Al que madruga la niña del gas lo saluda

Diners 466 – Marzo 2021.

Por Catherine Yánez Lagos
Fotografías: Andrés Yánez Cajas

Trinidad Espinoza Berríos se comporta como cualquier niña de trece años. Agita las piernas e interrumpe a su padre para dar más detalles.

—Llegué al punto de traumar a alguien —anticipa Trinidad sobre un hombre que necesitó ayuda psicológica tras quedar abrumado por el jingle que grabó hace cuatro años.

Tiene el cabello, largo y abultado. Ya tuvo sus clases online del día y le restan unas adicionales de piano y canto. Cursa el noveno año de colegio. Es la última de tres hermanas y la única que nació en Chile por azares de la movilidad familiar.

Todo suena a una niña más de su edad, pero no lo es. Ella es la voz detrás de la amada-odiada canción del gas que recorre Quito. Que silba en los oídos de los madrugadores ni bien se pone el sol y baja la neblina.

El estribillo no dura más de cuarenta segundos, pero alcanza para aprendérsela de inmediato. “Si en tu cilindro ya no queda más… tranquilo, ya llegó el gas…”. No hace falta terminar la frase. Quien viva en la capital ecuatoriana la habrá completado mentalmente, habrá meneado un poco la cabeza y le habrá puesto el ritmo que la caracteriza.

Sin llegar a la mayoría de edad, Trinidad lidia con ser la rockstar de la familia, del colegio y de cualquier barrio de Quito que se precie de contar con servicio de gas a domicilio. Aunque en la vida real no todos la identifican, su círculo cercano sí lo hace y eso le ha costado un par de vergüenzas que recuerda con cariño:

—Estaba un día en el recreo y me llamaron unos chicos. Me preguntaron: “¿Tú eres la niña que canta la canción del gas?”

Y yo: —¡Nooo, cómo crees! ¿Cómo voy a ser yo?

Pero la verdad es que sí es ella. Su voz quedó inmortalizada en 2016. Con ocho años de edad entró a un estudio de grabación en compañía de sus padres, Fabricio Espinoza y Evelyn Berríos. Ambos son músicos y ese innato talento en casa la ayudó a desenvolverse como una profesional.

Lo que Trinidad ni sus padres previeron es que esta melodía “pensada como una canción infantil pegajosa” —como la describe Fabricio— se volvería tarareo indispensable durante los meses de más duro encierro en la pandemia. En Quito nadie se salvó.

Si bien Trinidad es la voz que sirve de despertador a cada quiteño, la Asociación de Distribuidores Luz de América fue la encargada de musicalizar la ciudad. A este grupo pertenecen 250 socios, que suman seiscientos vehículos repartidores. Es decir, seiscientos replicadores de la melodía.

La idea de ponerle un ritmo a los distribuidores surgió por una necesidad particular: los pitidos camioneros quedaron prohibidos. Se los acusaba de contaminación acústica. De ensordecer al lugar más poblado del país con 2 781 641 habitantes, la proyección para este 2020.

La solución era crear un tema propio porque los tradicionales fueron vetados por el municipio. “Propusimos el ‘Chullita quiteño’, ‘Vasija de barro’ y ‘Love is Blue’”, recuerda Gustavo Moncayo, presidente del gremio Luz de América. Para diciembre de 2016 ya tenían la versión de “el gaaaaaaas”.

En esa búsqueda de una canción que se ajuste a sus necesidades salió favorecido Fabricio Espinoza. Ser músico y tener un programa radial —que migró a un espacio en línea con la pandemia— le aseguró tener entre sus conocidos a una persona relacionada con los distribuidores. Lo recomendaron y obtuvo el trabajo.

Su padre Fabricio Espinoza, Trinidad y su madre Evekyn Berríos.

Llegar hasta el sonido que hasta hoy perdura le tomó una semana. El quehacer de Fabricio por entonces se resumía en grabar con el celular sus ideas. Desde siempre supo que estaba creando un Frankenstein que revolucionaría la cotidianidad quiteña:

—Yo sí les decía a mi mujer y mis hijas… esta canción va a odiar la gente. La estoy haciendo para que se les meta en su cabeza y no les salga nunca.

Esa premonición se cumplió. Ha habido más de una propuesta para cambiar de canción o eliminarla. También se han hecho covers, parodias y más.

“Se repite tanto que me causa dolores de cabeza”, opina Luis Benavides de sesenta años y con la mitad de ellos dedicados al negocio del gas. Lleva overol de bioseguridad, una mascarilla plástica con respiradores laterales y lentes sin empañar. Para él esta música a veces no le permite escuchar a sus clientes, es molestosa y merece un cambio.

“Amo la canción cuando necesito comprar. Pero la odié cuando paraban para entregar el gas. La mantenían a todo volumen”, comenta Mabel Cobo, clienta de este servicio que convivió con este sonidito en los meses en que no había qué más hacer que quedarse en casa.

“No siento ni amor ni decepción”, dice Efraín Tipanluisa, otro distribuidor con setenta años de edad, que descansa de la melodía cuando hace sus paradas habituales en su camión bautizado como Señora Corina, nombre de su esposa. Mientras espera a su ayudante, con la camisa a medio abotonar, de fondo salen canciones en tono chichero:

“Esta amarga tristeza que invade mi alma, pierdo la calma… sufriendo tanto por tu querer”.

Los comentarios en contra o detractores, que con el tiempo se han ganado, no les quita el sueño a la familia Espinoza Berríos. Ellos sienten haber preparado bien a su hija para que tome con tranquilidad cualquier avalancha que venga.

—Lo que sí nos llamó la atención es que lo ponen en discotecas, en bares, en karaokes —agrega Fabricio. Pero esto en lugar de molestarles les deja sonrisas cómplices con su hija.

Ese ejercicio inusual de escucharse a diario ya es una costumbre para Trinidad. Es más, durante el encierro junto a su familia, se dedicaron a crear música e hicieron un ajuste a la canción del gas para hablar del nuevo coronavirus. Trinidad no duda en cantarla:

—Para que el corona no circule más, en casa me voy a quedar. En caaaaasaaaa.

Fue con esta versión con la inauguró su cuenta en TikTok. Su hermana que es publicista la estrenó en las redes como @laninadelgas. Aunque su popularidad no se refleja ahí con solo seis seguidores.

Antes de irse corriendo a las clases de piano, Trinidad tiene una confesión más que hacer:

—Mi problema es que soy bastante tímida. Que no me pongan a cantar enfrente de muchas personas porque, si no, se me va para adentro la voz.

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