1
Apenas empiezo a teclear, las ideas cuervas salen en estampida y yo me quedo con la palabra en la boca, como un loco en un manicomio abandonado. Hay alguien aquí, grito con todas las fuerzas de mi silencio y nadie responde. Y las teclas, quietas, como perros sin dueño, me miran con la lengua afuera. No tengo leche, mierda, les digo en la cara, como madre a sus voraces críos. Pero si quieren sangre, aquí me tienen. Y las teclas, como fauces, brincan en pos de los mendrugos lanzados por mis dedos antiguamente escribidores y ahora pasmados, yermos.
2
Tenía, por ejemplo, una idea jugosa proveniente a medias de la vida y a medias de la imaginación. Empezaba con la foto antigua de una pareja de adolescentes que miraban no a la cámara sino a sus respectivos ojos. Una foto mediocre adquirida en Las Pulgas, pero muy bella en la expresión. Las sutiles sonrisas y las miradas denotaban un amor genuino, poderoso y, al mismo tiempo extraño, ya que en lugar de dicha los rostros tenían cierta pátina de fatalidad.

3
Ella se llamaba Nora y él Daniel. Vivían en casas contiguas y entre sus padres había una relación de buenos vecinos, con juego de cartas el fin de semana y compartiendo la mesa en ciertos festejos. Ese ámbito armonioso y cercano fue tierra fértil para que la relación entre los dos chicos germinase y se fuera afianzando con la anuencia tácita de sus padres. Nadie advirtió que aquel amor primerizo, precipitadamente, se iba convirtiendo en una fusión desmedida. Una veneración mutua carente del destello juvenil y que más bien iba forjando una pareja lánguida, circunspecta, en cierto modo secreta, como si, además de pareja, fueran una secta.
En una ocasión que Nora amaneció vomitando, su madre temió sobresaltada que su única hija, de apenas catorce años, estuviera embarazada. Aunque la alivió el resultado negativo del examen, aquel susto le permitió ver en su hija a una mujer encaminándose con los ojos vendados a un abismo. Entonces, desplegó todos sus esfuerzos para deshacer aquel idilio, incluyendo el tambaleo de su matrimonio y el distanciamiento total con los padres de Daniel.
Nada de ello alteró la determinación de la pareja, que se mostró en condiciones de arrasar todo impedimento. Para empezar decidieron renunciar a sus sendos colegios y usar todos los medios pasivos y violentos para juntarse a diario y desaparecer durante horas. Cierta vez, Daniel escuchó a sus padres comentar en secreto que Nora se mudaba con su madre a Toronto, donde vivía el resto de su familia.
Entonces, sí, la pareja enferma de amor se esfumó de la faz de la tierra, mientras que madres y padres persistieron en la búsqueda hasta el fin de sus días.
4
Tal parece que alguien les ha chupado la sangre, comentaba una vieja vecina al verlos pasar como si caminaran en el aire.
Para mí que esta pareja ya no existe, comentaba otra vecina igual de vieja. Nada más ha vuelto a recoger sus pasos previos al suicidio que los unió para siempre. Mírelos, vecina, las vetas del cable en los cuellos.