Aguirre filma su historia y retrata al desarraigo

DarioAguirre_AndresGalarza_SantiagoOviedo©Filmtank

El realizador ecuatoriano que vive y trabaja en Alemania refleja al migrante y su odisea permanente. //// Su película, El  Grill del César, la segunda de una trilogía, mostró el regreso a sus raíces para salvar el negocio de su padre y recomponer su relación familiar. Ahora filma cómo se convierte en ciudadano alemán.

Por: Galo Vallejos Espinosa

Fotos: Cortesía

Un tránsito imprevisto, durante una tarde gris en Quito, fue la excusa para que llegara tarde al encuentro con el cineasta. Porque Darío Aguirre, antes que realizador de documentales, cantante, teatrero y pintor (actividades que ha realizado y que aún mantiene desde hace dos décadas) se considera de esta manera: un cineasta.

El punto de encuentro fue la concurrida Plaza Foch. Él llegó muy puntual, minutos antes de la hora pactada, cuando la tarde de Quito empezaba a llenarse de nubarrones negrísimos. Apenas llegó al sitio me llamó al celular. Yo, sorteando a otros indisciplinados conductores, le dije el previsible “en cinco (minutos) llego”, que se convirtieron en diez, o un poco más en realidad. Desde la ventana de mi vehículo, vi a Darío impaciente, caminando de un lado al otro por la plaza, con el teléfono en la mano y usando la infaltable cachucha que le suele proteger su cabeza, víctima de una alopecia temprana. De un grito lo saqué de su introversión y le hice señas para que me esperara mientras yo aparcaba.

Con la espera, a Aguirre le dio hambre y me pidió que, antes de conversar, comiéramos algo. En la carta del lugar donde nos encontrábamos, en el centro del movimiento quiteño, casi todos los platos tenían algún tipo de carne, algo que él dejó de comer hace años. Papas fritas con ensalada del día fue su elección.

Era el penúltimo día de su gira en el Ecuador por el lanzamiento del Grill del César, su última película, en la cual cuenta su retorno al país para ayudar a su padre a sacar adelante su restaurante de carnes y pinchos —no repara mucho en la paradoja de que él sea vegano—, pero sobre todo retrata su condición de migrante que vuelve a sus orígenes. Fue precisamente con su padre con quien Aguirre disfrutó del estreno del largometraje en Ambato, ciudad a la que su progenitor, César, llevó a la familia cuando Darío era un niño pequeño, desde Guayaquil, donde el artista nació hace más de 36 años.

De entrada le pregunté por el ahora célebre local de comida que tiene su papá en Ambato y al cual el cineasta logró sacar a flote en el filme y en la vida real. Me contestó que estaba en un momento cumbre, ya que buena parte del público optó, luego de ver la película, en pasar por el restaurante para servirse algo de comer, saludar a don César, tomarse una foto y hasta vacilarle por la nueva conquista, su actual pareja, una historia de amor que empezó en el largometraje.

Aguirre vino en abril al país para auspiciar el estreno de su película, sin embargo, apenas fue un paréntesis en su vida diaria. Su esposa Stephanie Tonn, la causante de que dejara el país en el año 2000, espera al primogénito de ambos para julio; además, Darío se encuentra en pleno rodaje de la última película de su trilogía, que empezó hace cuatro años con Cinco maneras de llegar a Darío y que continuó con el Grill. En el momento que lo entrevisté, Aguirre volvía a Alemania para meterse de lleno en documentar el proceso de convertirse en ciudadano alemán, su siguiente producción.

ElGrillDeCesar_Padre-de-Dario

Cambio de piel

Las papas fritas que pidió el realizador apenas duraron. Le pedí que definiera su vida en Alemania, a lo que me respondió con una palabra: camaleón.

Cuando Aguirre está en el Ecuador le cuesta unos días acostumbrarse al ruido. Sí, al ruido, porque los decibeles del entorno de quienes vivimos en este país cruzado por los Andes suelen ser más altos que los que se producen en tierras germanas, a criterio de Darío. Desde las conversaciones cotidianas, hasta las radios, los minicomponentes y ahora los parlantes encendidos en hogares u oficinas. Sobre todo la cantidad de palabras utilizadas por nosotros que, por lo general, son abundantes, en comparación con quienes serán los compatriotas de Darío, quienes suelen calcular cada letra. En Alemania el silencio es importante, de hecho es parte esencial de la cotidianidad y del carácter de su gente. De ahí que cuando vuelve a Europa, sucede el efecto contrario con Aguirre, quien se contagia de la forma de ser del ecuatoriano y relata a sus amigos alemanes los detalles de lo que vivió en su país de nacimiento. Entonces los teutones le suelen hacer el gesto que Darío entiende como “demasiada información” y opta por guardarse las cosas para sí mismo.

Aprendió a convivir con las reglas no escritas de esa sociedad como, por ejemplo, establecer la distancia exacta para hablar con las personas, que en Alemania, según Aguirre, es más extensa que en los países latinos. También se acostumbró a no mover las manos mientras conversa, algo que los latinos lo hacemos todo el tiempo. En general, son detalles que, una vez comprendidos, le han permitido relacionarse mejor con quienes en pocas semanas serán sus paisanos, en un entorno en el cual no llamar la atención se vuelve una suerte de norma.

Su vida en Europa Occidental se ha facilitado, además, por su dedicación para aprender el alemán, luego de dos años de asistir a clases en dos jornadas diarias. Según él, su acento es bastante aceptable. Por ello no le gustó la idea de que un nativo de ese país doblara la película del Grill. Esa tarde que lo entrevisté en la Foch lo reconoció: son cosas de alemanes.

El frío

Aguirre llegó a Hamburgo la noche del 25 de diciembre de 2000. Recuerda claramente la fecha por su coincidencia con la Navidad y, de manera especial, porque la pista del aeropuerto local estaba cubierta de nieve. Un frío glacial lo recibió antes de que pudiera volver a ver a quien motivó el viaje: Stephanie, quien lo esperaba a la salida del avión. A ella la conoció mientras hacía teatro en Ambato, meses antes, cuando ella se interesó, además, en las pinturas que hacía Darío. Empezaron a salir, se gustaron y decidieron continuar su relación en Europa, previa invitación de ella por escrito. Para Darío, además, era la oportunidad de dedicarse y vivir de su pasión, algo que a duras penas podía hacer en Ambato; la otra alternativa era trabajar con su padre César en el restaurante.

Las clases de alemán, la vida en pareja, el contacto con los habitantes de Hamburgo, con un entorno distinto y distante empezaron a moldearlo. Ya no había marcha atrás, porque Darío había encontrado su camino, su vocación, a miles de kilómetros de su casa.

En Hamburgo volvió a hacer el último año del colegio para poder ingresar a la Universidad de Bellas Artes, donde posteriormente obtuvo su título de cineasta y luego estudios de posgrado. Para Aguirre su éxito es resultado de un proceso más bien lógico, que empezó años atrás con otras artes en Ambato, básicamente con el teatro y la pintura. Música siempre hizo, influenciado por las aptitudes de su padre para el canto y la composición —algo que se evidencia en el Grill—, aunque nunca se profesionalizó. Además, gracias al arte, conoció a su esposa.

La pareja se separó durante un par de años antes de comprometerse definitivamente en un matrimonio formal. El tiempo que Darío pasó solo también fue valioso, una vez que dejó la universidad y empezó a ganarse la vida haciendo videos y pequeños cortometrajes bajo pedido, especialmente de parte de instituciones y empresas vinculadas con la cultura, algo que en Alemania es perfectamente viable y rentable. Su primer cortometraje, Mi último día con nombre ficticio (en realidad se trata de un documento previo antes de obtener la residencia, que los alemanes llaman nombre falso) dio la vuelta por festivales, salas de cine y universidades germanas, y le permitieron darse a conocer.

Desde entonces montó una especie de miniempresa que le permite ganarse la vida, con cuyas ganancias paga las cuentas y ahorra. Las películas que ha hecho hasta el momento no le han permitido obtener una cantidad importante de dinero, aunque tampoco le han generado pérdidas. La productora alemana Büchner Film Produktion asume el financiamiento de los trabajos de Darío y también se lleva su parte en las ganancias, en el caso de que existieran. Por el momento, ha viajado a medio centenar de países del mundo exhibiendo sus películas, costeado por su productora o por quienes lo invitan; su visita al Ecuador en abril estuvo a cargo del Consejo Nacional de Cine.

Un tipo no convencional

Desde adolescente, Darío Aguirre no se dejó seducir por el orden establecido. Empezó a pintar y a ser parte de un grupo teatral en Ambato. La idea de ser artista, que él siempre tuvo, no era vista con seriedad por su entorno familiar.

A diferencia de su padre, no gusta del fútbol. No tiene equipo preferido en Alemania o en el Ecuador. Sin embargo, ha estado pendiente de la Selección del Ecuador en los mundiales. En el torneo de 2006, aunque no fue al estadio para ver el equipo ecuatoriano, estuvo en el llamado Fifa Fest de Hamburgo, donde miró el partido en pantallas gigantes, en el que el Ecuador derrotó a Polonia. “Había muchísimos polacos y la fiesta la estaban metiendo ellos. Luego, como perdieron, y eran una inmensa mayoría, quedamos muy pocos y prácticamente la fiesta se fue apagando”, recuerda.

No tiene casa propia ni automóvil y no está acuerdo con los paradigmas materiales de progreso del capitalismo, según sus propias palabras. Se desplaza en bicicleta por las calles de Hamburgo. Apenas aprendió a conducir en 2011, durante el rodaje de Cinco maneras de llegar a Darío, cuando viajó por América Latina para encontrar a homónimos suyos y contar sus historias. En Argentina, otro Darío Aguirre, de oficio taxista, le enseñó los fundamentos de guiar un vehículo, en una secuencia que pasó a la gran pantalla. Ni él ni su esposa planean tener bienes a mediano o largo plazo; no pretenden endeudarse por años y prefieren destinar sus ahorros para otros gastos, sobre todo relacionados con sus carreras, con sus gustos, con sus proyectos, con sus viajes. La idea de progreso de la pareja no está anclada al imaginario de acumular bienes. Además, no quiere anclarse en Hamburgo.

Como se señala en el Grill, su padre también fue artista, teatrero y músico, pero una vez que se casó consiguió un trabajo en un banco, que posteriormente ordenó su traslado a Ambato y cambió el destino de toda la familia. En la película, padre e hijo cantan juntos en el relanzamiento del restaurante, una vez que Darío logró convencer a César de todos los cambios que necesitaba el negocio.

Aguirre es un tipo crítico, pero se blinda para evitar problemas, tanto a nivel social como profesional. Por eso es más bien diplomático. En el filme, una frase suya lapidaria da inicio a la historia: “En el Ecuador no se vive, se sobrevive…”, una suerte de justificación a su decisión de radicarse en Europa.

Su gran tema

Aquella tarde que entrevisté a Darío en la Foch él admitió que el gran tema de su filmografía es documentar su propia vida para dar a conocer un fenómeno que ha marcado la historia humana desde sus orígenes: la migración. Desde su primer documental retrató su experiencia de vida en Alemania, la cual le permitió reinventarse. “No sé qué hubiera sucedido si no viajaba. Es una pregunta que muchos me hacen y que yo me planteé en (la película) Cinco maneras de llegar a Darío. No sé si me hubiera dedicado al cine si me quedaba en el Ecuador, pero evidentemente era muy poco probable. Hace quince años apenas había una universidad que tenía esa carrera, que era privada. Mi familia y yo no teníamos el dinero suficiente para pagar las mensualidades, que eran costosas”.

Aguirre admitió que el hecho de retratar su vida tiene sus riesgos, como el doloroso momento de la muerte de su madre que se mostró en el Grill. Detuvo la filmación y guardó el luto de rigor durante casi un mes y hasta estaba dispuesto a mandar al diablo todo en medio de su tristeza. Sin embargo, un día, y mientras su padre cortaba la carne para vender en el restaurante, tal como lo hace en la película, le preguntó: ¿cuándo vendrán los muchachos (camarógrafo y sonidista) a seguir filmando? Esa era la motivación que necesitaba. Al día siguiente, la filmación se reanudó.

Se le ocurrió hacer la película sobre la marcha, días después de que sus padres lo contactaron para contarle con pesar que los llamados chulqueros estaban acosando a su padre para que pagara deudas contraídas con esos prestamistas inescrupulosos. Darío decidió grabar la conversación con ellos y ese fue el principio. Luego, día a día, mientras se enteraba de las penosas novedades de sus viejos, fue concretando la idea de hacer la película, de tomar buena parte de sus ahorros para ayudar a su viejo y de regresar al Ecuador.

Luego de contactar con su productora alemana, y de asegurar la presencia a un grupo de camarógrafos y sonidistas ecuatorianos y españoles, todos conocidos por años por el cineasta, la filmación empezó, con la cámara de Felipe Oviedo y el trabajo en audio de Andrés Galarza y de Felipe Álvarez, más la incondicionalidad de su papá César y su madre María.

El Grill fue premiado como el mejor documental en el festival de Toulouse, junto con el también filme nacional La muerte de Jaime Roldós. Obtuvo los premios del público en los festivales EDOC de Quito y La Orquídea de Cuenca, además de un premio especial del jurado en el Max Ophüls Preis, en Alemania, y en la Semana del Cine Ecuatoriano realizada en París. El filme que retrata a los pinchos de su padre, además, estuvo en citas del cine como la Berlinale alemana, y en países como Bielorrusia, Eslovaquia, Rusia, Croacia, Estados Unidos, Inglaterra, Corea del Sur, Italia, Austria, España, Colombia, Suiza y Canadá.

En Quito y otras ciudades del país, con excepción de Ambato, el filme no registró salas llenas, aunque sí espectadores satisfechos, según lo comprobó el propio Aguirre.

Su venida a Quito para el estreno comercial de la película fue parte de su vida de artista trashumante, que él la ha asumido sin temor. Aquella tarde que lo entrevisté en la Foch se mostraba presuroso, ansioso y hasta estresado, porque en unas horas, a la madrugada siguiente, debía retornar a Hamburgo. Una vez que terminamos de conversar, se despidió y me estiró la mano sonriente, antes de que saliera corriendo mientras el cielo quiteño se desplomaba.

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Entonces empecé a recordar la música de su película, del Grill, que es interpretada y compuesta por el propio cineasta. Me dije: hubiese sido un final de impacto para la entrevista una melodía, una escena de la lluvia quiteña acompañada de la voz clara de Aguirre, más su melodía sencilla y sentimental. Porque así va Darío por el mundo, contando, cantando y soñando su propia historia.

 

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