
Por: Tamara Izco
De todas las ciudades italianas, Ferrara posiblemente no es la más conocida, pero los tesoros que alberga son, sin duda, tan valiosos como los de otros rincones de Italia. Y eso que no es fácil hacerse hueco en uno de los países con mayor densidad de obras de arte y monumentos del mundo.
Situada en la región de Emilia Romaña, Ferrara es considerada la primera ciudad moderna de Europa, ya que, a finales del siglo XV, Hércules I encargó al urbanista Biagio Rossetti la llamada Addizione Erculea, un proyecto mediante el cual se duplicó la extensión de la ciudad medieval. Entre los edificios más famosos de esta ampliación se encuentra el Palazzo dei Diamanti (su nombre se debe al hecho de que su fachada está decorada con un almohadillado en forma de puntas de diamante), que es también uno de los principales ejemplares arquitectónicos del Renacimiento italiano. El castillo Estense de Ferrara, antigua casa de una de las familias reales más importantes del continente, es otra imponente obra que hoy en día sirve como escenario de eventos y festivales de música. Sus iglesias se suman a una larga lista de magníficos espacios encastrados en la historia y sus calles empedradas transportan a los viajeros a otros tiempos. Pero muchos llegan a esta ciudad buscando en la antigua vía degli Adelardi un rincón muy particular: en Ferrara se encuentra la enoteca más antigua del mundo.
Entre vinos e historia
Detrás de la catedral de Ferrara existía ya en 1435 la Taberna del Chiucchiolino y uno de sus clientes habituales era el aclamado escritor italiano Ariosto, que terminó mencionando al local en más de uno de sus poemas. Cuentan también que por este bar pasó Nicolás Copérnico, el famoso precursor de la astronomía moderna, mientras finalizaba su doctorado en la Universidad de Ferrara. De hecho, fue un visitante relativamente asiduo de la taberna, ya que alquilaba una habitación justamente encima de ella. Para celebrar los quinientos años del nacimiento de Copérnico, en 1973 el cardenal polaco Stefan Wyszynski visitó el Chiucchiolino (que para entonces ya había cambiado de nombre), acompañado por Karol Wojtyla —que cinco años más tarde se convertiría en el papa Juan Pablo II—. En su puesto como la cabeza de la Iglesia católica, visitó más veces la ciudad de Ferrara pero ya no la taberna en la que el astrónomo prusiano Copérnico pasó algunas noches. Otras figuras célebres que bebieron una copa de vino en el Chiucchiolino fueron Torquato Tasso (poeta de la Contrarreforma), Benvenuto Cellini (escritor, orfebre y escultor) y el pintor Tiziano.

Renombrada Al Bríndisi años más tarde, esta enoteca está incluida en el Guinness Book of Records como la más antigua del mundo. En categorías parecidas se encuentran el restaurante Botín de Madrid, considerado el primero de su tipo, mientras que en la ciudad irlandesa de Athlone está el que sería el primer pub, Sean’s Bar, que en teoría fue fundado alrededor del año 900.
Con sus paredes repletas de botellas de vino, algunas sin etiqueta y otras cubiertas de polvo, Al Bríndisi no parece haber perdido ni una onza de su encanto en sus 586 años de historia. El local ha sido gestionado desde finales de 1960 por la familia Pellegrini, grandes conocedores de vino y whisky. Actualmente en manos de Federico, que asumió la dirección de la taberna tras la muerte de su padre Moreno (que en vida escribió un libro sobre la taberna), Al Bríndisi sigue siendo un referente en la ciudad de Ferrara y es frecuentado tanto por turistas como por locales acostumbrados a disfrutar de una copa de vino no filtrado junto a un embutido de la zona, mientras escuchan las historias del dueño y el tercero de su generación en encargarse de la enoteca. Federico, además de un amante del vino, es un apasionado del jazz y coleccionista de botellas de whisky.

Nos cuenta durante nuestra visita que su local fue famoso en tiempos antiguos por ser el único con licencia para servir vino puro y sin agua, como era costumbre para rebajar los grados de la bebida alcohólica y evitar que los ciudadanos se emborracharan. Esto no hizo que la taberna se convirtiera en un antro, y al contrario, se transformó en un referente para figuras artísticas, intelectuales y nobles de la época.
Al Bríndisi de hoy
Con la cocina abierta todo el día, y una carta con pocos pero muy tradicionales platos preparados con recetas del Renacimiento, esta singular enoteca ofrece una variedad única de vinos regionales. Para la sorpresa de muchos que la visitan por primera vez, un blanco es más bien de color dorado porque, utilizando métodos antiguos, se trata de vino no filtrado y con un sabor más cercano al de un jerez que al de un vino joven. Federico tiene cientos de botellas esparcidas por todo el local y en la bodega hay aun otras que, a veces sin etiqueta, pueden haber estado ahí desde el principio de su historia. Pero aquellas no se abren porque forman parte del pasado del lugar y su contenido es más preciado por su antigüedad que por su calidad. Ya sea dentro o fuera, sobre la vieja calle empedrada de Adelardi, cualquier rincón de Al Bríndisi es perfecto para sentarse y tomar un trago de historia.
El último año y medio tuvo también su repercusiones sobre este local, y con regulaciones continuas que han mantenido al sector de la restauración en jaque por la pandemia, Al Bríndisi estuvo a punto de cerrar sus puertas. Pero la resiliencia está inscrita en sus cimientos y cuando finalmente pudo reabrir sus puertas este verano, los clientes habituales no tardaron en regresar y permitir que siguiera en funcionamiento. Federico Pellegrini, detrás de la barra mientras elige una botella para una mesa de turistas alemanes, me comenta que los visitantes extranjeros por suerte han regresado también y que, al atravesar Ferrara, suelen pasar por la taberna al menos una vez para luego volver a sus países y contar que estuvieron en la primera de todas las enotecas. Aunque no está claro lo que depara el futuro, y si algo se ha aprendido en estos últimos tiempos es que no se puede dar por sentada la rutina, lo cierto es que la historia nos da los anclajes necesarios para sentirnos seguros en la incertidumbre. Y quizás ese sea el mayor valor de un lugar como este: en medio de sus columnas de madera, botellas sin etiquetar y barriles polvorientos, hay lugar para la nostalgia y las certezas, aquellas desde donde nacen las posibilidades.
