El Encuentro de arte y comunidad Al zur-ich ha visibilizado problemáticas de la micropolítica del barrio. La mirada artística se posa en la familia, el individuo y el territorio. Sin embargo, esta será su última entrega luego de veinte años de trabajo; lo que nos lleva a la pregunta: ¿por qué cerrar un proceso de gestión cultural en zonas populares?

Una breve retrospectiva
Al zur-ich propone democratizar espacios públicos, mediante la articulación de problemas sociales como violencia de género, trabajo sexual, privación de la libertad, delincuencia, etc., mediante performances, instalaciones, obras escénicas, plásticas y musicales. Luego de dos décadas, este Encuentro se ha constituido en una alternativa que abre espacios a la expresión artística y cultural de la ciudad, lejos de la galería y el arte oficial. Se han presentado cientos de proyectos en zonas periféricas y marginales, desde una perspectiva diferente a la que promueve el patrimonio.
Plazas, mercados, picanterías, paredes, prostíbulos, cárceles, calles y esquinas han sido los escenarios de estas obras, montadas mayoritariamente en barrios del sur de la capital, pero también en los valles, el norte e incluso en carreteras y otras provincias del Ecuador. El catálogo de sus diez primeros años, editado por el colectivo Tranvía Cero, dio cuenta de lo más destacado de su primera década.
Una vez que la idea se presenta al barrio, ya no le pertenece únicamente al artista, sino a la comunidad que se articula en su ejecución, mantenimiento y seguimiento, no como tarea impuesta, sino desde lo espontáneo y como forma de abrir caminos para la gestión de actores sociales locales. Al respecto, el director del Encuentro, Pablo Almeida, dice: “La intención siempre ha sido pasar del tema artístico al conceptual para que los vecinos, mediante sus casas barriales, líderes y lideresas comunitarias, se junten a crear proyectos, generar sus propias economías y buscar fondos, ya sin la necesidad de que exista Al zur-ich”, y nos recuerda algunos de los momentos destacados.

Calzones parlantes fue un proyecto de la artista Andrea Z. Rojas con el que propuso un diálogo acerca de violencia hacia las mujeres, en el barrio La Venecia. Almeida recuerda que Andrea no encontraba el espacio detonante de estos relatos, hasta que alguien le recomendó ir a la lavandería, lugar de encuentro donde todo cobró sentido. Involucrar a la comunidad en el proceso artístico es la metodología de Al zur-ich.
No se promueve la visita de una artista fugaz, que llega, pinta y se va, sino la gestión comunitaria de un espacio, de una idea, desde el relato, el testimonio y la indagación de circunstancias que aquejan a moradores del sector en su cotidianidad. Involucrar a la comunidad no solo es un método o el soplo de vida de la obra, sino es su base, sostén e ideología.
El artista quiteño Omar Puebla, en la primera entrega del Encuentro, ejecutó Espejo urbano en La Magdalena. Propuso recoger la basura del parque del sector, para modelar una escala de este, que sirvió de estímulo en la reflexión acerca del aseo y prácticas culturales frente a los desechos. Los vecinos se vincularon mediante la recolección y elaboración de la maqueta. El giro de encontrar una dimensión estética en la basura dejó pensando al transeúnte que, en el diario vivir, extiende el brazo y suelta el plato, la cuchara, la funda de plástico o la botella, muchas veces, a cuatro pasos del basurero.
Esta triada de artista-comunidad-espacio público, que propone Al zur-ich, va más allá del diálogo entre actores, hacia el ámbito de la construcción y replanteamiento de lo histórico y lo artístico. Por ejemplo, en la parroquia La Argelia, el artista visual e investigador Juan Fernando Ortega gestó su proyecto Anónimos, con el que intervino en el nombre de las calles del sector Lucha de los Pobres, para renombrarlas en relación con sus características, la historia del barrio y su conformación.
De aquí surgieron nombres como calle del Arrayán, 21 de Agosto o calle Padre José Carollo, lo que aportó una sensación de empoderamiento y pertenencia de los y las vecinas del barrio, que se sintieron identificados con los nombres no oficiales, frente a la desconocida, fría y distante nomenclatura asignada por el municipio.
Algunos documentales independientes y artículos de prensa local cubrieron la repercusión que tuvo Al zur-ich en la sociedad. Cuando se colocó un caballo de papel maché en el sector conocido como El Caballito, en Chillogallo, luego de que dicho monumento, en memoria de Antonio José de Sucre, fuera retirado para construir un paso a desnivel. Hubo también alcances que fueron más allá de lo simbólico, hacia lo político, en el caso de Galerías quebradas, el colectivo Zona 13 gestó el reencuentro de los sectores Santo Tomás y San José, dentro del barrio Guamaní, mediante la reparación de dos puentes en mal estado.
El método es el diálogo

Cada año se lanza una convocatoria para presentar proyectos inéditos. La organización del Encuentro dispone los barrios a intervenir y enfatiza en que las obras deben promover procesos de creación y reflexión, en colaboración con la comunidad y teniendo en cuenta los contextos sociopolíticos, culturales y organizativos de cada lugar. Es decir, cada artista debe compenetrarse y conocer la realidad del lugar donde quiere trabajar.
Al respecto, Samuel Tituaña, miembro de la coordinación del Encuentro, piensa que el o la artista debe caminar el barrio, para generar un vínculo directo que permita llevar a cabo la obra, y también a la inversa, la comunidad tiene que conocer a quien propone, y conocer también su idea, para construirla en colectivo. Así lo describe Tituaña en su artículo “Arte, comunidad y espacio público”: “La idea es generar un diálogo recíproco, horizontal y abierto con la intención de evitar malentendidos que fracturen los vínculos iniciales de artista-comunidad”. El artista y la comunidad construyen la obra, no solo en su montaje final, sino desde lo conceptual y a lo largo de todo el proceso.
Todo empieza, de nuevo, con una conversación. La organización de Al zur-ich se sienta con la directiva del barrio a plantear ideas y posibilidades. El diálogo es la base sobre la que se levanta el éxito de la obra. Pablo Almeida lo ve así: “La organización Al zur-ich se encarga de hacer el primer vínculo, además siempre se prioriza que participen artistas del propio sector, o si no, que el artista externo trabaje con un gestor cultural comunitario, y hagan un equipo.
Sin embargo, la primera reunión en el barrio es tal vez la más importante, ya que se invita al artista proponente, los líderes y lideresas, presidente del barrio y gente interesada”. La presencia de la comunidad en la construcción de la idea es fundamental, no solo para la viabilidad del proyecto, sino para su adecuada construcción conceptual, lo que resulta en arte gestado a varias manos.
¿Por qué acabar?
La forma convencional de hacer y consumir arte se ve interpelada con la metodología de Al zur-ich. Aun así el consumo cultural continúa determinado por una élite. En estética como en ética, temática y problemática, la cultura oficial no toma en cuenta realidades al margen, que coexisten con lo patrimonial y merecen representatividad.
La propuesta del Encuentro tiene relevancia y vigencia, a pesar de ello, Almeida afirma que debe ser evaluada, pues piensa que el pasar de los años se ha vaciado el sentido de lo comunitario. “Se debe pensar en un cambio de timón y la evaluación de la metodología pensada por Al zur-ich. El concepto de comunidad ha cambiado a través de los años, lastimosamente ha sido vaciado de significado, desde el Estado y las instituciones culturales”. Esto abre el cuestionamiento de qué va a pasar con el trabajo de estos veinte años.
Pero la motivación del Encuentro de arte y comunidad Al zur-ich, para terminar este proceso, no parte de la apatía, despecho o desinterés, sino al contrario, arranca del entusiasmo ante el crecimiento y evolución de su proyecto. A decir de Almeida: “Esto no queda ahí. Como organización hemos pensado darle un giro conceptual, de producción y gestión para Al zur-ich, ya que se lanza la Bienal de Arte Comunitario, con carácter internacional y otros recursos, pero con las mismas intenciones de diálogo, interacción y visibilización de problemáticas dentro del barrio”. Así que el panorama se amplía y la propuesta crece a nivel internacional. Será importante ver la dirección que esta bienal tome en años venideros.