Antropofagia: cien años de la Semana de Arte Moderno

Arte
“Antropofagia”, Tarsila do Amaral. 1928.

La Semana de Arte Moderno transcurrió entre el 10 y el 17 de febrero de 1922 en el Teatro Municipal de São Paulo y contó con exhibiciones de arte, charlas, conciertos y lecturas de poesía organizadas por artistas brasileños. Las vanguardias artísticas fueron/son pro­cesos colectivos entreverados. No se las puede aislar en una figura individual ni en un período (peor una sola fecha). Al momento de la reunión de 1922, por ejemplo, los procesos todavía estaban desplegándose.

Hay un dibujo sencillo de la ar­tista Anita Malfatti que sintetiza mu­cho de lo que se pudiera decir aquí. Es un retrato del Grupo de los cinco, hecho en el mismo 1922. Ahí aparece la autora del dibujo, desparramada sobre un diván, durmiendo; Mario de Andrade y Menotti Del Picchia están acostados sobre una alfombra en el piso (quizás De Andrade pre­sume de que, hasta mientras duerme, reflexiona sobre temas importantes); en cambio, Oswald de Andrade y Tar­sila do Amaral comparten un dueto romántico en el piano. Cansancio y vitalidad. Vitalidad y cansancio. Así se puede entender a las vanguardias. Un esfuerzo agotador por cambiar la vida. ¿Lo lograron?

El famoso compositor Heitor Villa-Lobos estuvo en la Semana de Arte (fue abucheado y, debido a una infección en el pie, se presentó con una pantufla, que el público tomó como parte del escándalo); el artista Emi­liano di Cavalcanti diseñó el arte del catálogo de la muestra. Otra presencia importante fue la de Vicente do Rego Monteiro, un artista interesado en involucrar el arte precolombino y las leyendas de los primeros encuentros entre europeos e indígenas a formatos plásticos nuevos.

En general la norma de la Semana fue el abucheo. Esta si­tuación no ha cambiado mucho. Guar­dando las distancias, la institución del arte levanta polémicas, discrepancias y malentendidos por donde pasa; es parte de su funcionamiento. No por nada el término vanguardia viene del ámbito militar. Esta guerra se combate hablando mal a espaldas del enemigo.

Oswald y Tarsila vivieron tempo­radas importantes en París. Resulta difícil pensar que, sin el intercambio trasatlántico, toda la escena de arte moderno en América Latina se hu­biera desenvuelto como lo hizo, pero tampoco sería justo pensar que estos artistas se limitaron a “traer” las no­vedades de Europa. Los tres cuadros más importantes de Tarsila: “La negra” (1923), “Abaporú” (1928) y “Antropo­fagia” (1929), comentan este hecho.

El último —lo ha dicho Jorge Schwartz— resulta una síntesis de los dos prime­ros. Muestra un verdor exuberante, geométrico y un sol calcinante que pa­rece fruta. En el centro hay dos figuras entrelazadas, el seno derecho de una de estas figuras se sobrepone a la pierna gigantesca de la otra. El rasgo principal de estos personajes es la desproporción y una marca decidida de exotismo.

Los manifiestos de Oswald: Manifiesto de poesía palo del Brasil (1924) y Manifiesto antropófago (1928), ofrecen cri­terios similares. El segundo, que apa­reció junto a una versión trazada de “Abaporu”, es un texto irresistible que alude a prácticas coloniales, al mes­tizaje y a Shakespeare (“Tupí, or not tupí that is the question”).

Expone el proyecto nacionalista que abordaron Oswald y Tarsila con la marca Brasil, a toda costa; pero también contiene la gran frase caníbal: “Solo me interesa lo que no es mío”, que parece situarse en una posición ambivalente frente a los procesos nacionales. La glotonería antropofágica es una imagen nítida para entender la actividad cultural y el trabajo de artistas.

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