Adoptar es echar abajo mitos como “no es tuyo” o “no lleva tu sangre”. Es cruzar los dedos y rogar que el sistema no se entrampe. Es educar a tu familia para que tu hijo sea su nieto, su sobrino o su hermano. Así, de lleno, sin peros. Es dejarte elegir, mientras compras un pijama de la Capitana Marvel o un balón de fútbol.

Cuando te embarazas, el pelo, los ojos, el lunar de la pierna, la comisura de los labios de tu hijo o hija son el resultado de la ruleta de la genética. Cuando adoptas es igual, lo debes dejar al azar. No es como ir a un supermercado de bebés. Pares con el corazón un amor que no da de lactar, pero que protege a tu hijo y te permite llevarlo de la mano por la vida. Así comprende Daniela Chacón su maternidad.
Después de largos procesos fallidos de fertilidad asistida y bordeando los cuarenta años optó por ser madre adoptiva. Y es que, para ella, ese camino nunca fue un premio de consuelo. Era una alternativa tan real como un vientre abultándose durante nueve meses.
“Cuando mi esposo, Santiago, y yo pensamos en ampliar la familia, hablamos de los límites que nos queríamos poner en esa búsqueda. La adopción siempre fue una posibilidad. No era un tema extraño y no le teníamos miedo”.
Con esa idea, en 2021 iniciaron el proceso en la página web del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES). Llenaron la ficha y tuvieron la entrevista con la psicóloga. Pero la profesional detectó que aún no habían superado el luto de sus pérdidas anteriores. Entonces Daniela y su esposo empezaron una terapia para cerrar sus duelos.
En los planes de esta pareja no estaba desistir, así es que buscaron una terapeuta experta en adopciones y empezaron a trabajar sus lutos anteriores. Una vez dados de alta, dieron el siguiente paso: la escuela para padres. Fue aquí donde las cosas se entramparon. Las clases eran de tres a cinco de la tarde, de lunes a viernes, durante un mes. ¿Y el trabajo? ¿No hay otros horarios? Ambas preguntas se las hicieron al MIES, que respondió con argumentos como “cargue a vacaciones”, “no podemos hacerlo los sábados porque el sector público no labora esos días”.
El que persevera
Mientras intentaban permear la burocracia, perdieron dos escuelas para padres pero no el ímpetu. Daniela escribió una carta y la subió a Twitter con la secreta ilusión de que llegara a quien pudiera ayudarla. El ministro del MIES, Esteban Bernal, leyó la experiencia de Daniela y se reunió con ella, su esposo, sus asesores y algunos representantes de otras instituciones estatales.
Días más tarde Bernal dio una entrevista en una radio quiteña. El funcionario decía que llevaba adelante Abrazo de Adopción, un programa que, entre otras cosas, fijaría un lapso no mayor a nueve meses como promedio para los trámites administrativos. Sí, los mismos nueve meses que toma llevar a un bebé en el vientre.
Aunque el proceso de adopción también involucra a la Policía y a la Función Judicial, el MIES agilizaría su parte y eso ya fue un logro: movió funcionarios de otras áreas a la Unidad Técnica de Adopciones (UTA), flexibilizó los horarios de las escuelas para padres y esclareció los pasos del proceso.
Con el camino allanado para convertirse en mamá, Daniela terminó la escuela para padres y envío al MIES la carpeta con su expediente y una serie de documentos, entre ellos, datos financieros. Mientras esperaba ser considerada idónea, escuchaba pódcast y leía libros que compartía en su chat familiar. Poco a poco, sus padres, sus hermanos y sus sobrinos se embarcaban con ella en esta nueva etapa. Al fin su hijo o hija iba a llegar, y ella decoraba su cuarto y también la que sería su nueva vida.

Los últimos días de agosto de 2022 la idoneidad tocó su puerta. Esto no fue otra cosa que el sistema diciéndole que pronto, uno de los 268 niños en condiciones de ser adoptado en el país dejaría la casa de acogida para que ella y su esposo le contaran cuentos y le dieran las buenas noches.
Pero antes debían llenar un perfil: edad que quisieran para su hijo y si estaban dispuestos a adoptar un menor con discapacidad o a un grupo de hermanos. Daniela y Santiago querían un niño de alrededor de siete años. Optar por un bebé requiere aún más paciencia y suerte, mucha suerte.
“Cuando un niño llega a la casa hogar se investiga por qué fue a parar ahí y se intenta reinsertarlo con alguien de su familia. La declaratoria de adoptabilidad llega luego de dos o tres juicios y de al menos un año y medio”. La explicación la hace Wilmer Tapia, funcionario del MIES.
Leo es mi hijo
Daniela se ríe con todo su rostro, de modo que la felicidad se le nota en los ojos y en su boca amplia que deja ver sus dientes. Con esa expresión cuenta cómo fue conocer a Leo. “Me llamaron y me dijeron que separe tres horas. Yo sabía que habían encontrado a mi guagua. No sé cómo explicarlo, pero es una sensación en el corazón y el estómago”.
En efecto, el Comité de Asignación Familiar (CAF) creía que Leo era para ella. Sin embargo, el primer acercamiento no fue con él, sino con su expediente que es la historia del niño resumida en un montón de papeles. ¿Qué pasó antes de que llegara a la casa de acogida?, ¿cómo es su personalidad?, los resultados de sus últimos exámenes y otros datos.
Cinco días es el tiempo que tienen los futuros papás para aceptar la asignación del comité. Eran muchos para Daniela y su esposo. Querían aceptar ya. “¿Dónde firmo?”, preguntaba ella. “Es superextraño, porque te empiezan a leer cada hoja y tú ya sabes que hablan de tu guagua. Escuchas su nombre y entiendes que lo esperabas a él. En mi cabeza me repetía que Leo era mi hijo”.
Embargada por esa certeza, la pareja se fue a su casa, lo conversó y al cabo de unos días llevaron un documento con la aceptación. Serían ellos los padres de Leo y querían conocerlo. Una foto les mostró su rostro y la emoción les trajo lágrimas, las más felices de los últimos tiempos.
Luego vino una serie de reuniones con las personas de la casa de acogida donde estuvo su hijo. El intercambio de información era indispensable. ¿Spiderman o Rayo McQueen? ¿Pijama talla ocho o diez? ¿Fútbol, básquet, danza o música?
Y lo más importante, qué pasó en su historia que ellos deban monitorear con amor, paciencia y terapia, si es el caso.
A la par, Leo recibió la noticia: ya tenía familia. “Luego de esto fijas el emparentamiento y mandas un álbum de fotos contándole que lo estás esperando”, dice Daniela.
El emparentamiento es el espacio para generar vínculos y dura una semana en promedio. Durante ese tiempo compartieron la vida cotidiana. En las mañanas Daniela y Santiago recogían a Leo y hacían cosas que le gustaban, como ir al zoológico. Al final de la tarde Leo volvía a la casa de acogida. Hasta que un día, su nuevo hogar, el de sus padres adoptivos, fue su última y amorosa parada.
Yo, ¿cómo nací?
Con esa pregunta, María José, empezó a indagar sobre su origen. Según Mariana, su hija tenía nueve años y acababa de ver el parto de una perra. “Yo le respondí que ella había nacido de mi corazón y no de mi panza”.
Pero María José tiene otra versión con pequeñas diferencias. En su recuento, la perra muere y ella le pregunta a una amiga: y ahora, ¿quién va a criar a esos perritos? Su compañera de colegio le dice que seguramente alguien los adoptará y aquella palabra resonó en esa niña inquieta y acostumbrada a cuestionarlo todo.
Cuando su mamá fue a recogerla al colegio, ella le preguntó si había personas que hacían eso: adoptar. Entonces Mariana le contó cómo nació.
Han pasado casi diez años desde ese episodio. María José ya es mayor de edad y se alista para estudiar Medicina. Su mamá, odontóloga de profesión, la monitorea cada vez que puede. La regaña por las mascotas que alberga en su casa y de cuando en cuando se queja porque Jaime, su padre, la consiente mucho.
Mariana tenía cuarenta años cuando se casó con Jaime. Sabía que no podía tener hijos por una enfermedad a los veinticinco. A él le gustaban los niños, pero le dijo que no le importaba que ella no pudiera embarazarse.
Sin embargo, los amigos de la pareja empezaron a tener descendencia y la adopción se les volvió una necesidad. Al principio ella no quería y dice que se decidió tarde, porque su matrimonio ya se había terminado cuando empezó el proceso. Con la ruptura aún muy cercana lanzó una plegaria al Señor de la Misericordia. Le pidió resignación y ser feliz. Al poco tiempo logró la adopción. “Por eso, María José es la felicidad”.
A ser papá se aprende
Abel es un papá que bordea los treinta. Él y su esposa Ana Cristina decidieron adoptar después de tres años de casados y varios procesos de fertilización fallidos en los que dejaron el corazón, las expectativas y el dinero.
Llegaron a la posibilidad de ser padres adoptivos por su suegra. Hoy llaman hijo a Nicolás, un niño conversón y vivaz que pronto cumplirá cuatro años.
Abel es franco cuando dice que lo más complejo del año que lleva paternando es todo lo que se aprende en el camino. “Si bien es cierto, en la escuela para padres del MIES te preparan y sensibilizan sobre la adopción, solo la convivencia con tu hijo te muestra las complicaciones reales. Tal como ocurre cuando tienes un bebé por un embarazo”.
Su proceso de adopción fue ágil, recuerda. A los nueve meses de iniciar los trámites, su familia tuvo un nuevo integrante que se para en la puerta de su casa a conversar con los vendedores ambulantes que vocean sus productos.
“Los llama por su nombre a todos. Es muy amiguero, despierto y le gusta hablar”, cuenta Abel casi presumiendo. Su esposa, en cambio, dice que ahora todo se enfoca en Nicolás. Las comidas duran más tiempo, los planes de fin de semana incluyen mucha actividad física y visitas a los abuelos, y las noches no alcanzan para completar el sueño. “Es un caos maravilloso”, confiesa.
De su fase de emparentamiento recuerdan los regalos que enviaban a su hijo, porque muchos de ellos tenían el perfume de ambos. Al ser Nicolás tan pequeño, las personas de la casa hogar les recomendaron empezar la filiación por el olor. “Abel es tu papá y Ana Cristina, tu mamá”, era el mantra que le repetían sus cuidadoras y que ahora lo experimenta desde el día a día y, claro, desde el corazón.
Manos a la obra
La carta que Daniela Chacón posteó en Twitter en el último trimestre de 2021 fue el detonante de Abrazo de Adopción. Así se llama el programa que el MIES lleva adelante y con el que redujo de siete años a nueve meses el proceso para adoptar un niño en el Ecuador.
“Es un tiempo simbólico sujeto a postergaciones por el emparentamiento, por ejemplo”, aclara el ministro Bernal. El proceso se puede alargar cuando los posibles padres o los niños necesitan preparación psicológica adicional. “Recordemos que la adopción busca el bienestar del niño, ante todo y, por eso, no podemos suprimir tiempos que son necesarios para este fin”, recalca.
Sin embargo, hasta finales de 2022 se realizaron 88 adopciones, de las cuales 87 fueron nacionales y una internacional. Hasta mayo de 2023, 34 niños han sido adoptados, veintiocho de ellos en el país y seis fuera de él. Un dato interesante es que los niños ecuatorianos pueden ser adoptados por familias o personas del exterior, ya que el Ecuador tiene, actualmente, convenios con dieciocho instituciones en todo el mundo.
En el espectro de la adopción también hay niños cuyo proceso es prioritario. Se trata de menores con discapacidad o grupos de hermanos. En este último caso no se puede adoptar solo a uno de ellos, sino a todos.
