al manglar. Y desde entonces he pasado por Madrid, Roma, Cádiz, Segovia, Salamanca… Muchos parques y sierras.
En el camino de este trabajo, hice muchos hallazgos. Desde un punto de vista filosófico y trascendental, me propuse como fin retratar los árboles, luego de hallar que prefiero reflejarme en un árbol antes que en un espejo.
Descubrí, además, que los árboles me expresan mucho más que el reflejo engañoso de una realidad. Para mí, como fotógrafo y como ser humano, la metáfora de lo que somos y lo que nos define está en estos seres, en sus formas, sus líneas, sus superficies, sus texturas, sus tamaños y las relaciones que entablan entre sí y con el mundo.
Este trabajo para mí tiene un gran significado. Padezco una enfermedad incurable que me ha dado como regalo la conciencia plena de la temporalidad y la atemporalidad de mi vida.
El tiempo que dedico a fotografiar es el tiempo en que me aplico a reflexionar en imágenes sobre aquello que rehúye a las palabras.
Es mi forma de adentrarme confiado en un misterio que disfruto captando sin necesidad de darme explicaciones. Y es a la vez compartir mi ausencia de forma con una figura familiar y cercana que me define mucho más que cualquiera de mis acciones.
Esta es, por decirlo de alguna manera, mi forma de unirme al todo.