Adicciones

Mi copa y yo vamos a separarnos.
No es una tragedia, tan solo es el final
Andrés Calamaro

Qué voy a hacerle yo si me gusta el whisky sin soda
Joaquín Sabina

Ilustración: Luis Eduardo Toapanta

Llovía, la neblina y el humo se metían por mi nariz y el frío me entraba hasta los huesos. Le di otra calada a mi Lark, ese “viejo amigo”, y lo encontré amargo, y lo injurié; lo sentí áspero, pesado, me pasó raspando la garganta. Por un instante me miré desde fuera y no entendí nada. ¿Qué hacía yo en la lluvia aspirando humo con nicotina?

Ni siquiera se sentía bien, todo lo contrario, una voz inconsciente, que a ratos parecía a la de una madre que incita a su hijo a comer otra cucharada de sopa, me decía: ya falta poco, dale, dos pitadas más y se acaba, dale, tú puedes.

Mientras me veía desde afuera, entendí que también existía la posibilidad de apagarlo. Y lo hice pensando en cuántas veces hacemos (hago) cosas que me hacen daño. Cuando son las siete de la noche y sé que, si lo hago, no dormiré y que, si no duermo, querré dormir cuando no pueda hacerlo… pero lo hago, me tomo un café; cuando son las tres de la mañana, todo el mundo está demasiado ebrio para hablar algo interesante y me sirvo otro trago; cuando se me presenta un delicioso y nutritivo jugo de naranja puro, pero elijo la diabólica Coca-Cola en lata y con azúcar de verdad; cuando sé que las palabras que pronunciaré no solucionarán nada, al revés, encenderán fuego y, de todas formas, abro la boca.

¿Por qué hago cosas que me hacen daño? ¿Por qué camino en el abismo, como si fuera necesaria una pequeña dosis de muerte para resistir la vida? ¿Lo hago para probar el sabor de la muerte con el dedo, para tocarle la colita, para palparla con miedo y empezar, de a poco, a acostumbrarme a ella? ¿O para engañarla? ¿Para crear una nueva herida que me distraiga de la otra y vieja herida?

Los niños suelen preguntar, lúcidamente: “si te hace daño, ¿por qué lo haces?” Y a una le dan ganas de responder como el Joker: “No lo entenderías”. A veces fantaseo con empezar una nueva vida, solo con yoga y carne vegana, leche deslactosada, café descafeinado, pero pienso que el ser humano, como tal, se compone también de materia oscura.

Los psicoanalistas tienen un término, “destrudo”, la fuerza destructiva y seductora que llevamos dentro, el deseo diabólico de caer, de ir a contracorriente. La fuerza contraria a la libido, la energía creadora que viene de Eros.

El equilibrio se vuelve necesario. Necesitamos ser otro, para volver a ser uno mismo, alterar el estado de conciencia un rato para resistir la vida. Ser todo el tiempo uno mismo es agotador. El equilibrio. Entonces tal vez no es leche deslactosada forever, pero sí una vez por semana; y existen hamburguesas veganas deliciosas, para una vez a la semana, claro. No es tibieza, es intentar lidiar con uno mismo para no caer, controlar esa pulsión de muerte, probar nuevas sensaciones.

No descarto para siempre el vicio, la única cura es el veneno. El cigarrillo es como el alcohol y las películas de terror, lo fumamos, lo tomamos y las vemos para equilibrar el horror de la vida.

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