Antonín Dvorák ingresó a los anales de la música clásica europea del siglo XIX, pero más que nada fue un baluarte del patrimonio cultural checo.

Hace 180 años nació Antonín Dvorák, el 8 de septiembre, en Nelahozeves, enclave renacentista en la región de Bohemia central, al norte de Praga, la capital de República Checa.
Desde muy joven demostró habilidades para el violín, el piano y el órgano, y con tan solo doce años compuso polcas. Estudió en Praga donde obtuvo una sólida base teórica y práctica, y se graduó en la Escuela de órgano en 1859 con un concierto público en el que interpretó a Bach.
Los primeros intentos en la composición que se conservan de Dvorák datan de la década de 1850 y son breves polcas para piano. Figura sobresaliente del nacionalismo checo, junto a Bedrich Smetana y Zdenek Fibich, su música tuvo la influencia inspiradora de Schubert, Beethoven, Mozart y Wagner, del folclore checo y de la música popular estadounidense. Fue reconocido en escenarios de Europa, Estados Unidos, Canadá, Rusia y Australia.
Una faceta notable de Dvorák fue como docente en los conservatorios de Praga y de Nueva York; algunos de sus pupilos se convirtieron en célebres compositores como Rubin Goldmark y Harry Rowe Shelley.
“Sus contemporáneos lo consideraron un excéntrico explosivo y raro. Le gustaba vestir una ropa provocativa y tomaba notas de sus ideas en los puños de su camisa”, describe la Oficina Nacional Checa de Turismo en una nota sobre los talentos musicales del país europeo.
Una de las aficiones del músico fueron los avances del transporte moderno en su época, una pasión que afloró cuando de niño fue testigo de la construcción del ferrocarril y del primer tren de vapor que llegó a Nelahozeves.
Dvorák murió el 1 de mayo de 1904 y se determinó un derrame cerebral como causa de la muerte (fuentes checas aclaran que un diagnóstico médico moderno hubiera sido el de embolia pulmonar).
Legado: extenso y versátil
La obra compositiva de Dvorák, de alrededor de cuatrocientos títulos, fue muy productiva en sinfonías y oratorios, principalmente para conjuntos de cámara; también incursionó en la ópera, pero no con la misma trascendencia.
Un desglose de esa febril actividad aparece en el portal, dedicado a la vida del compositor y avalado por la Sociedad Dvorák de Música Checa y Eslovaca. Según esa fuente, entre lo más destacado hay más de cincuenta composiciones orquestales (sinfonías, poemas sinfónicos, conciertos, rapsodias, serenatas y danzas), unas sesenta obras de música de cámara, once óperas, más de veinte corales y un centenar de canciones y duetos.
Han pasado a la posteridad la cantata patriótica Hymnus (1873), que definió su carrera con un estilo único, la Sinfonía 3 en mi bemol mayor (1873) que impresionó a Johannes Brahms, con quien mantuvo una larga amistad, la cantata religiosa Stabat Mater (1876-1877), y una de las piezas más interpretadas de su repertorio, las composiciones de marcado espíritu eslavo escritas entre 1878 y 1880 (Danzas eslavas) que le llevaron al éxito tanto en la escena nacional como internacional, la Sinfonía 7 en re menor, encargada por la Sociedad Filarmónica de Londres con la cual mantuvo un estrecho vínculo, la Sinfonía 9, más conocida como Sinfonía del Nuevo Mundo, que escribió en 1892 y alcanzó renombre universal, y la ópera romántica Rusalka (1900) con la que es reconocido en el teatro lírico checo.
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Un punto y aparte es el Concierto para violonchelo y orquesta Op. 104, considerado una obra fundamental de talla mundial. Esta excepcional pieza, que sorprendió al propio Dvorák al terminarla, fue estrenada bajo su conducción en 1896 en Londres, con el chelista Leo Stern como solista, quien tuvo que “practicar casi siete horas al día para dominar la interpretación”. La Sociedad Filarmónica de Londres ensalzó “la riqueza de la melodía y el admirable y justo equilibrio entre la orquesta y los instrumentos”.
Muy pronto el concierto recorrió las salas más importantes de Europa y Estados Unidos. Una cita digna de mención es la de Brahms: “Si hubiera sabido que era posible escribir un concierto para violonchelo como este, ¡también lo habría intentado!”.
El aporte más significativo del gran compositor fue “sentar las bases de los géneros de cantata y oratorio checos, y ser el primero en familiarizar a Europa con la música checa a una escala muy amplia… La música de Dvorák representa un ancla, un valor inexpugnable y la oportunidad de regresar a las raíces checas”, destaca el material documental del sitio www.antonin-dvorak.cz/.