Alegato por el periodismo

Oficio del periodismo.
Ilustración: Adn Montalvo E.

Todo indica que asistimos a un funeral. El periodismo es el cuerpo inerte al que hay que enterrar, según los nuevos paradigmas de la comunicación. Da la impresión de que este ha sido reemplazado por la corte de los llamados dircom (directores de comunicación) que, desde las instituciones, sean públicas o privadas, mueven los hilos de qué y cómo hacer opinión pública. Marketing y relaciones públicas: la pareja perfecta en la tarea de la comunicación.

Parte de la paradoja de nuestro tiempo: nunca ha habido más formas de comunicarse y nunca ha estado tan desvalijado el oficio. No ha sido suficiente su descalificación constante. Hoy, esa descalificación hasta suena merecida, con el perdón de algunos colegas: periodismo de pauta, chistes facilones, periodismo de escritorio que hurga en Facebook, Twitter y TikTok para hacer noticia, instituciones que crean páginas en redes sociales y que las bautizan con nombres de supuestos medios para viralizar noticias falsas, amarillismo potenciado a sus máximos niveles, boletines de prensa reproducidos exponencialmente, como un virus que contamina las noticias, periodismo que no pregunta, sino que reproduce. Para colmo unas empresas periodísticas quebradas, que malpagan a sus reporteros y una sociedad que los castiga y unos poderes que los amedrentan y amenazan.

Pese a todo eso, quiero hacer un alegato en defensa del oficio, por la urgencia de contar historias en estos tiempos más bien confusos, de volver a las calles para descubrirlas, de nadar a contracorriente. Un alegato para no perder la capacidad de asombro, para preguntar, para no comer cuento ni tragar sin masticar, para dudar de las verdades absolutas. Confirmar rumores, inquietarse, investigar, sorprenderse por la mirada del otro, confrontar puntos de vista, verificar fuentes, tener la curiosidad del gato y el olfato del sabueso.

Creer en el periodismo es creer en la escritura, pero también en la justicia, en la libertad. Y, sí, a pesar de que ahora hay tantos creadores de contenido como personas en las redes sociales, el periodismo, el buen periodismo, debe reinventarse y renacer de sus cenizas.

Para ello debe volver a las fuentes primarias, a caminar por las calles con ojos de asombro, con la piel sensible a los problemas del ciudadano de a pie, y con las antenas para detectar los intereses particulares y de poder. Quien quiera ser periodista debe tener el ánimo para conocer al otro (entrevistar) y con la fuerza para caminar y descubrir (reportear, investigar). Y por supuesto, con la palabra precisa, clara y contundente, para transmitir, conmover, confrontar, describir o denunciar.

El periodismo debe surfear entre las olas de los intereses y de los criterios de un ágora llena de voces que imponen sus propias verdades. Debe salirse de la falsa burbuja de las redes, donde están los amigos de los amigos y hacerse eco de quienes no son tan amigos ni amigos de los amigos: salir de la pantalla y volver a la vida.

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